<<Hay una película de Mastroianni que transcurre en un manicomio. Uno de los actores iba a hospitales a ver a los locos. Mastroianni, que en ese sentido era bastante haragán, le preguntó por qué lo hacía. El otro le dijo que quería encontrar el comportamiento adecuado para su papel, a lo que Mastroianni le contestó: “Fuera no hay nada. El loco está dentro tuyo. Ahí búscalo”.>> Las palabras de Federico Luppi (1) dejan claro que, al menos, existen dos tipos de actores. Los que necesitan ver en otros lo que deben mostrar ellos en su actuación y los que, como Mastroianni, no necesitan más método que dejarse llevar y crear el personaje desde dentro. En este caso, son ellos los que crean; en el primero, serían los que recrean a partir de comportamientos y patrones de conducta estudiados; los cuales quizá parezcan más reales, pero, al tiempo, quizá se descubran más forzados en la pantalla. E incluso parece posible un tercer grupo, compuesto por quienes buscarían su personaje fuera y dentro. En todo caso, cada quien tiene su método, de ahí que, por ejemplo, los borrachos interpretados por Fredrich March, Ray Milland, James Mason, Jack Lemmon o Mickey Rourke sean tan diferentes entre sí. He nombrado a estos actores porque han dado vida en cine a grandes borrachos protagonistas; Nicholas Cage se unía a ellos en su papel de Ben Sanderson en Leaving Las Vegas (Mike Figgis, 1995), acelerando y decelerando, exagerando su actuación y alcanzando una dimensión entre patética y grotesca, pero humana, frágil, herida. Así como suena, la vida de su personaje es una mierda, sin nadie que le escuche o a quien le importe un mínimo. Sin trabajo, del que le despiden por su continuo estado de ebriedad. ¿Por qué bebe? No lo recuerda, pero el motivo tampoco importa, ya solo le importa beber. Puede que alguien le haya dicho alguna vez que la bebida no es solución, que es destrucción; pero, para Ben, quizá la destrucción sea la salvación, la que espera encontrar bebiendo hasta morir.
El protagonista de Leaving Las Vegas, película realizada y escrita por Mike Figgis, a partir de la novela de John O’Brien (quien fallecía días antes de iniciar la producción), ha llegado a un estado en el que enfrentarse a su situación personal y profesional carece de sentido para él, tampoco puede ya divertirse y olvidar su soledad. Todo ya es nada, y nada le importa; ni saber que sus ingestas de alcohol diarias no le ofrecen posibilidad de escape del pozo donde se encuentra y se encuentra con el rechazo de antiguos amigos, con la sensación de derrota y de abandono, con la soledad. A nadie tiene, nadie que le escuche y le hable, nadie que le quiera, ni siquiera él mismo. Ben es autodestructivo, pero consciente de serlo, ya que su intención es matarse bebiendo en Las Vegas, a donde llega después de ser despedido y tras deshacerse de todos sus bienes materiales. La salvación para sus males no la encuentra en el alcohol, la espera encontrar en la muerte, pero la halla en el amor que se cruza en su camino cuando conoce a Sera (Elisabeth Shue), una prostituta igual de solitaria que él y sometida a su proxeneta, a los caprichos y a la brutalidad de algunos de sus clientes. Si para dar con su personaje, Cage se dedicó a beber y a emborracharse, a estudiar su conducta alcoholizado, y a visitar alcohólicos hospitalizados —quizá está forma de preparar el personaje sea del tercer tipo, el de encontrar fuera y dentro que referí arriba—, la actriz se entrevistó con prostitutas y estríperes para recrear el suyo. Siguiendo el primer tipo, el de buscar fuera, Elisabeth Shue logró una actuación más compleja, comedida, natural, seductora, la de una mujer solitaria, dura, tierna y frágil, sometida al terror de Yuri (Julian Sands) y en busca de la liberación que parece llegarle cuando toma contacto con ese suicida alcohólico que llena su vacío. Ambas, prostituta y alcohólico, son dos almas solitarias que no desean serlo, que se reconocen al instante e inician una historia de amor, sentimiento curativo y protector, que quizá les vaya alejando de la autodestrucción hacia la que Ben se dirige consciente de querer ir, porque ya no encuentra un lugar en el mundo donde estar o a donde ir…
(1) Nosferatu. Revista de cine, número 43, marzo 2003.
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