jueves, 11 de abril de 2019

La Marsellesa (1937)


El cine, la literatura, la música, la pintura, la publicidad, el imaginario y las creencias populares se unen al paso de los años, décadas y siglos, para generar y mitificar en el colectivo símbolos de un momento histórico, pero, al tiempo, provocan que esos iconos pierdan parte del significado real que tuvieron en su época. El devenir temporal también puede ser responsable de que una película rechazada en su día se mitifique o cobre valor con los años, y que un film mal recibido por la crítica, como fue el caso de 
La Marsellesa (La Marseillaise, 1937), sobreviva a quienes no quisieron o no supieron ver sus aciertos. Quizá no comprendieron que estaban ante un film vivo, por momentos desenfadado consecuencia del aire de camaradería y de libertad que respira, que no recrea hechos, sino que se centra en las personas anónimas que los hacen posibles. Personas que, si olvidamos que en la película son arquetipos, podrían ser cualquiera, pues ni son héroes ni villanos, simplemente son individuos corrientes como los seiscientos marselleses que se presentan voluntarios para marchar sobre París, donde pretenden poner fin a la tiranía del Antiguo Régimen con el que llevan luchando mucho antes del 14 de julio de 1789. Este es un día histórico para los franceses, un día que sirve a Jean Renoir de puerta de entrada a su homenaje al pueblo y a su recorrido revolucionario, el cual inicia con la figura de Luis XVI (Pierre Renoir) tumbado entre las sábanas de su lecho, atendido por uno de sus sirvientes y escuchando al súbdito que le informa de que el pueblo ha tomado la Bastilla. ¿Es una revuelta?, pregunta el monarca, medio dormido o poco espabilado; imagen que cumple la doble función de caricaturizar y humanizarlo. No, es la Revolución, el primer paso de otros muchos que el pueblo dará durante los siguientes minutos de metraje para transformar el reino en nación, y a los vasallos en ciudadanos libres y de pleno derecho.


Planteada la toma de la Bastilla y presentado uno de los protagonistas históricos, el cineasta avanza su relato hasta 1790 y se detiene en una sala donde la injusticia aristocrática condena a galeras a un hombre por matar a la paloma que le iba a llenar su estómago vacío. Pero este individuo, ayudado por otros ciudadanos, logra escapar y se oculta en las montañas donde se produce su encuentro con los dos personajes principales de esta producción histórica que 
Renoir logró financiar tras emitir una suscripción popular. <<Los que compraran acciones tendrían derecho a asistir gratuitamente a la proyección. Aquella idea me permitió la financiación de la película, lo que demuestra que se pueden hacer películas por suscripción, siempre que, evidentemente, no se cuente con ello para hacerse millonario>>*. Arnaud (Andrex) y Bomier (Edmond Ardisson) no pretenden enriquecerse, sueñan con hacer posible la trinidad civil igualdad, fraternidad y libertad. Pero en el momento en el que el realizador de Una partida de campo (Une partie de campagne, 1936) nos los presenta, son dos fugitivos que se ocultan a la espera de regresar a Marsella y alzarse contra la tiranía que agoniza. Allí comparten comida, humor y amistad con el hombre de la paloma y allí comprendemos que Renoir nos habla de <<un momento en el que los franceses creyeron realmente que iban a amarse unos a otros. La gente se sentía conducida por una ola de generosidad>>*, y esa <<ola>> remite a la fraternidad, uno de los tres pilares del eslogan revolucionario. En los voluntarios marselleses se observa la camaradería, la ilusión, el buen humor y como hacen suyo el himno del ejército del Rin, un himno que pasará de unos a otros hasta convertirse en el símbolo musical de su lucha. Pero la libertad cuesta, y la igualdad es una quimera que en el tiempo de exhibición de La Marsellesa aún era un imposible, de ahí que se pongan en boca de la madre de Bomier palabras en apariencia dirigidas a su hijo, antes de que este parta hacia París, pero que podrían ser palabras dirigidas a los habitantes de cualquier época: <<créeme siempre habrá ricos y pobres. No seréis vosotros quienes cambiaréis el mundo>>. Estas palabras confirman la existencia de diferencias sociales y económicas más allá de la Revolución Francesa, que en el film avanza como una <<ola de generosidad>> y de camaradería, pero también de lucha y de liberación, un ejemplo de esto lo encontramos en la figura de la ciudadana cuyo discurso cobra el protagonismo absoluto en la sala de la asamblea de Marsella donde se debate el envío de los voluntarios. Con la llegada de los marselleses y de otros ciudadanos a la capital se produce el asalto a las Tullerías, poniendo fin a la monarquía francesa, el principio del fin del Antiguo Régimen, el cual, a pesar de las palabras de Goethe —<<En este lugar y en este día ha comenzado una nueva época para la historia del mundo>>— que cierran la película, aún resistiría en Europa hasta la Gran Guerra (1914-1918).


*Jean Renoir. Mi vida y mi cine (de la traducción de Rafael del Moral). Akal, Madrid, 2011

2 comentarios:

  1. No la conocía y me ha despertado interés por verla . Sin duda será interesante . Gracias .

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    1. De nada. Personalmente, me resultó interesante. En mi caso, el cine de Renoir siempre me aporta algo (casi siempre mucho). Espero que la veas, y te guste, y ya nos comentarás tu impresión.

      Saludos

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