Ni la Historia ni las versiones oficiales muestran la realidad de los hechos, solo una parte de los mismos; aquella que se plasma en los manuscritos, en las interpretaciones de los historiadores y, en el caso de las historias oficiales, la que nace de los intereses de quienes ostentan el poder. Si se realiza un viaje por la Historia de la humanidad se observa como los hechos son interpretados de diferentes maneras, según los intereses, conocimientos, pensamientos o circunstancias que se desarrollaban tanto en el momento en el que se gestaron como en ese presente desde donde se aceptan con credulidad pasmosa, porque se muestran como verdades indiscutibles; por ello, gran parte de la población, no se plantea la veracidad de los hechos, le sirve con acatar lo que está establecido, porque o no interesa o resulta más cómodo y menos peligroso. Así pues, en muchas ocasiones se permanece impasible ante lo que se dice o lo que es anunciado por las instituciones, sin molestarse ni siquiera en plantearse que pudiera ser de otra forma. Lo más seguro y cómodo sería mantenerse dentro de lo circunscrito, de lo correcto, siempre empleando este término como indicación de aquellos quienes ostentan el control de lo que está bien y lo que está mal, aspirando así a permanecer tranquilos, con las conciencias en paz y viviendo la ilusión de una vida casi perfecta. Alicia (Norma Aleandro) es uno de esos seres que ha preferido mantener su vida al margen de la realidad que ha golpeado su país durante los años de una dictadura que se encuentra en sus últimos suspiros, esta mujer trabaja como profesora de Historia, una asignatura que imparte de forma dogmática, como consecuencia de su educación conservadora, en la cual los hechos históricos son aquellos que se encuentra escritos en los libros, sin plantearse que puedan ser alteraciones de la realidad. Pero la ceguera de la docente se prolonga más allá, también afecta a su vida personal, disfrazando de felicidad su matrimonio con Roberto (Héctor Alterio), un hombre de negocios que ha crecido gracias a la dictadura. Ambos adoran a su hija, y la vida parece colmar sus expectativas, sin embargo también es una mentira. A su alrededor suceden cosas que no quieren ver, circunstancias inherentes a un régimen en el que las libertades son para aquellos que aceptan no ser libres, y para quienes sí desean la libertad, nada, tan sólo un trato similar, sino peor, al recibido por su amiga Ana (Chunchuna Villafaña), quien ha regresado del exilio y confiesa a Alicia su propia experiencia; una cruda realidad que sembrará la incertidumbre en la mente de su amiga. A partir de esa conversación, la profesora parece despertar a la realidad, al menos empieza a dudar de la comodidad que la mantenía alejada del sufrimiento y la crueldad que existía fuera de su burbuja. Conocer de la propia voz de Ana la noticia de que miles de madres fueron despojadas de sus bebes le obliga a plantearse la procedencia de su pequeña, el alma de la casa, esa criatura que años antes Roberto había traído al hogar sin más explicación que su presencia. La historia oficial es un duro drama que muestra, desde la perspectiva de esa profesora conservadora de clase acomodada, como la realidad puede ser adulterada y ocultada, una versión oficial que no concuerda ni con los hechos, ni con las ausencias, ni con el sufrimiento de quienes sufrieron represiones o violaciones en su derechos más básicos. Alicia no ha vivido esas trágicas experiencias, ha vivido protegida por su propio deseo de no querer comprender que el poder que dominaba su país no era un poder elegido libremente, sino impuesto, y como toda imposición escogería como válida su propia versión, aquella que esconde la parte más oscura de la historia. La película del argentino Luis Puenzo es una excelente oportunidad para plantearse que no todo cuanto se enseña o se considera como verdadero tiene que ser un absoluto, incluso, ni siquiera tiene porque ser verídico. Además, La historia oficial expone una complicidad basada en el no lo sabía, fruto de la comodidad y el desentendimiento de parte de una sociedad que asume como natural los sucesos que acontecen dentro de una dictadura, una continúa ruptura de las libertades de aquellos que merecen ser defendidos y respetados por encima de cualquier versión oficial, porque ellos también forman parte de la verdadera historia, la humana.
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