jueves, 24 de septiembre de 2020

Naturaleza muerta (2006)

China quiso ser una potencia, emular y superar a las naciones más desarrolladas; ser ella misma líder económico y puntal tecnológico. Lo consiguió, pero, como el resto de las grandes potencias, olvidó o pasó por alto que Desarrollo y Progreso no siempre son lo mismo. Aún más, todas parecen olvidar que el desarrollo (industrial, económico, tecnológico,...) sin progreso humano es desarrollo muerto.


La propia China podría ser como la ciudad en descomposición y construcción que Sanming (Sanming Han) y Shen Hong (Tao Zhao) recorren por separado. Cada uno busca algo del pasado, porque pretenden algo de un futuro por venir (ella) y recuperar a alguien valioso del ayer (él). Escribía que China podría ser como Fengje, en parte ya anegada por las aguas del Yangtsé y en parte en demolición. Algunos edificios son escombros, otros lo serán en breve, después de salvar el material que pueda reutilizarse, pero el cambio ya es inevitable. No hay vuelta atrás, se ha dado el paso y el proyecto ideado décadas atrás cobra cuerpo en la gigantesca presa de “las tres gargantas”. 

La población vive a la espera, contagiada de ese instante suspendido y de suspense, consecuencia de una visión que va más allá de la construcción que cambia el paisaje. La sociedad china vive su transformación, global, vive el liberalismo económico, vive el desarrollo de una dictadura capitalista que entierra su pasado. Esto queda perfectamente expuesto en Naturaleza muerta (Sanxia haoren, 2006): hay un ayer bajo el agua, un presente de tránsito en superficie y la transición en el aire hacia un mañana que nadie puede asegurar cómo será, aunque lo que vemos y no vemos en pantalla apunta hacia un futuro un tanto deshumanizado.

Jia Zhang-ke observa el momento, contempla las Tres Gargantas, lo hace a través de los ojos de los dos personaje que llegan a lugar por motivos similares; ambos buscan a alguien del pasado. En el caso de Sanming, pregunta por su mujer y por su hija, a quienes no ve desde dieciséis años atrás. Menos tiempo lleva Shen Hong sin saber de su marido, de quien apenas ha tenido noticias en dos años. Los dos protagonistas transitan un espacio en transformación -como sucede con el país-, lo hacen tan desconcertados como los testigos de su caminar, de su búsqueda y de sus encuentros. Como público, también somos testigos de la naturaleza muerta, la ciudad en sí, toda ella lo es, sus edificios, sus piedras, sus calles, un espacio urbano moribundo y ajeno a las personas que al tiempo la habitan y no pueden habitarlo, puesto que ellos también existen en un proyecto, entre la vida pasada y la futura, en ese instante durante el cual el liberalismo económico se impone sin mirar atrás y sin preocuparse de su impacto humano.


La China de Naturaleza muerta vive su paso hacia una modernidad que no necesariamente implica evolución, más bien, las imágenes, apuntan lo contrario. Hay preocupación en Jia Zhang-ke, que mira con sensibilidad, pero no aparta sus ojos de esas aguas que ocultan un ayer e iluminan una nueva era: representada por la presa y la energía que ilumina el nuevo puente, colosal, moderno y ajeno a las dos historias que no cruzan sus caminos, aunque formen parte de la misma naturaleza y del mismo espacio. Quizá Sanming y Shen Hong hayan coincidido, mientras miran el río, y no se dieran cuenta, puesto que uno mira el pasado y la otra el porvenir. De cualquier manera, sus miradas contemplan también el ahora, la desintegración o desaparición de un algo que será ocupado por otro algo distinto, más moderno, quizá más inhumano, pero ambos continúan su recorrido con cierto grado de esperanza...

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