domingo, 18 de septiembre de 2022

Rogue One (2016)


Avanzado el metraje de La guerra de las galaxias (Star Wars. Episodio IV: A New Hope, George Lucas, 1977), un personaje les explica a los héroes de la función y a varios miembros más de la resistencia que un grupo de rebeldes ha sacrificado su vida para poder hacerles llegar los planos de la “Estrella de la muerte” que robaron en algún lugar que no recuerdo si dice. Ahí quedaba la información del hecho, pero sin explicar los detalles del robo que posibilitó la destrucción de la esfera imperial que se hizo añicos en la gran pantalla con el personaje del mítico Peter Cushing dentro. El británico daba vida al mismo gobernador que treinta y nueve años más tarde regresa en Rogue One (2016) gracias a la tecnología y al negocio en el que se había convertido la galaxia lejana de George Lucas y sin Lucas. Con la franquicia ya en manos de Disney Pictures, para lograr nuevos éxitos comerciales, la gigante empresarial puso en marcha una tercera trilogía, series televisivas y un proyecto escrito por Chris Weitz y Tony Gilroy que narra aquel instante previo al encuentro de Leia, Solo y Luke. El resultado fue Rogue One y, probablemente, se trata de la película más entretenida de la galaxia en manos Disney, aunque esto tampoco es mucho decir a favor de un film que se desarrolla por terrenos de tránsito habitual y siempre con la vista fija en su final, conocido de antemano, puesto que es el principio de la trilogía original; pero no por ello resulta menos heroico y efectivo para el público infantil y juvenil y para adictos a la saga. A todos ellos va destinado el producto. Ese final podría ser una cura para el miedo a la “revelación” que tanto sufre la actualidad cinematográfica, terror que, como temor, es más mental que real, puesto que conocer el final o de qué va la historia no altera el valor de una buena obra literaria ni de una película que ofrezca algo más que la búsqueda del efecto y de la sorpresa y, tras ellas, el vacío. Pero volviendo al interior de Rogue One, a partir del guion de Weitz y Gilroy, Gareth Edwards recupera en su film el tono de western y lo mezcla con el cine bélico de comandos suicidas, aunque el compuesto por lo seis magníficos espaciales se antoja más cercano al equipo y misión de Los cañones de Navarone (The Guns of Navarone, J. Lee Thompson, 196) que a los más subversivos Doce de patíbulo (The Dirty Dozen, Robert Aldrich, 1967). En realidad, la película es más de lo mismo, e incluso recupera parte de la estética de la trilogía original, pero tiene un ritmo narrativo con menos altibajos que las dos trilogías posteriores a los episodios IV, V, VI o que Han Solo (Ron Howard, 2018), en la que la mezcla western, cine juvenil y de ciencia-ficción no funciona, incluso llega a resultar ridícula.




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