jueves, 10 de agosto de 2023

Un hombre acusa (1952)

La ley establece el marco legal, no siempre claro ni acertado —la Historia guarda múltiples pruebas de los errores cometidos por legisladores y sistemas legales—, que impone la frontera entre lo permitido y lo prohibido. Por lo tanto, crea dos espacios que se excluyen aunque a veces se crucen o los individuos los crucen a capricho. Establecido el delito, nacen los delincuentes y quienes han de perseguirles. También se originan zonas grises pobladas por soplones y agentes y políticos corruptos, por cínicos y perdedores, por víctimas de sus ambiciones. Son zonas dominadas por la ambigüedad y las sombras generadas por el individuo y el sistema que el cine negro abordada en sus películas concediendo el protagonismo a periodistas, detectives, policías, delincuentes, tipos de la calle o agentes de seguros. La gama de personajes es amplia, tanto como los posibles delincuentes y quienes, de algún modo, tratan de desenmascararlos y, ya más adelante, en el pesimismo creciente de los años sesenta y setenta (siglo XX), señalando la corrupción sin medias tintas, descendiendo a mayor profundidad, tal como hizo Sidney Lumet a lo largo de sus policiacos y su cine judicial. Pero ahora no voy a hablar de Lumet, aunque films suyos como La noche cae sobre Manhattan (Night Falls on Manhattan, 1996) le conectan con el cine negro estadounidense clásico, el realizado en las décadas de 1940 y 1950. Periodismo, política, delincuencia, amistad, romance son los ejes principales sobre los que gira Un hombre acusa (The Turning Point, 1952), una espléndida mezcla de policiaco y cine negro dirigida por William Dieterle y escrita por Howard Duff (a partir de una historia original de Horace McCoy) que indaga en la corrupción y en el crimen organizado, empleando una narrativa contundente que no rehuye el mostrar la violencia en su máxima expresión —la escena del incendio es ejemplar—, en este caso centrado en el juego, cuya ilegalidad establece el delito (no al revés) y crea al delincuente representado en el film por Ed Begley.

Lo expuesto por Dieterle en Un hombre acusa se inspira en las investigaciones llevadas a cabo en 1951 por el comité presidido por el senador Kefauver; cierto que la corrupción se limita en la pantalla, pero esto no impide que fuera de la misma alcance mayor amplitud —en la película, por (auto)censura de Hollywood, solo se apunta la corrupción del padre de uno de los protagonistas—. Como periodista íntegro y amigo de la verdad, Jerry McKibbon (William Holden) no es un idealista ni un caballero andante, aunque, en el fondo, lo sea. Asume no buscar soluciones a los asuntos que investiga y destapa. Lo suyo, y en eso es muy bueno, consiste en descubrir y exponer los hechos desde la distancia, la mayor posible, que le permita la objetividad desde la que escribir sin sentimentalismos, ni amiguismo ni juicios morales. Ha de hacerlo con claridad objetiva; es decir, planteando el problema a la opinión pública —sea esta la que sea—. Dice que su labor no consiste en dar soluciones, consciente de que no debe desvirtuar la información ni condicionar (manipular) al público con sus artículos. A primera vista vendría a ser tal cual lo define Amanda Waycross (Alexis Smith) en un primer momento: <<el observador cínico e imparcial>>, aunque, no tardará en descubrir otra realidad, la que explica que el cinismo del periodista obedece a la desconfianza y el rechazo generados por la inoperancia política, la delincuencia y la corrupción, la que investiga y desvela. En todo caso, Amanda, consejera y novia de John Conroy (Edmond O’Brien), se descubre enamorada de Jerry, lo que genera la relación a tres bandas que se complica a la par de la investigación del comité presidido por John, amigo de la infancia de Jerry. Al contrario que este, Johnny es un iluso, o como él mismo apunta un político sin ambiciones políticas, alguien que <<prefería encerrar a un policía corrupto que a cien maleantes>>. Es consciente de que existe corrupción policial, aunque ignora que su padre es uno de esos policías que encerraría con gusto —y en la cercanía paterno-filial, presumiblemente con sumo disgusto—. Se involucra de pleno en lo que hace y, por tanto, al contrario que Jerry, reduce las distancias entre él y aquello que investiga, en su caso desde la política. Quiere arreglar el mundo y, por ello y para ello, acepta presidir un comité contra el crimen organizado. Como afirma, carece de ambiciones políticas personales; las suyas son para la comunidad que representa. Desea hacer el bien, pero en su contacto con la realidad a la que se enfrenta, una oculta para el ciudadano de a pie, pasa de la ilusión primigenia que le impulsa al pesimismo y al desengaño que le genera la derrota de quien, sin ambiciones políticas personales, más bien se trata de un caballero blanco, un ingenuo que se embarca en la política por su deseo de hacer el bien. Para Dieterle así deberían ser los políticos, pero sabe que es como apunta Jerry y que el periodismo íntegro es la mejor herramienta de la democracia; al menos como el medio que destapa y exige la investigación que se lleva a cabo…



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