martes, 29 de septiembre de 2020

Stray Dogs (2013)



No me convence ninguna introducción de las que he barajado, así que seré directo y me limitaré a señalar que Tsai Ming Liang pinta más que filma, apenas mueve la cámara, lo mínimo necesario, prefiere componer con una sucesión de planos y encuadres en los que entran, salen o permanecen los personajes. Stray Dogs (Jiao you, 2013) se detiene en la marginalidad y en la soledad, atiende a una familia expulsada de cualquier espacio de bienestar. Sobreviven en la periferia, sin que nadie, salvo el cineasta, les presta la menor atención. Viven en fragmentos de soledad que Tsai Ming Liang prolonga en el tiempo, sin apenas palabras, a lo lejos los sonidos urbanos y, en la cercanía, el silencio. El cineasta malayo-taiwanés presta máxima atención, contempla a través de su cámara, apuesta por la inmovilidad o por mínimos movimientos que le permiten observar a un padre, a sus dos hijos, juntos o por separado, y a una mujer quizá obsesionada con los olores y la limpieza.

El adulto trabaja portando pancartas publicitarias e igual debe pasar la jornada laboral de pie, en un cruce vial donde, llueva o sople el viento, permanece estático, sin opción a escapar, atrapado entre el movimiento de autobuses, coches y motocicletas que no dejan de rozar su cuerpo; como si su existencia fuese la inexistencia, o un espacio que el resto ve vacío. ¿Siente impotencia? ¿Siente la necesidad de llorar? El hombre soporta el dolor, lo silencia cantando y continúa aguantando estoicamente, en un largo primer plano, la sumisión a un trabajo inhumano, que desvela una realidad social hiriente.

El ritmo pausado de Stray Dogs obedece a la estática de su cuerpo físico, es su manera de atrapar el tiempo y desvelar su esencia: la soledad no buscada, aquella que acompaña y envuelve a los protagonistas, a quienes vemos lavándose los dientes en un aseo público, compartiendo un colchón en un cuarto abandonado o comiendo a la intemperie. En un film humano y pausado como este se come y también se pasa hambre, se concede importancia a momentos cotidianos, a hechos vitales. La comida es vital, y ellos no olvidan alimentarse, también los son otras necesidades, como orinar o lavarse las manos o los dientes. Todo ello queda recogido por el ojo del cineasta de origen chino-malayo. Él contempla individuos vivos, atrapados en el mundo periférico donde su cámara puede permanecer en un mismo punto durante minutos, sin alterarse, encuadrando de fondo el mural que la mujer mira en su soledad o cuando, en compañía del hombre, no están juntos aunque se rocen, se encuentran en la distancia de dos soledades, sin decir palabra; dudando, el hombre, sí realizar algún movimiento que le acerque o soportando, la mujer, la aflicción que amenaza llanto...

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