viernes, 30 de septiembre de 2022

Arte oficial y Arte disidente

Maksim Gorki

El realismo socialista quiso matar el arte que sus seguidores llamaron burgués e imperialista, pero el arte no nace de la ideología que pretenda imponer el régimen de turno ni del sistema económico de su época, aunque la época influya en los artistas de forma dispar. El arte nace de la expresión individual de la persona, de sus inquietudes y experiencias vitales, de la lucha entre su yo interior y el nosotros exterior, del enfrentamiento razón, emoción, ilusión, de lo inasible, digamos el alma donde suenan por primera vez las notas musicales o los versos que compondrán los poemas, donde se dibujan las líneas y colores que serán otros sobre el lienzo o donde se da a luz a los personajes que van madurando sobre el papel hasta cobrar su forma definitiva en su mundo de novela. Incluso en Maksim Gorki, a quien se considera fundador del realismo socialista literario, existe la contradicción y un arte que no podría llamarse ni burgués ni proletario, sencillamente habría que llamarle el arte de Gorki.

Isaac Bábel

El realismo socialista pretendido por los soviéticos, exigido por Stalin y aceptado a regañadientes por unos y por convicción de otros, no evitó sino que creó disidentes como Isaak Bábel, quien inicialmente estaba de acuerdo con las ideas literarias de Gorki y después sería ejecutado en una de las purgas estalinistas (en 1940); Osip Mandelstam, que enloqueció camino del gulag; Boris Pasternak, acusado de subjetividad y de falta de perspectiva social; Mijaíl Bulgákov, amenazado y condenado al ostracismo; o el propio Gorki, quien, tras el asesinato de Kirov a finales de 1935, empezó a despertar del silencio cómplice en el que había caído tras su regreso de Italia (en 1932). Aunque estos fueron los menos, y en su mayoría fueron apartados; algunos de manera drástica, el caso de Bábel; mediante la censura de sus obras, las mejores novelas de Vasili Grossman; la detención y deportación, destino de la poetisa Anna Ajmátova, tras ser acusada de traición, o de Evgenia Ginzburg, quien narraría su paso por el gulag en “El vértigo”; el exilio, opción que se le dio a Yevgueni Zamiatin; o por trabas para realizar la actividad artística: a Vsiévolod Mayerhold se le clausuró su teatro, más adelante seria encarcelado, y, para sobrevivir, Pasternak tuvo que dedicarse a la traducción de obras de autores como Shakespeare.

Boris Pasternak

Cualquier política, movimiento, corriente o teoría que pretenda delimitar y codificar el arte está condenando al propio arte, que no se puede prever y menos establecer aunque se desee. Su búsqueda está ahí, siempre presente en la humanidad, desde que esta cobra conciencia de ser. Se busca en cada tiempo, desde las cavernas hasta la actualidad, con sus circunstancias, pero siempre hay un factor determinante que se repite: el ser humano que lo crea, ya que el arte como expresión de la belleza o de las miserias, de las distintas realidades de los artistas, de sus estados de ánimo, del miedo a la muerte o a la vida, de la búsqueda, del deseo y de tantos abstractos como puedan formarlo no puede ser objeto cosificado.

Anna Ajmátova

El arte no es una ciencia, aunque Stalin dijese aquello de que <<los escritores son los ingenieros del alma humana>>, o se hable, por ejemplo, de las Artes y de las Ciencias Cinematográficas. El alma humana no es una máquina que los escritores deban o puedan arreglar o hacer funcionar al gusto de ideologías de poder y el arte no es científico ni mecánico, aunque tengan sus formas —para emplearlas, para cambiarlas, para romperlas—, ni obedece a fórmulas matemáticas. De ser así, no sería arte, sería álgebra, análisis, estadística, geometría; seria el tipo de cine, literatura, pintura o música que repiten fórmulas y adormecen mentes. El arte no tiene que ver con la razón pura ni con la experimentación científica. El arte realista no es realista puro, porque no puede ser una realidad pura —imposible para el ser humano que vive y reflexiona cuanto vive—, sino la interpretación que del mundo hacen los diferentes autores, como tampoco el romanticismo, el expresionismo, el dadaísmo o el surrealismo pudieron escapar de la realidad de sus autores, que desafiaron, deformaron o destruyeron las reglas del arte dominante para crear sus propias realidades artísticas hasta que estas perdieron su razón e ilusión de ser.

Evgenia Ginzburg

No hay movimiento artístico que pueda limitar el arte, porque no puede limitar el alma humana que lo crea. No hay gurú ni maestro que pueda imponerle sus condiciones y sus restricciones. Los límites están en el propio artista, si es verdaderamente artista, en su sensibilidad, en sus riesgos, en su febril necesidad, incluso en su imposibilidad. Es su modo de expresar su sentir, su disentir, de exteriorizar emociones que, a veces, forman parte de un infierno interior que, de no ser expresado en obras artísticas, erosionaría o desangraría su ser; son sus tensiones, sus contradicciones, su realidad, la cual puede diferir de la de sus contemporáneos —eso que algunos erróneamente llaman adelantarse a su tiempo. El caso más claro o el más conocido es el de Van Gogh, vivía su tiempo e hizo su arte, que remitía directamente a su interioridad herida, desesperada. Pero hay muchos otros ejemplos. Miguel Ángel, Mozart, Shakespeare, Beethoven, Goethe y los primeros románticos alemanes, que vieron en Rousseau un ejemplo desbordante de pasión y de locura frente al racionalismo dominante de la época, Pushkin, Goya, Dostoievski, Rosalía de Castro, Gauguin, Joyce, Darío... de no romper con las normas que se les intentaba imponer en el arte, posiblemente también rompiendo muchos convencionalismos sociales y pagando el precio, ninguno habría existido, no habrían existido como los artistas que hoy consideramos genios. Hubiesen sido otra cosa, y sus nombres y su paso por la historia habrían caído en el olvido. No imagino o no quiero pensar el vacío que hubiese dejado la ausencia artística de los nombrados y de tantos otros.

Vladimir Maiakovski

El realismo socialista oficial no nacía en el alma del artista, ni pasión ni razón, no mezclaba contrarios en eterna lucha, más bien desbordaba devoción y sumisión por el mito proletario y popular que se pretendía imponer, el ideal ya no de la revolución bolchevique, sino del estalinismo posterior. Porque una cosa eran las ideas de Gorki y otras distintas las que se fueron imponiendo en los primeros años de la década de 1930 para crear un arte impersonal y disfrazar la propaganda de arte, que se convirtió en el arte oficial de la Unión Soviética —¡qué mal lo hubiese pasado Mayakovski!—, y posteriormente lo sería de los países satélites, lo que precipitó dos tendencias: el estancamiento del arte oficial y el brote clandestino del arte desesperado, disidente e incomprendido, en ocasiones suicida y loco, pero siempre vivo.

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