lunes, 7 de agosto de 2023

Cartas a mi amada (1945)

El amor como cura de seres heridos de soledad, desilusión o desengaño asoma en la filmografía de William Dieterle envuelto en atmósferas románticas, fantasiosas, oníricas. Esmeralda la zíngara (The Hunchback of Notre Dame, 1938), Cartas a mi amada (Love Letters, 1945), Jennie (Portrait of Jennie, 1947) o La senda de los elefantes (Elephant Way, 1951) son ejemplos en los que dicho sentimiento traspasa el umbral físico y se ubica en la ilusión que potencia la sensación de irrealidad frente a lo real. En todo caso, idea y materia se tocan, sobre todo en Cartas a mi amada y Jennie, las dos protagonizadas por Jennifer Jones y Joseph Cotten, en las que la protagonista parece fruto de la fantasía o de la psicología de los personajes masculinos, cuyas obsesiones desaparecen al tiempo que lo hacen los miedos. Unos y otros superan sus males y pesares gracias a ese sentimiento curativo que también es medicina para el soldado y la convicta de Te volveré a ver (I’ll Be Seeing You, 1944). El ideal del amor, ensoñación de lo que ya sería un sueño, apunta un aspecto fundamental en el cine de Dieterle, uno que se descubre en el interrogante expresado por Singleton/Victoria (Jennifer Jones): <<¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?>>

Como su protagonista femenina, Dieterle no duda la respuesta. Responde con la historia de la búsqueda que Alan (Joseph Cotten) inicia tras la guerra y de su encuentro con Singleton, el nombre que asume Victoria tras su pérdida de memoria; es decir, tras perder su identidad. Y mientras Singleton no recupere su pasado (o se enfrente a las mentiras que encierra), Alan carecerá de posibilidad de futuro, no podrá avanzar. Así se descubren atrapadas en distintos tiempos, aunque la física afirme que son el mismo. En ambos casos viven en la necesidad de recomponerse y lo logran con el amor como remedio. La excusa que pone en marcha este proceso curativo, que tienen como fuente literaria la novela de Christopher Massie —cuya adaptación corrió a cargo de Ayn Rand—, son las cartas que Alan escribe a Victoria a petición y en nombre de Roger durante la guerra. El intercambio de correspondencia crea la confusión de identidad —Victoria asume que el remitente es Roger, y de esta imagen idílica se enamora— y la obsesión en Alan, que lo empuja a buscar a Victoria tras la contienda. Desea encontrarla para dejar de sentir lo que todavía no sabe identificar o no quiere aceptar como amor, pero su investigación apunta a que ella murió el mismo día en el que falleció Roger. Mas como sucede con las cartas, no todo es como aparenta ser, pues Victoria vive, aunque lo hace desmemoriada, al cuidado de una amiga (Ann Richards), la que le cuenta a Alan la tragedia vivida por Victoria tras casarse con el hombre de quien se creyó enamorada, al considerarlo el autor de la correspondencia; pero el Roger real nada tenía del remitente de las cartas…



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