lunes, 21 de septiembre de 2020

An Elephant Sitting Still (2018)


¿Dónde está la esperanza? ¿Existe? ¿Y la felicidad, aunque solo sea su promesa? ¿La hay? No en ese espacio vacío de gracia por dónde transitan cuatro almas que se desangran en busca de qué. Nada, eso es lo que buscan o encuentran en su caminar, porque, para ellos, no hay más. Para que luego se quejen caricaturas e histriones cinematográficos que reprochan al mundo el no haber vivido un instante de felicidad. Que introduzcan en sus maletas su parte de responsabilidad, de culpa, de compasión, salgan de sus películas y se acerquen al páramo de An Elephant Sitting Still (2018), y verán, si miran hacia atrás, lo feliz y afortunados que habían sido en su superficialidad y sus quejas.

Los protagonistas de An Elephant Sitting Still sufren, pero no se quejan, ni pueden exteriorizar su dolor con palabras, excesos o muecas. En un determinado instante, quizá uno se compadezca en un susurro y diga que <<mi vida es como un basurero. Los deshechos no paran de acumularse>> u otro concluya su brevedad existencial con un rotundo y definitivo <<el mundo es repugnante>>. Viven y sobreviven en basureros de egoísmos y miedos, desentendiéndose y desatendidos.

El dolor y la “basura“ les ataca, ya forman parte de ellos, impide relaciones, elimina cualquier gesto generoso y vuelve el entorno gris, mucho, demasiado. Ese gris por donde transitan sin saber si en algún momento dejarán de sentir la aflicción y el pesimismo que les acompaña y pesa como losas en interiores y exteriores donde la luz no brilla. No puede haber brillo ni luminosidad en una ciudad gris, en un mundo repugnantemente gris.

Hu Bo solo pudo realizar un largometraje, tras el cual, el silencio, pero dejó una obra brutal, de difícil clasificación, una obra de sufrimiento, de pesimismo, de derrota ante un espacio humano insolidario que sitúa a los personajes al límite, entre la supervivencia y la muerte. Sus imágenes, hipnóticas y dolorosas, son un grito silencioso, de desesperación y búsqueda de una salida que no se encuentra en Manzhouli o puede que sencillamente ya no exista en el espacio deshumanizado y gris. No hay un momento de luz, no hay respiro, las heridas no cicatrizan, ni lo harán, sangrarán siempre, hasta desangrar sus cuerpos. No hay felicidad en el camino de cuatro vidas cruzadas e infelices, que existen sin ya esperar vivir. Cada uno tiene su historia, de adolescentes, adultos y ancianos, de humanidad deshumanizada. Sienten la imposibilidad, que les persigue, y la angustia de la que quieren huir, aun conscientes de no poder hacerlo.

Atrapado en sus planos secuencia, en su desesperación romántica y en su realismo formal, tomo prestadas palabras de Seijun Suzuki (con las que se refería a la flor del cerezo)1 y me digo que, ante las imágenes filmadas por Hu Bo, <<surge todo tipo de pensamientos flotantes en la superficie, pensamientos sobre la soledad, el nihilismo, la vida, la muerte. Si esos pensamientos son realmente tuyos o el resultado del hechizo...>>, de lo que vemos y de lo que nos hace sentir la película, es tema para reflexionar aparte, mirando dentro, quizá buscando cuál es la responsabilidad en nuestro gris, que va formando parte del paisaje. Ante tal cantidad de desesperanza y dolor acumulado, solo cabe decir que An Elephant Sitting Still llora sin lágrimas, sin alzar la voz, en apenas suspiros, consciente de que de nada le vale gritar, solo contemplar y recorrer el medio en busca del resquicio que le permita esperar el instante que puedan salir y echar un vistazo a otro lugar, a otro espacio quizá igual de gris, quizá un poco más claro...

1.Seijun Suzuki. El desierto bajo los cerezos en flor: el cine de Seijun Suzuki.

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