Cinco mil millones de seres humanos perecieron entre 1996 y 1997, esa es la única verdad que conoce James Cole (Bruce Willis), pero ¿y si su verdad no lo fuera? Cierto que solo hay una verdad, pero pueden existir varias realidades que la expliquen o interpretaciones dispares de esa “verdad apocalíptica” que Terry Gilliam toma de excusa para adentrarse en la fantasía, en los límites de la realidad y la irrealidad, y en un espacio donde ambas se confunden para conectar dos tiempos que generan el conflicto en la mente del protagonista. Inspirándose La Jetee, el magistral fotomontaje de Chris Marker, Gilliam crea un espacio para la locura y la cordura, un espacio donde un ser quijotescos intenta recopilar datos sobre el pasado, para él, de la raza humana, cuando estuvo al borde del extermino, tras la liberación del virus mortal que les ha condenado a permanecer bajo tierra. En su mundo, y con su condición de preso, a Jason Cole (Bruce Willis) no le queda otra que ser voluntario a pesar de no haberse ofrecido; sin desearlo, debe arriesgarse y subir a la superficie donde observa y recoge muestras vivas para que los científicos que dominan en el subsuelo puedan encontrar el antivirus que devuelva a la humanidad al mundo exterior. Cuando regresa de su misión los líderes del "inframundo" deciden confiarle un nuevo encargo, no sin antes informarle de la época a la que piensan enviarle, porque en ella actúa el ejército de los “12 monos”, los presuntos autores del atentando. Su destino inicial sería 1996, pero un fallo en el viaje temporal provoca que aparezca en 1990, en un pasado que todos creen presente, salvo para él, consciente de que la amenaza que se cierne sobre la especie humana fue una realidad. En esa época equivocada sus palabras suenan como las de un desequilibrado peligroso, propenso a la violencia, que debe ser aislado y observado por Kathryn Railly (Madeline Stowe), la psiquiatra que no cree en la locura apocalíptica en la que su nuevo y extraño paciente insiste, pues este asegura una y otra vez que en 1996 la raza humana estuvo apunto de extinguirse; sin embargo, para quienes escuchan sus advertencias, estas no dejan de ser fruto de la locura.
El entorno donde se encierra a este antihéroe del tiempo no resulta muy diferente al que acaba de abandonar, salvo por el aire puro que respira y que le agrada, pero que no evita que descubra un mundo paranoico en el que realidad y locura se confunden, como sucede en la mente de su cicerone Jeffrey Goines (Brad Pitt) en el psiquiátrico, y como sucederá poco después en la suya propia. Drogado hasta las cejas, sometido a miles de preguntas, cuyas respuestas nadie cree, Cole se encuentra atrapado en un espacio desde el que no puede contactar con los líderes de su tiempo. Sin embargo, tras intentar escapar, y ser encerrado en una habitación sin posibilidad de escape, desaparece como por arte de magia. De nuevo se encuentra ante los científicos, quienes le reprochan los resultados de la misión sin que nada de lo que diga pueda servirle de defensa, y una vez más se presenta como voluntario a la fuerza para realizar un nuevo viaje, esta vez a 1996. Oscuridad, ruido de balas, barro, gente gritando en un idioma que no entiende,... Cole se encuentra muy lejos de ese año al que nunca parece llegar, rodeado por una confusión que semeja una especie de guerra en la que los hombres se matan sin saber que su futuro, pasado para él, ya les deparará el exterminio. Cole no debe estar allí, tampoco el herido en quien reconoce a José (Jon Seda), uno de los suyos. Un nuevo salto temporal y por fin se encuentra en el momento correcto, donde espera encontrar alguna pista que le conduzca al ejército de los “12 monos” y, si se da el caso, a Kathryn, de quien se ha enamorado. ¿Se acordará de quién soy tras seis años para ella y unos minutos para mí? Gracias a un panfleto publicitario puede preguntárselo, ya que la doctora Reilly se ha convertido en una psiquiatra famosa que se dedica a dar conferencias sobre visionarios apocalípticos.
¿Es verdad o es una alucinación paranoica? No tardará en llegar el momento en el que Cole también asuma que su creencia pueda ser una divergencia en su personalidad, así pues Cole se reillyfica, al tiempo que Reilly se coleifica cuando descubre que las palabras de su secuestrador pueden ser ciertas. La doctora asume la locura de Cole como verdad, mientras que Cole asume su verdad como una locura que se ve sugestionada por la postura inicial de la doctora; ya sólo desea que Reilly tenga razón y todo sea fruto de su imaginación, más aún cuando Jeffrey Goines le acusa de ser el responsable del plan que él pretende llevar a cabo. Así pues, James Cole tiene un único deseo, quiere permanecer al lado de Kathryn en ese mundo donde se puede respirar aire puro y ver el sol, un mundo ajeno a los catastróficos hechos que se ciernen sobre él mientras vive inmerso en la locura de creerse a salvo. Sin embargo, los deseos y la realidad pocas veces coinciden, ni tan siquiera se aproximan, por ello, la pareja Cole-Reilly se encuentra condenada a conocer un futuro-pasado que nadie cree y que significa el fin de la raza humana tal y como se conocía hasta entonces. El universo imaginario de Terry Gilliam se muestra en todo su esplendor en Doce monos (Twelve Monkeys), perfectamente desarrollada por un director que puso en juego ese talento demostrado con anterioridad en películas como Brazil o El rey pescador, historias que le permitieron mostrar que pueden existir otras posibilidades que no tienen porque ser las establecidas; de este modo, Cole es el único ser consciente dentro de un entorno donde observa una especie de locura que se considera real y normal, circunstancia que le desespera y que le hace replantearse sus advertencias, suplicas o actuaciones, y que le impulsa a querer ser un loco más en un mundo donde se le considera un desequilibrado peligroso, porque lo que dice no tiene ningún sentido, simplemente porque así está definido como también lo estaba que La Tierra era plana o que los microbios no existían porque ¿cómo puede existir algo que no se ve o que no ha ocurrido?
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