jueves, 24 de agosto de 2023

La mujer de ninguna parte (1922)

La carrera cinematográfica y teatral de Louis Delluc fue breve pero significativa. nacido en 1890 y fallecido en 1924, Delluc fue uno de los pioneros en teorías cinematográficas y fundamental en el nacimiento de los cineclubs. Era un intelectual de cine, cuyas críticas y teorías abrieron nuevas vías para el medio en el que sería considerado uno de los primeros cineastas “autor”. Decía del cine que era un “arte extraordinario”. Pero, aparte de teórico, también le iba llevar sus teorías a la práctica y así, tras ser el guionista de la gran Germaine Dulac en La fête espagnola (1920), dio el salto a la dirección y rodó siete films, algunos tan interesantes como La mujer de ninguna parte (La femme de nulle part, Louis Delluc, 1922) o L’inondation (1924).

Su cine pretende y abraza “lo francés”, más allá de su ubicación francesa y de cierto chauvinismo, en su impresionismo —un arte de origen francés, como el expresionismo pueda serlo alemán o el renacentista italiano— y en características culturales galas que, quizá, como sucede en el resto de lugares salvo El mundo de ayer, Utopía y Nunca Jamás, ya se hayan perdido entre la homogeneidad de la globalización. En realidad, habría que determinar qué se entiende por “lo francés”, “lo español”, “lo portugués”, “lo burgués”,…. “lo lilliputiense”, más allá de los idiomas, que ya no solo pertenecen a Francia, España, Portugal, —la burguesía queda aparte, reconvertida en clase del amago, del deseo proletario de ser burgués y de la aspiración del pequeño burgués de ser más alto y grande— … ni a Lilliput, que, en un tiempo ya olvidado, fue grande… Lo que sí puede definirse es “autor/a”, la RAE lo hace, por si alguien quiere una definición oficial. Y en cuanto al cine, se podría señalar a la figura de Delluc para hacerse una idea de autoría y autoridad cinematográfica. Para empezar, era independiente, podía ir de aquí para allá y de allá para aquí sin pedir permiso, escribía sus guiones y sus películas eran coherentes con sus teorías cinematográficas y con su idea del cine como arte. Lo que vendría a suponer que, tras el paseo de ida y vuelta, asumía el control “total” de sus obras. Las comillas del total son para restarle totalidad al término, puesto que sería un absoluto que no tiene posibilidad de ser en un medio como el cine ni en un fin en sí mismo como lo es la vida. En todo caso, disculpen mis errores, y mi intento de bromear en una mañana veraniega, y piensen que lo mejor para conocer el arte de Delluc es ver sus películas. Un buen ejemplo es este melodrama “realista” protagonizado por Ève Francis, que se inicia en las inmediaciones de Génova, Italia, en el exterior de la mansión a donde llega una extraña que, solitaria, regresa al lugar que abandonó muchos años atrás. Parece derrotada por la vida. Nada se sabe de ella, salvo lo que dice a los nuevos anfitriones, un matrimonio que hace aguas, que le dan la bienvenida y le ofrecen una habitación. Ella recuerda aquel lugar, en otros tiempos que evoca más luminosos, o quizá sea que aquellos tiempos le hayan recordado y llevado hasta la mansión donde alguna vez fue feliz hasta que dejó escapar su felicidad; como también parecen dejarla escapar el hombre y la mujer que la reciben en un presente desangelado, solo iluminado por la presencia del hijo del matrimonio y quizá por la posibilidad de una infidelidad…



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