La señora Warren (Ethel Barrymore) advierte a Helen (Dorothy McGuire), en varias ocasiones, que debe abandonar la casa esa misma noche. Esta señora, condenada a permanecer postrada en su cama, sabe algo, por eso teme por la joven que ha acogido en su hogar mucho tiempo atrás. Helen es una muchacha soñadora, romántica y de buen talante, sin embargo tiene un problema, no puede hablar. Esta característica no sería ningún inconveniente si no hubiese por el vecindario un asesino que mata a mujeres con algún defecto físico; por este motivo el policía del pueblo (James Bell) se presenta en la mansión de los Warren y advierte al profesor Warren (George Brent) que se ha producido un nuevo asesinato y que debe vigilar a Helen, posible víctima del psicópata. Así como aprovecha para preguntar tanto a Stephen (Gordon Oliver), su hermanastro, como a él si habían salido esa tarde. La casa está repleta de gente: empleados, familiares y, por supuesto, Helen; en apariencia, allí se encuentra segura, sin embargo, la cámara, por un instante, ha realizado un primer plano de unos ojos que se reconocen como los del asesino, que observan sumidos en una especie de locura que advierte del peligro que corre esa joven que se mira al espejo y que en caso de necesidad no podrá gritar para pedir auxilio. La llegada del doctor Parry (Kent Smith) relaja la situación, más aún cuando decide sacar esa misma noche a la mujer que quiere curar, proteger y amar. Él ha descubierto el motivo de la falta de voz en Helen: el fuerte shock emocional sufrido en su infancia. El doctor sabe que puede ayudarla, y le insiste en que debe creer en esa posibilidad. Pero antes de que pueda sacarla de la casa, una llamada de emergencia provoca que Parry deba irse sin ella, pero con la promesa de que pasará a recogerla. A partir de ese instante la casa parece cobrar vida, las ventanas, las puertas, las escalera, las sombras... parecen acechar a una joven que no sospecha y que se siente segura. La escalera de caracol (The spiral staircase) muestra la angustia de esa mujer cuando comprende que se encuentra atrapada, que no puede pedir ayuda porque no es capaz de gritar o de hablar cuando la telefonista le pide que diga el número con el que desea contactar, dicha imposibilidad y la consciencia de haberse equivocado en sus juicios la aterrorizan, ¿qué puede hacer?, ¿descender por unas escaleras oscuras y liberar a su única esperanza? o ¿encontrar ese arma que anteriormente se encontraba en la habitación de la señora Warren? Sea como fuere, los minutos de Helen están contados, el asesino ya se lo ha advertido, diciendo que no hay lugar para la imperfección, una locura que viene de su pasado y que le ha convertido en un psicópata inteligente y despiadado. La escalera de caracol es otra magnífica muestra del cine realizado por Robert Siodmak, director con un buen número de obras maestras y, por desgracia, un desconocido para las nuevas generaciones de espectadores, claro está, salvo las afortunadas excepciones.
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