Fotografía: Makma. Revista de artes visuales y cultura contemporánea
Cualquier charla se construye sobre ideas que van saliendo a lo largo de los minutos. Las distintas mentes que se reúnen hablan y callan sobre asuntos que surgen en el momento o que ya se llevan de casa. Imagino que cada pensante posee una visión subjetiva, interesada, reducida, personal de los temas que se van exponiendo y discutiendo; y si los contertulios resultan mínimamente inteligentes, asumen que las ideas ajenas pueden enriquecer las propias (descartarlas, evaluarlas, corregirlas o negarlas si fuese preciso) y así combinar unas y otras para dar pie a otras más elaboradas, completas, complejas; incluso para dar respuesta a una necesidad moral e histórica como la de ofrecer un medio para que los silenciados hablen.
—Debemos dar a conocer el pasado —afirman los reunidos en la tertulia en la que quizá alguien diga que su máxima ha de ser evitar la censura, incluida la propia.
—Pero ¿es posible vencer la inclinación natural y humana de censurar lo que no gusta, lo que pueda molestarnos o avergonzarnos, lo que pueda juzgarnos y señalar nuestros errores?
—El decir con honestidad y en libertad, en el respeto de las demás voces, sin miedo a ser silenciado sería lo ideal, mas ¿y lo real?
—Hay que dar voz y eso implica no acallar ninguna, aunque no se compartan sus palabras, sus verdades o aquello que vengan a expresar. Para comprender hay que ampliar miras, no reducirlas; y en esto, la libertad de expresión resulta fundamental tanto para dar a conocer lo propio como para comprender lo impropio. ¿Quimérico?
—Sin duda; siendo como somos los humanos: ignorantes, miedosos, manipulables, manipuladores, partidistas, en extremo egoístas.
—Algo bueno tendremos. ¿Y la generosidad y el esfuerzo? ¿la curiosidad por conocer? ¿Y el soñar? ¿No continuamos haciéndolo, a pesar de todo? —plantea una voz que hasta entonces solo ha escuchado.
—No lo puede negar, pero lo bueno, por su mera existencia, no elimina lo peor ni lo mucho por mejorar.
En ese momento alguien pone sobre la mesa esta quimera, tal vez varios alguien, que proponen y debaten fundar una editorial que publique lo impublicable en España y que las líneas prohibidas se lleven allí, donde no pueden estar, salvo de forma clandestina.
—El nombre es importante. Dicen que forma parte de lo nombrado, de su personalidad; en nuestro caso, de nuestro sello y de nuestras intenciones.
—¿Qué os parece si tomamos el de una de las obras de Ramón María del Valle-Inclán para nombrar editorial?
—¿“El Ruedo Ibérico”?
—¿Por qué no? Él pretendía ofrecer una visión de España. La suya era mostrar el esperpento de la época, la nuestra pretende dar testimonio de otro esperpento…
—¿“El Ruedo Ibérico”? Así, sin más discusión. Parece que lo traías pensado. Acaso, ¿ya lo habíais hablado antes?
—Me gusta, pero sin el artículo. Encaja con nuestro propósito. Suena circular y sus puntos periféricos equidistan del centro, que, en nuestro caso, se sitúa en nuestra guerra civil y el franquismo.
—Sí, no está mal. El viejo tenía una inteligencia lúcida, aunque ya pocos se acuerden…
—Pero lo más importante es abrir una vía segura de distribución donde no podemos distribuir libremente. Hay que tratar de dar a conocer nuestra revista y nuestros libros en España; sino, no tendría sentido arriesgarnos.
—¿Y cómo esperáis que venzamos a la historia oficial, si nuestras opciones se reducen al mercado negro?
—Bueno, siempre se ha dicho que lo prohibido resulta atractivo. Confiemos; si no la ponemos en marcha, nunca sabremos hasta dónde puede llegar…
Imagino que la idea nace del valenciano José Martínez Guerricabeitía, y que la comenta con el grupo de amigos que no es ajeno a la misma. Son sus cómplices y socios. Vicente Girbau, Elena Romo, Nicolás Sánchez Albornoz, Ramón Viladás y el propio Martínez (más adelante, también Antonio Pérez, quien sugirió el nombre de la editorial) acuerdan durante esa charla fundar una editorial y una revista que pongan fin al silencio de los vencidos de la guerra. Corre el año 1961 y ya han pasado más de dos décadas de historia oficial franquista. En Paris, en México o en Buenos Aires, exiliados políticos españoles han publicado sus memorias y recuerdos, pero nunca se ha intentado una empresa tan grande como la que se proponen estos tertulianos: distribuir en España la historia silenciada. Con ello, quieren dar una visión global de la historia española reciente, global en la medida que con su perspectiva se completaría la visión oficial y parcial del conflicto y de las causas que llevaron a él. Se despiden convencidos. Saben que volverán a reunirse para hacer oficial su proyecto. El primer paso se ha dado; ahora hace falta el segundo y continuar caminando hacia la materialización de la ilusión histórico-literaria que ha de servir para esclarecer, nunca para ensombrecer.
El acta de fundación de Ruedo Ibérico se firma en Paris en 1962, en el café de Cluny. El capital necesario lo aportan las ventas de los automóviles de Martínez y de Nicolás Sánchez Albornoz. Con el dinero recaudado, pueden iniciar sus publicaciones y, durante dos décadas, se editan la revista y los libros que son testimonio de la guerra civil española, de sus causas y de sus consecuencias, entre de ellas el franquismo y el exilio en el que también viven los fundadores de la editorial. Ruedo Ibérico resulta una aventura quijotesca llena de trabas, de libros que tienen que ser introducidos de forma clandestina e incluso, de rechazo y aceptación, de luces y sombras como el atentado que sufre la sede, establecida en París, en octubre de 1975. Pero los logros son los que perduran. Y esos logros nacen de publicar, contar y hacer constar otras verdades e investigaciones como la de Hugh Thomas. El primer libro editado por Ruedo Ibérico es el espléndido estudio de Thomas sobre el la guerra civil española, al que sigue “El laberinto español”; otro clásico del sello editorial, obra de Gerald Brenan, también autor del referente antropológico “Al sur de Granada”. El de Thomas aborda desde el advenimiento de la República hasta el final de la guerra, pasando por las diferentes etapas y acercándose a los distintos contendientes, su situación, su evolución y sus intereses. Por su parte, Brenan se centra sobre todo en el periodo republicano. Ambos libros son referentes en su campo y fuente para otros autores y posteriores trabajos.
Ruedo Ibérico nació para dar voz al silencio que la censura franquista había creado entorno a testimonios que relatasen otra verdad que no fuese la oficial. Así, gracias a la editorial de Martínez Guerricabeitia, anarcosindicalista de cuna, diferentes memorias y estudios vieron la luz e iluminaron parte de la historia española del siglo XX. Entre los alrededor de ciento cincuenta libros editados, se publicaron las memorias de los anarquista Cipriano Mera —“Guerra, exilio y cárcel de un anarcosindicalista”— y Juan García Oliver —“El eco de los pasos”—, ministro de Justicia durante el gobierno de Largo Caballero, los trabajos de historiadores como Stanley G. Payne —“Falange. La historia del fascismo español” y “Los miliares y la política en la España contemporánea”—, Gabriel Jackson —“Breve historia de la guerra civil de España”— e Ian Gibson —“La represión nacionalista de Granada en 1936” y “La muerte de García Lorca”—, y de corresponsales como el austriaco Frank Borkenau —“El reñidero español”— y el soviético Mijail Koltsov —“Diario de la guerra de España”—, de quien se sospechaba que era un agente enviado por Stalin a la España en guerra, con lo que ello conlleva, y de quien se supo que fue eliminado en una de las purgas llevadas a cabo por aquel a quien algunos conocían por Koba…
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