domingo, 6 de septiembre de 2020

El negro que tenía el alma blanca (1927)

Sus inicios en el cine se remontan a 1914, cuando dirigió, escribió y protagonizó Hombre o mujer. Posteriormente, adquirió fama dando vida a Peladilla, un personaje, otro entre tantos, que imitaba o asumía rasgos chaplinescos, pero sin lograr captar la verdadera esencia de Charlot, que no era tarea sencilla: era imposible, ya que, para captar la esencia del vagabundo, habría que ser el propio Chaplin. Pero la importancia de Benito Perojo en el cine español está fuera de duda, de hecho, no la adquirió como imitador, sino como el creador cinematográfico que intentó un tipo de cine mundano y moderno. En El negro que tenía el alma blanca (1927), casi lo logra: Perojo se internacionaliza y se muestra cosmopolita (charlestón, paisajes parisinos, localizaciones veraniegas en la costa francesa, el ámbito teatral y locales de moda), incluso, si dejamos de lado la falta de profundidad de su mensaje, trasgresor. Años después, el director de Malvaloca (1927) volvería a rodar una nueva versión de la novela homónima de Alberto Insúa, pero la primera adaptación, esta de la que hablo, la silente, se expresa mejor y resuelve situaciones con hallazgos técnicos tan destacados como el sueño-pesadilla que sufre Emma (Conchita Piquer) después de conocer a Peter Walden (Raymond de Sarka). Según parece, esta escena onírica, en la que el alma de un negro secuestra a la de la chica blanca, y la lleva al interior de la boca de un gorila gigante donde aguarda Peter, fue obra de otro pionero del cine español, el aragonés Segundo de Chomón. Pero El negro que tenía el alma blanca no solo destaca por logros técnicos o por alargarse más de la cuenta en los pasos de charlestón que la pareja se marca ante el respetable, que les admira y les aplaude. No, no se trata del “baile epiléptico” que da fama a Peter, cuando decide dejar atrás su existencia servil en el seno del hogar aristocrático donde su madre vivió como esclava y sirviente.



En cuanto al mensaje pretendido, Perojo no puede ser más claro: no hay que juzgar a los hombres por el color de su piel. Pero si se profundiza en las conclusiones a la que llega el cineasta, y supongo que también las de Alberto Insúa en su novela (que no he leído), su postura se antoja conservadora, a pesar de las buenas intenciones. Es conservadora porque es de otra época, no de hoy (con lo que esto supone cuando se ve un film que tiene casi un siglo de existencia), además es paternal en grado sumo. Quizá donde el paternalismo se note más es en el propio protagonista, que tiene mentalidad de hombre blanco y sufre por no ser blanco. <<Si fuera blanco, podría aspirar al corazón de Emma>>, confiesa su dolor al padre de la chica de la que se ha enamorado sin remedio (y de manera un tanto forzada por la necesidad de la historia). Este rechazo es bueno para los autores, pues resulta que ahí es donde insertan su discurso, un tanto superficial, como ya he apuntado arriba, puesto que no lo tratan como un problema social creado por la propia sociedad, más bien lo asumen como algo personal o individual, fruto de la ignorancia, en este caso de Emma, la mujer blanca de la que se enamora y a la que ayuda a triunfar, pero que no le corresponde (como él quiere) porque el color de su piel es diferente. Si bien el mensaje es progresista o pretende serlo, resulta un tanto conformista en su manera de querer progresar, puesto que retrocede lo ya ganado: al inicio de la película, el bailarín llega a Madrid con una mujer blanca y el rótulo dice que es la envidia de los hombres y el sueño de las mujeres. ¿Qué sucede entonces? Sucede que no apunta un racismo real, solo melodramático, el que le permite a Perojo llevar a cabo su propuesta y, a este respecto, el film es ejemplar. Todos son buenos con Pedro Valdés (su verdadero nombre), salvo el hijo de la Marquesa, por quien se marchó del que había sido su hogar, como se descubre en la analepsis en la que se explica su origen y su enorme éxito, o la mujer que -inicialmente descubrimos con el rostro ennegrecido por el carbón, presagio de lo que vendrá- siente temor al estar frente a frente con el hombre negro, el mismo a quien, después de rechazar, le unirá el baile, el éxito y la gratitud, pero a quien no puede acercarse, al ser incapaz de superar la distancia de la piel...

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