Monicelli tomó contacto con el cine profesional gracias al premio obtenido en por una película aficionada que realizó junto a su primo. Sus primeros trabajos fueron de ayudante de dirección, él recordaba que encendiendo el cigarrillo del director o ayudándole a ponerse el abrigo. Eran trabajos que si bien no estaban relacionados con el cine propiamente dicho si le situaban en primera línea de rodaje. Pero esto ya es anecdótico, lo cinematográficamente importante de aquellos primeros años es su contacto con otros profesionales —<<En los años cuarenta, hacia 1945 o 1946, después de la Segunda Guerra Mundial, había en Roma una comunidad de jóvenes que queríamos hacer cine y éramos amigos. Había escritores cinematográficos, directores prometedores, también actores. Estábamos muy unidos, íbamos a los mismos restaurantes, a los mismos bares y cafés. Está manos siempre juntos y trabajábamos juntos.>>*— y su participación en diversos guiones para directores como Riccardo Freda. En uno de los films dirigidos por este, Águila negra (Aquila nera, 1946), inició su colaboración con Stefano Vanzini, conocido por Steno, con quien realizaría nueve películas. Siendo la primera de ellas Totò busca piso (Totò cerca casa, 1949).
Si en la primera mitad de la década de 1910, el cine italiano iba un paso por delante, el que se desarrolló tras la Segunda Guerra Mundial puede presumir de haber dado al cine mundial talentos tales Roberto Rossellini, Vittorio De Sica, Cesare Zavattini, Michelangelo Antonioni, Federico Fellini, Marco Ferreri o Pier Paolo Pasolini, entre otros de importancia y renombre internacional. Y Monicelli es uno de ellos. A la altura de cualquiera de los considerados de los más grandes, su humorismo es una de las grandes aportaciones al cine, así lo atestigua en la mezcla de humor, patetismo, amargura, pesimismo, lucidez y envidiable ironía, a menudo satírica, que recorre sus mejores películas, en las que también emplea formas cinematográficas envidiables, como las de La Gran Guerra, siempre al servicio de la historia que cuenta. Tal mezcolanza —características propias del cineasta, sus temas y las formas empleadas en sus películas— se une a su desbordante capacidad para deformar la realidad, enmascarándola tras una careta cómica, accede a la realidad menos glamourosa donde muestra la cotidianidad de gente corriente, de guardias y ladrones, de artistas condenados a vidas de perros, de camaradas que tendrán que dejar de serlo.
El bueno de Monicelli miraba la realidad y la descubría brutal, patética, más que injusta sin posibilidad de ser justa, pero también la observaba humana, en la amplitud del término. Humanidad, de eso hay en su cine puesto de cuanto hablan sus películas guarda relación con nuestra condición humana. Su mirada deformadora desnuda la realidad de mentiras y la viste satírica, divertida, sí, pero amarga y pesimista, también. Y en ese punto, entre el humor, la ironía, la sátira y el patetismo, expresaba situaciones reales con personajes que, más allá del disfraz, poseen alma, aunque sea mezquina o sencilla o mismamente asustada y cobarde como la de Un héroe de nuestro tiempo. No recuerdo una película sobre la Primera Guerra Mundial que me impactases tanto como La Gran Guerra; y eso que he visto muchas películas, desde Corazones del mundo de Griffith hasta 1917 (Sam Mendes, 2019), pasando por el antibelicismo expuesto por Chaplin, Abel Gence, King Vidor, Raoul Walsh, John Ford, Georg Wilhelm Pabst, Lewis Milestone, Raymond Bernard o Stanley Kubrick. Ni un film sobre “don nadies” tan entrañablemente, divertido y pesimista como Rufufú; o su cruda e irónica visión del tipo corriente en Un burgués pequeño, muy pequeño, su patetismo y su condena; o como aprovecha la divertida e inolvidable persecución de Guardias y ladrones para mostrar la precariedad de los espacios humanos por donde transitan Totò y Fabrizi. Con Steno y sin él, Monicelli era más que un director de comedias. Miraba la vida y encontraba que dejaba mucho que desear bajo el disfraz de desarrollo, bienestar y consumo. Como cineasta, asumió el humor como medio para desenmascarar en sus películas hipocresía, ambiciones, miedos, dolor, sueños rotos. En definitiva, no se conformaba con encogerse de hombros y realizar comedias y chistes fáciles, sino que se valió de la tragicomedia, del humor amargo y de la ironía, para reflejarnos en la pantalla, en obras tan grandes como las nombradas y muchas otras que faltan por nombrar.
*De la entrevista publicada en el monográfico Mario Monicelli. Filmoteca/Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
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