sábado, 20 de abril de 2019

Hiroshima mon amour (1959)


<<Igual que tú, estoy dotada de memoria. Y conozco el olvido>>

El cine y la literatura rompen las distancias espaciales y temporales, pero dicha ruptura espacio-tiempo ni es de su exclusividad ni tampoco novedosa, y no lo es, porque tuvo y tiene su origen en la mente humana, desarrollada mucho antes de que ambos medios de expresión fueran posibles. Se originó en pensamientos que traen al hoy, el ayer y el mañana. Hablamos de un lugar subjetivo donde se confunden o entremezclan imágenes, impresiones, emociones e interpretaciones, hablamos de la memoria, de la imaginación, de la ensoñación, y de la realidad como partes que se citan en un todo: nosotros. Esto me lleva a recordar a Alain Resnais y a Hiroshima mon amour (1959), su primer largometraje de ficción, y también Van Gogh (1948), Guernica (1951), Noche y niebla (Nuit et brouillard, 1955) o Toda la memoria del mundo (Toute la mémoire du monde, 1957), cortometrajes documentales en los que ya asomaba el interés u obsesión del cineasta por la memoria y el olvido, su poética del tiempo y sobre el tiempo. Tiempos que a veces no podemos rememorar porque no los hemos vivido, de modo que solo pueden evocarse desde recuerdos ajenos. Eso haré al nombrar el festival de Cannes de 1959, donde François Truffaut se alzaba con el premio a la mejor dirección por Los cuatrocientos golpes (Les quatre cents coups, 1959) y Resnais obtenía el aplauso unánime cuando fuera de concurso presentó Hiroshima mon amour. En el certamen, ambas confirmaban el triunfo de un "nuevo" tipo de cine, que no tardaría en cobrar prestigio y popularidad entre el público de la época: era la consagración definitiva de la denominada Nouvelle Vague que un año antes había encontrado en El bello Sergio (Le beau Serge; Claude Chabrol, 1958) una de sus primeras muestras cinematográficas. Ese 1959 francés también fue el año de Le signe du lion (Eric Rohmer, 1959) y de Al final de la escapada (A bout de souffle, Jean-Luc Godard, 1959). De entre estas primeras muestras de la nueva ola francesa, mi predilección se decanta hacia los films de Truffaut y Resnais.


Mi predilección es una cuestión subjetiva, fruto de la relación que establezco entre aquello que veo y mi interpretación al recordarlas: en 
Los cuatrocientos golpes, la nostalgia, evocadora de un tiempo personal expuesto por Truffaut como si se tratase del ahora, en la película de Resnais, la memoria atemporal. El film de Truffaut es más cercano, su narrativa así lo exige, mientras que la exposición de Hiroshima mon amour resulta más rupturista y compleja, quizá inclasificable, al asumir el recuerdo como el destierro del olvido y el olvido para retener el recuerdo. Así dicho, suena contradictorio, aunque solo si obviamos que Resnais rompe la linealidad espacio-temporal para acercar el ayer al hoy, y viceversa, a través de dos cuerpos unidos que se empapan de gotas que podrían ser de sudor o de ceniza. Sus voces hablan y se contradicen. <<Conozco Hiroshima>> <<No conoces nada en Hiroshima>>. Desde la voz femenina (Emmanuelle Riva) y la masculina (Eiji Okada) accedemos a imágenes del horror, de las consecuencias de aquella bomba que perdura en el recuerdo y en el olvido de Hiroshima, del que según él ella nada sabe, pero que ella no ignora. Aquel mismo día de agosto no es igual de espléndido en el París liberado que en los infernales diez mil grados de temperatura en Hiroshima; un mismo día, una jornada totalmente distinta. Los cuerpos desnudos pertenecen a dos amantes desconocidos en una ciudad renacida de las cenizas atómicas, que perduran en la memoria visual filmada por Resnais, aunque sin lograr el protagonismo.


En su guion, publicado después del estreno de la película,
Marguerite Duras escribe que <<esta historia personal se impondrá siempre a la historia demostrativa de Hiroshima>>, de modo que la historia subjetiva, de amor, de pasión, de dolor, de acercamiento y de distancia a través de dos amantes que hablan y callan, que se desean y comparten un instante de pasión y un momento de evocación, es la encargada de traer al presente el recuerdo de Hiroshima, pero sobre todo rememoran el primer amor de la actriz francesa interpretada por Riva, su dolor en Nevers, de su encierro, su locura, su recuerdo y su olvido de Nevers. Nevers es el ayer del dolor ante la muerte del primer amor (y el dolor de sobrevivir a su pérdida), pero también es el hoy en el que ella se libera y comparte con su amante japonés un momento que ha mantenido encerrado en algún lugar entre el ser y el no ser, entre el recuerdo y el olvido. Ella vive en esos dos tiempos que se unen y se distancia en la intimidad del suspiro presente, que ya empieza a olvidarse y a ser recordado en ese mismo instante de pasión, de deseo, de adiós y de imposibilidad. En apariencia satisfechos en sus matrimonios y con sus vidas anteriores a su encuentro quizá fortuito, quizá buscado, el hombre y la mujer son conscientes de la brevedad-eternidad que les une en la habitación de hotel donde yacen juntos; donde sus cuerpos, sus pensamientos, sus palabras y las imágenes del pasado de la mujer se entremezclan para dar forma a esta película, distinta, que traspasa los límites convencionales para visualizar a través del montaje, de las palabras y del pensamiento que se hace audible, ideas, sensaciones, emociones y espectros del ayer, del hoy y del mañana. La pareja pudo haber sido cualquier, pero son ellos, el lugar Hiroshima, pero no el espacio físico que asoma en varios momentos del film (aquel en el que se rueda la película pacifista que rememora el desastre atómico y los extras se manifiestan para que no se repita). El Hiroshima que comparten existe en la distancia, en el espacio del amor y de la imposibilidad de retener ese mismo amor, que se perderá o vivirá entre el olvido y el recuerdo. <<Me acordaré de ti como del olvido del amor mismo>>.

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