sábado, 26 de octubre de 2024

Movida del 76 (1993)

En su tercer largometraje, Movida del 76 (Dazed and Confused, 1993), Richard Linklater contó con jovenes actores y actrices que tendrían su momento de popularidad que, en mayor o menor media, todavía conservan. Los que más: Ben Affleck, Milla Jovovich, Matthew McConaughay, Parker Posey y Renée Zellweger, aunque esta última apenas se deja ver más que en un breve instante de la película. Todos eran casi adolescentes, semidesconocidos (o desconocidos), que era lo pretendido por Linklater, pues sus protagonistas son chicos y chicas corrientes de instituto ante su último día de curso, el 28 de mayo de 1976, año en el que el cineasta contaba con dieciséis velas, como Molly Ringwald en el film de John Hughes. Como comedia generacional es una mirada a su pasado, pero, más que eso, Movida del 76 resulta dentro de su filmografía un paso que evoluciona lo ya expuesto con anterioridad: su idea del tiempo. Siempre presente en sus películas, la ubicación temporal no es una mera situación para establecer la acción, sino que cobra importancia vital, el tiempo es inevitablemente parte indisociable de la acción y esta de aquel; y como sucede en la realidad, condiciona a los personajes. Los sitúa en ese devenir en el que son, aunque no lo perciban, salvo cuando pasen los años, concluya la jornada o acabe un curso, y que no se detiene y no se puede atrapar, ni volver al mismo punto. Recordando a Heráclito, quien, en su día, fue adolescente jónico: Nadie se baña en el mismo río dos veces; todo es distinto, aunque nos pensemos los mismos

La corriente avanza, no podemos detenerla, ni ir en su contra, ni regresar sobre lo chapoteado y ya nadado; solo cabe recordar u olvidar lo vivido, el quienes fuimos. Esto se comprueba con mayor claridad en la trilogía Antes del… y en Boyhood. Momentos de una vida (Boyhood, 2014). En Slacker (1990), ya ubica a sus personajes en una sola jornada, que le permite descubrir su entorno, su cotidianidad diaria; es el “todo en un día”, más “documentalista” que la propuesta de Hughes en otra comedia adolescente suya con Matthew Broderick dando vida a un supuesto adolescente rebelde, pero, en su infantilismo, adaptado plenamente al Hollywood de la época. El mismo espacio temporal se sucede en Movida del 76, film que situó Linklater entre los cineastas “independientes” de moda —las comillas obedecen a mis dudas sobre la dependencia del film, porque la película es una producción Universal—, en el que expone esa última jornada de clase durante la cual los adolescentes veteranos, como parte del proceso vital que también ellos vivieron, abusan de los novatos, abusos aceptados dentro del sistema, salvo por una madre que apunta con un rifle a uno de los mayores que persigue a su hijo y al amigo de este hasta su casa. Pero no se trata de hablar de eso ni tampoco de dar un paseo idealizado a lo American Graffiti (George Lucas, 1973), ni de encerrar a cinco en una comedia adolescente, como hizo Hughes en El club de los cinco (The Breakfast Club, 1985), que también se sitúa en una jornada que condiciona el devenir de sus jóvenes protagonistas, sino que se trata de una instantánea coral. Linklater hace un retrato cinematográfico del momento que viven sus personajes, no hay antes ni después, en el que tanto los mayores como los pequeños se encuentran en su ahora de magnificar, de desorientarse, de diferenciarse, de creer vivir cada minuto al límite, de ligar, de probar, de abusar, de aparentar, de pavonearse, de divertirse,… tal vez arrepentirse, en todo caso, salvo excepciones, sin ser conscientes de que de aquel día, y de aquel transitar, solo les quedará el recuerdo o el olvido. Pero, ¿para qué han de ser conscientes de las posibilidades del después, si la vivencia va antes y siempre ahora?



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