Llamarse Phillip Marlowe no te hace ser Phillip Marlowe; al menos es la impresión que me genera Marlowe (2022), hasta la fecha la última adaptación del personaje creado por Raymond Chandler y que ha sido llevado a la pantalla con mayor fortuna por realizadores tales Howard Hawks, Edward Dmytryk o Robert Altman. Cualquier parecido entre la ficción y su inspiración es pura coincidencia o, dicho sin más, no hay nada de Chandler en la película de Neil Jordan, salvo el nombre del personaje interpretado por Liam Neeson, ese tal Marlowe que, con anterioridad, había cobrado las formas de Dick Powell, Humphrey Bogart, Robert Montgomery, James Garner, Elliott Gould, Robert Mitchum, Powers Boothe, James Caan y Tomás Hanák. Neeson crea un personaje cansado, quizás más por el entorno y la necesidad de parecerlo que por la edad de la que se queja en algún momento. Pero da la sensación de que no encuentra el tono ni el fondo para un detective como el ideado por el escritor estadounidense; tampoco Jessica Lange da con la mujer que interpreta, a la cual se le supone ambigua, manipuladora y controladora. Pero, aunque apenas aporte “fatalidad”, es de agradecer volver a verla en la gran pantalla, después de haber protagonizado junto Shirley MacLaine Como reinas (Wild Cats, Andy Tennant, 2016). En realidad, parece que nadie encuentra a nadie ni nada que destaque en esta coproducción hispano-irlandesa rodada en Barcelona y Dublín y ambientada en Hollywood, el de inicios de la década de 1940. Pero ese “nada” es apariencia, pues en la película hay más de lo que aparenta. Aunque las tenga presente, Jordan no toma de referencia ninguna novela de Chandler, por la sencilla razón de que su guion parte del libro de John Banville La rubia de ojos negros (The Block-Eyed Blonde), y construye una narración repleta de clichés, lo que provoca que pueda resultar aburrida, algo que no sucede en su Mona Lisa (1986), que sí es un espléndido “film noir”, con Bob Hoskins, Cathy Tyson y Michael Caine en los papeles principales.
En Marlowe, el cineasta irlandés transita por un cine negro sin negrura, la atmósfera es volátil y los ambientes no ahogan; en realidad, dudo que pretenda realizar un film negro. Lo suyo parece más la recreación o la ensoñación de un film dectectivesco con protagonismo de un héroe cansado, más que antihéroe. Que la novela en la que se basa en guion no sea del creador del personaje y que la trama se ubique dentro de la industria cinematográfica dan pistas de por donde van los tiros. Lo que vemos en la pantalla es una película sobre un personaje legendario que ya no puede ser aquel que se convirtió en leyenda literaria y de celuloide en la década de 1940. Jordan lo sabe y construye su intriga sin la violencia, contundencia y el cinismo que pudiese existir en el universo del personaje literario clásico, cuyo fondo, por citar el que considero mejor ejemplo de adaptación de Marlowe, sí capta Hawks en El sueño eterno (The Big Sleep, 1946). Quizá Jordan juegue con el género y el mito, pues parece ser consciente de que Marlowe es un personaje condenado en esta época actual, pues era hijo de la suya (y en periodos posteriores, encajaba en el pesimismo y la violencia de finales de los sesenta y de los setenta) y, por tanto, queda fuera de lugar el ser un antihéroe de incorrección, modelo expeditivo y sin medias tintas. Y ahora, para sobrevivir debe hacer lo correcto, y pretender que un tipo así encaje en el cine de nuestros días es matarlo o, en este caso, soñarlo sin la negrura de Chandler ni del cine negro clásico o del policíaco “setentero”, pues ni el autor ni el furor, ni la sinceridad, ni la amargura ni la decepción de estos periodos tienen cabida en la pantalla actual…
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