martes, 22 de agosto de 2023

Adiós al macho (1978)

Los intereses de Marco Ferreri evolucionan, su discurso se radicaliza, su estudio del ser humano también. Es un transgresor, un inconformista que encuentra en el cine un modo de ver y de analizar el hombre y la mujer de su momento. El suyo no es de un anarquismo político ni filosófico, sino vital, creativo y cinematográfico; y en esto encaja a la perfección con Rafael Azcona, su guionista habitual, aunque en Adiós al macho (Ciao Maschio, 1969), el riojano solo ejerció de colaborador, siendo Gerard Brach el coguionista de Ferreri. Al recordar Adiós al macho (Ciao maschio), Mastroianni la evoca como una de sus películas favoritas y uno de los personajes más bonitos que había tenido ocasión de interpretar en el cine. Recordaba que <<todo fue improvisado, todo inventado sobre la marcha; así nació un personaje delicioso, delicioso en su melancolía, en su desesperación de pobre viejo emigrante.>> (1) Ese personaje no es el protagonista de la película, lo es Ferreri, su modo de ver y de entender la vida y el cine, pero la presencia de Mastroianni sí resulta vital en el desarrollo de la trama y de las ideas que encierra y libera, al menos por dos motivos. Luigi es quien descubre sobre la arena la figura mítica de la que surge (o nace) Cornelius, el bebé mono que entrega a Lafayette (Gerard Depardieu), y también quien propone dotarlo de identidad humana, para así ofrecerle la existencia dentro del sistema que a él se le había negado durante doce años (por ser un emigrante sin papeles).

La figura tendida en el arenal no es la Estatua de la Libertad que, derrotada y semienterrada en la orilla del mar, desvela al héroe de El planeta de los simios (The Planet of Apes, Franklin J. Schaffner, 1968) una verdad hiriente para él y destructiva para la humanidad. La que Luigi contempla es la de King Kong, abatido en un encuadre de fondo neoyorquino gris, desolado, frío, deslucido, llámenle decadente o en descomposición si prefieren, quizá desesperanzado y seguro que mortuorio... El gigante da paso a Cornelius, la última esperanza que tiene King Kong y “el mito del macho” de renacer. Luigi se enternece y llora ante este “nacimiento”. Poco después, Lafayette y tres amigos llegan al lugar y el viejo y cansado emigrante entrega al primero (el único joven del grupo, pero sin apenas rebeldía ni vitalidad) el bebé simio, que ya desde ese instante se humaniza… Ferreri emplea más que el humor, la sátira, y más que esta, lo grotesco, para desarrollar su discurso sobre el ser humano, un discurso que, tras la gracia y el esperpento, resulta amargo, pues el individuo se descubre atrapado en la vida o fuera de ella, en todo caso, no la decide o no tiene posibilidad de elección real; salvo en apariencia, es decir, sin libertad de acción ni de elección. Así, primero, Lafayette sufre la violación de un grupo de actrices feministas que poco antes charlan sobre los abusos y la violencia sufrida por su género, de modo que deciden llevar a cabo el abuso como parte de un estudio y una protesta; o más adelante se descubre la imposibilidad de Luigi, que quiere regresar a casa, pero ¿cuál es su casa? ¿Una Italia tan irreal y decadente como el Nueva York mostrado en la pantalla? ¿Existe un lugar para él? Pero en todo caso, la pregunta clave está escrita en la pared del cuarto de Lafayette: Un “Por qué” que a menudo carece de respuesta concreta, pues hay muchos, pero pocos responden los motivos y las causas de un mundo humano que cambia y avanza, a veces sin cambiar ni avanzar, de una civilización que toca a su fin para dejar su lugar a un nuevo orden, puede que a una repetición de errores y condenas. En Adiós al macho hay liberación (la de mujer), pero también existe la destrucción, una diferente a la expuesta por Schaffner en su popular film protagonizado por Charlton Heston, puesto que aquí Ferreri se ocupa del proceso que determina a sus personajes, de la interioridad y el comportamiento, no de los posibles resultados externos, menos aún trata de crear un cine espectacular, aunque construya el “espectáculo” de ver al hombre, a ese macho simiesco ya condenado a perecer o a formar parte de un museo de cera, sin posibilidad de existir en un mundo donde quizá solo la mujer y su fruto puedan escapar o adaptarse, puedan sobrevivir…


(1) Marcello Mastroianni: Sí, ya me acuerdo… (memorias)

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