miércoles, 10 de abril de 2019

Diplomacia (2014)

Para quienes temen que les desvelen partes y finales de las películas, el cadáver de El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard; Billy Wilder, 1950) o los films basados en hechos históricos quizá sean algo así como los aguafiestas cinematográficos, ya que, salvo los narrados por el cuerpo que flota en la piscina (cuya historia tiene mucho de real), las circunstancias que exponen los segundos y sus resoluciones finales se basan en realidades sabidas, en hechos y desenlaces como los expuestos en Diplomacia (Diplomatie, 2014) o ¿Arde París? (Paris Brûle-t-it?, 1966). Por fortuna, París no ardió. Esto nadie lo ignora, aunque puede que nunca sepamos lo cerca que estuvo de verse reducida a cenizas. Aún hoy, solo podemos especular con los motivos que llevaron al gobernador militar alemán a no dar la orden de detonar las cargas explosivas que había mandado colocar en diversos puntos estratégicos de la hermosa capital francesa. En la adaptación que René Clement realizó de la novela de Larry Collins y Dominique Lapierre observamos la liberación parisina desde diferentes perspectivas y personajes, entre ellos, los de Gert Fröebe y Orson Welles, dos de los numerosos rostros conocidos que se dejaron ver en esta superproducción. Respectivamente, Fröebe y Welles dieron vida al general Dietrich von Choltitz y al cónsul sueco Raoul Nordling, pero sus personajes, como el resto, no dejan de ser presencias delimitadas por la necesidad de dar cabida y conceder minutos al nutrido elenco de actores y actrices que fueron el reclamo del film. Estos dos personajes, basados en sus reales homónimos, reaparecen en Diplomacia con los rasgos de Niels Arestrup y André Dussollier para cobrar el protagonismo absoluto de la jornada en la que se decide el futuro de París y de sus habitantes. En el oficial prusiano interpretado por Arestrup y en el diplomático sueco a quien dio vida Dussollier recae el peso de la propuesta que Volker Schlöndorff realizó a partir de la obra teatral de Cyril Gely, la cual especula sobre la posibilidad de que el segundo fuese el artífice de convencer al primero para que incumpliese un mandato aberrante, fruto del resentimiento de un hombre desequilibrado y dominado por la sinrazón. ¿Cuánto hay de verdad y de mentira en lo que se expone en pantalla? La única verdad segura es que la capital francesa se salvó de la quema ordenada por Hitler. Quizá por el intento de Choltitz de sobrevivir a la inminente derrota o porque en último momento asumió las implicaciones humanas e históricas que conllevaría volar por los aires la Ciudad de la luz  Siempre interesado por este periodo de la historia, el responsable de El tambor de hojalata (Die blechtrommel, 1979) conjetura sobre qué sucedió aquella madrugada del 25 de agosto de 1944, durante la cual el oficial alemán al mando desobedeció el mandato directo del líder nazi. Hijo y nieto de militares, el Choltitz que observamos al inicio del film es, ante todo, un soldado que cumple las órdenes sin en apariencia reflexionar sobre las consecuencias de volar los puentes sobre el Sena, las estaciones o los monumentos parisinos. Aparte de su ataque de asma, descubrimos que comprueba los planos y repasa los puntos estratégicos donde se han colocado las cargas. En ese instante, está convencido de ejecutar una orden que sabe innecesaria, fruto de la venganza de quien mal rige el destino de su país. Borrar París del mapa, carece de importancia estratégica, pero sí parece reconfortar a Hitler, y contrariarlo podría significar la muerte de la familia del general. Esto lo descubrimos a partir del careo que mantiene con Nordling, quien, cual fantasma, hace acto de presencia en la habitación del gobernador. Su cara a cara es el eje de Diplomacia, una película que encuentra sus mayores virtudes en no excederse en su metraje, en la dirección de Schlöndorff, capaz de transformar en cinematográfico el material teatral que adapta, y sobre todo en el duelo interpretativo que mantienen Dussollier y Arestrup, dando vida a dos hombres que exponen sus motivos para posicionarse ante una situación límite que ambos saben que se cobrara la práctica totalidad de las vidas de los millones de parisinas y parisinos que esa madrugada de agosto de 1944 aguardan en sus casas y en las calles la inminente la liberación.

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