jueves, 30 de octubre de 2025

Hunter S. Thompson: Miedo y asco en Las Vegas


Puestos hasta las cejas, el periodista de Miedo y asco en Las Vegas viaja en la paranoia y en la carretera. Lo hace en un Tiburón Rojo, un descapotable que ha llenado de drogas, suplementos que considera esenciales para su desventura en la ciudad de las apuestas y “la casa gana”, adonde acude para hacer un reportaje sobre una carrera de motos que ni verá de lejos. Le acompaña su abogado samoano, que viaja igual de pasado que él. Ambos transitan en la alucinación, a lomos del éter, la coca y demás sustancias que les sostengan al borde de caer en un mundo de locos y del despertar en un país que ha creado el mito del Gran Ganador. Tal vez, por ello, Las Vegas funcione de centro recreativo que atrae a todo perdedor viviente, zombies de las apuestas y del consumo de juegos y espectáculos hechos para que continúen consumiendo, jugando y durmiendo. Lo importante es no despertar, continuar viviendo adormilados dentro del sistema, ya sea sometidos a la cotidianidad o en esos instantes en los que se acercan a la ciudad de hoteles-casino en busca de su ración de fortuna, la que podría darle acceso al Sueño Americano; dicho de otro modo, el dinero con el que se sentirían ganadores. Es una locura, cierto, la vida que nos han programado lo es, sobre todo si uno abre los ojos y piensa lo que ve. Se ha traspasado el límite, ya no hay vuelta atrás para una época como la de Thompson, que ha descubierto las mentiras y las drogas, una combinación que resulta fatal y alucinada.

El periodista, creador de un estilo particular, subjetivo, alucinado, desea estar puesto, desea escapar; tal vez el consumo de estupefacientes sea su forma de huir de la realidad que intenta atraparle o quizá su modo de enfrentarse a ella. En todo caso, nadie parece poder escapar; ni siquiera Thompson, doctor en periodismo, creador del Gonzo, con su descapotable lleno de sustancias alucinógenas y su mente atiborrada de ellas, una mente entre la confusión, la lucidez y la locura, que es el estado que se le atribuye a quien se sale de la norma; cuando, quizás, la verdadera locura sea la norma en sí, permanecer dentro de ella. El periodista se sale y para ello va por libre. Y para asegurarse, se mete de todo y más. Como consecuencia, siempre se encuentra en un estado de alucinación que no desentona con la paranoia en la que vive el mundo —su lectura del periódico le hace sentir que su comportamiento es una nadería, comparado con las realidades que expresan los titulares—, un escenario que parece preparado para que todos tengan la sensación de ser protagonistas, aunque ni siquiera lleguen a serlo de su propia existencia. En cierta medida, el personaje central de la novela, reflejo del propio Hunter S. Thompson, que describía sus experiencias, es un Quijote que se niega pertenecer a esa realidad que rechaza. También viaja acompañado por su Sancho, su abogado, aunque el samoano carece de la mirada realista del escudero cervantino, contrapunto y complemento del caballero andante. Tal vez, ese quijotismo fuese el que atrajo a Terry Gilliam, cineasta quijotesco donde los haya, para adaptar a la gran pantalla esta delirante novela de Thompson ambientada (y escrita) en 1971…

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