viernes, 23 de septiembre de 2022

El extraño caso de Mr. Bukowski y Mr. Chinaski

<<Jimmy Hatcher se sentaba a mi lado. El director estaba dando su discursito y realmente arañaba el fondo del viejo barril de mierda.


—America es la gran tierra de la Oportunidad y cualquier hombre o mujer que lo desee tendrá éxito…


—Lavaplatos —dije yo.


—Perrero —replicó Jimmy.


—Ladrón —dije.


—Basurero —siguió Jimmy.


—Celador de un manicomio —dije.


—América es valerosa. América fue construida por los valientes… La nuestra es una sociedad justa.


—Justa para unos pocos —dijo Jimmy.


—… una sociedad decente, y todos los que buscan el tesoro que yace al final del arco iris hallarán…


—Una mierda arrastrándose sobre patas peludas —sugerí.


—¡… y puedo decir, sin vacilar, que en particular esta Clase del Verano de 1939, apenas una década posterior a la gran Depresión, esta promoción del Verano de 1939 ha madurado más en las virtudes del coraje, el talento y el amor que “ninguna” otra clase que yo haya tenido el placer de ser testigo!


Los padres, madres y parientes aplaudieron frenéticamente; tan solo unos pocos estudiantes secundaron la ovación.


[…]


Subí y crucé el escenario, cogí el diploma y estreché la mano del director. Era viscosa como el interior de una pecera sucia. (Dos años más tarde se descubrió que manipulaba los fondos del colegio. Pasó por el tribunal, fue declarado culpable y acabó en la cárcel.)


[…]


Jimmy se levantó y obtuvo su diploma. Yo aplaudí fuertemente. Cualquiera que pudiera vivir con una madre como la suya merecía un espaldarazo. Volvió a su sitio y pudimos ver cómo todos esos chicos y chicas forrados de pasta se levantaban y obtenía los suyos.


—No puedes culparles porque sean ricos —dijo Jimmy.


—No, a quienes acuso es a sus padres.


—Y a sus abuelos.


—Sí, y me encantaría coger sus coches nuevos y sus lindas chavalas y darle por el culo a la justicia social.


—Sí —dijo Jimmy—, creo que la gente solo piensa en las injusticias cuando les suceden a ellos.>>

“La senda del perdedor”


<<Escribir nunca me ha costado trabajo. Que yo recuerde, siempre ha sido así: buscar una emisora de música clásica en la radio, encender un cigarrillo o un puro, abrir una botella. La máquina de escribir hacía el resto. Lo único que yo tenía que hacer era estar allí. Todo el proceso me permitía continuar cuando la vida en sí misma ofrecía muy poco, cuando la vida en sí misma era un espectáculo terrorífico. Siempre estaba la máquina de escribir para calmarme, para hablarme, para entretenerme, para salvarme el culo. Esencialmente era por eso por lo que escribía: para salvarme el culo, para salvarme del manicomio, de las calles, de mí mismo.>>

“Hollywood”


<<La poesía siempre es lo más fácil de escribir, porque se puede escribir cuando uno está completamente borracho o completamente feliz o completamente desgraciado. Siempre se puede escribir un poema. Así que un poema es algo muy cómodo, es una expresión emotiva que salta fuera. La narrativa, o el relato, debes sentir mucho para escribirlo. En fin, depende de mí, de mi humor. Si me siento bien puedo escribir narrativa y si me siento bien puedo escribir poesía. Pero si me siento mal, ¿comprendes?, la única diferencia es que si no me siento muy bien puedo escribir cantidad de poesías. Y en la mayor parte de mi vida he escrito millares de poemas. Así que puedes darte cuenta de como me sentía.>>

“Lo que más me gusta es rascarme los sobacos”



Leo en Charles Bukowski y en “Hank” Chinaski a un escritor y a un personaje que viven en la periferia de un sistema que asumen que no es para ninguno de los dos. No creen que el progreso presumido vaya a progresar con ellos ni sin ellos. Por muchas promesas de cambio y de éxito que se dejen oír, comprenden que o son falsas o son para unos pocos; en todo caso, no son para ninguno de los dos. Pero no por ello hacen un drama o se niegan a sí mismos. Al contrario, el autor y el personaje no se cortan en vivir su vida, sea a trompicones, pegados a una botella o dando tumbos, pues tampoco ni él real ni él ficticio van a cambiar. Mr. Bukowski no necesita transformase en Mr. Chinaski para liberar su ser instintivo, simplemente es ambos, porque ambos son él, que reacciona y escribe visceral, sin pleitesía y sin miedo: poesía cuando está bien, regular o mal y narrativa cuando se encuentra mejor. Lo hace sobre sensaciones, reacciones, experiencias y relaciones propias, sobre la periferia que transita y donde se cruza y bebe con hombres y mujeres con las que suele compartir una intimidad que no les trae sosiego, y sobre los trabajos que siente como cadenas perpetuas que no está dispuesto a cumplir. Todo lo que escribe nace de su realidad, de sus días de vino, de curro, de folleteo y de pocas rosas.


<<Un noventa y cinco por ciento de lo que cuento es autobiográfico —dice a Fernanda Pivano en “Lo que más me gusta es rascarme los sobacos”— y un cinco por ciento narración>>.


Su reflejo literario, Harry “Hank” Chinaski, escupe su natural desorden al orden establecido que siente que adormece, seduce, deshumaniza, esclaviza. Él quiere apartarse, esconderse, dormir, escribir, beber, vivir las horas de vigilia a tiempo completo. Odia que su vida se consuma sin vivirla a su manera; así desoye las promesas de triunfo social e individual que escucha en esa escuela que recuerda en “La senda del perdedor” o en los trabajos por los que pasa. Para él, las promesas no suenan a gloria y no le conquistan con su propaganda de bienestar, que sabe solo alcanzable para los privilegiados. Y Bukowski/Chinaski no se siente un privilegiado, ni desea serlo tal como se entiende “privilegiado” en la sociedad de consumo.


Tras décadas de pobreza, de alcohol, de mujeres, de herir, de ser herido y de trabajos insufribles, alcanza el éxito; pero ni con dinero, que debe gastar porque así funciona el sistema, cambia su interpretación de sí mismo y de la vida. En todo momento, se decanta por escribir y por beber. Quizá beba para escribir o sencillamente las dos acciones se ejecuten sin motivo alguno en el mismo momento, en el mismo espacio y las lleve a cabo el mismo cuerpo. Y así, entre poesías, relatos, botellas y peleas callejeras intenta poner distancia, porque elige apartarse de la senda establecida y deambula la suya sin aparente rumbo. No tiene prisa, ni pretende ubicarse donde le indiquen. Y aunque haya trabajado en cien empleos diferentes, ve imposible trabajar ocho, diez, doce horas, y ser uno más. Teme ser los demás y hace oídos sordos a una voz inaudible, pero insistente, que repite “trabaja, no pienses; trabaja, gasta; trabaja, cobra, consume, sonríe o estarás fuera”. Vale, Bukowski/Chinaski no pretende sonreír a eso. Acepta estar fuera, teme estar dentro; y así, en su rechazo y en la aceptación de sí mismo, su narrativa se hace única, inconfundible en su franqueza, innegociable en su sencillez y en la ausencia de florituras. Su humor, no entendido por muchos, es un recurso para expresar miedos, impresiones y experiencias.


El autor y el antihéroe de “Factótum” prefieren emborracharse y esconderse, estar fuera de la rueda y sentarse a la barra del bar o en una habitación donde quizá al día siguiente no recuerde cómo llegó. Su nihilismo, que no es tal, forma parte de su poesía y de su prosa, la del solitario e individualista, la del sin lugar en el hogar de los valientes. Pero ¿para qué querría tenerlo? Los locales, los suburbios y los cuartuchos son la geografía de su país, el de millones de desarraigados, condenados y exiliados del paraíso, y su visión del mundo no cambia a su paso por lugares más elegantes, cuando ya conocido en el mundillo literario compre una casa y un coche, asesorado por un profesional que le dice que si no gasta su dinero el gobierno se lo quedará a base de hacerle pagar impuestos, o cuando acuda a alguna fiesta de cumpleaños en “Hollywood” —ficción que el autor de “Mujeres” extrae de su experiencia real como guionista para Barbet Schroeder en el film “Barfly” (1987). Pero esté en un lugar de supuesto glamour —cuando ya es reconocido, sobre todo en Europa—, en su odiado trabajo de cartero, en el que pasa once años de frustraciones, borracheras y resacas mortales, o en sus orígenes descritos en “La senda del perdedor”, Bukowski escribe sin tener en cuenta si será o no leído, sin preocuparle la corrección que a veces le señala y que a él le importa cero; ya que le parece hipócrita. No se trata de un escritor antisistema, sencillamente no cree en el sistema o, mejor dicho, no quiere formar parte. Así que su meta no es destruirlo, ni transformarlo, es pasar de él, viviendo sin ser su esclavo, rechazando y odiando una vida que no desea porque entre el trabajo, dormir <<y las cosa restantes que se tienen que hacer, solo quedan <<dos horas o una hora y media libres para ti mismo. Puede vivir de veras solo hora y media al día. ¿Cómo es posible amar la vida si solo se vive una hora y media por día y se pierden todas las demás horas? Y esto es lo que yo he hecho toda la vida. Y no la he amado. Creo que si hay alguien que la ame es un enorme idiota.>> (“Lo que más me gusta es rascarme los sobacos”)


<<Quizá pudiera vivir de mi ingenio. La jornada de ocho horas me parecía algo imposible, y sin embargo todo el mundo se sometía a ella.>>, reflexiona el Chinaski adolescente de “La senda del perdedor”, pensando que la vida bajo las directrices establecidas es un mal chiste. El éxito de Bukowski reside en escribir con ironía y sin morderse la lengua sobre sí mismo y sobre sus relaciones y ambientes que conoce de primera mano. Periferia, desheredados, voces que se apagan unas a otras, cuartos y locales marginales encuentran hueco en la literatura estadounidense contemporánea en este escritor que reconoce su gusto por John Fante y su disgusto por la literatura de consagrados como Scott Fitzgerald. El desarraigo del sueño americano en la literatura de Bukowski es seña de identidad, más que de desorientación. Como otros, comprende que el sueño que pretenden venderles es una patraña que oculta una realidad llena de vacíos y de sombras; y que a veces resulta una pesadilla que esclaviza más que la marginalidad que conoce de primera mano.


Un escritor como mínimo curioso, este Bukowski; uno que no se anda por las ramas y que escribe sin poses literarias y sin un estilo aparente, pero con estilo literario de indudable valor e innegociable, que nace del choque entre el orden que se impone y el individuo todavía en una plenitud humana pretecnológica: individuo que se resiste a la deshumanización, ya apuntada por Melville y por Kafka, e imperfecta plenitud, que quizá hoy haya sido canalizada en un reguero que gotea la humanidad de ayer. De tal enfrentamiento, quizá, su narrativa pueda resultar chocante o atractiva, según quien lea, porque está hecha por alguien que no busca la simpatía ni la aceptación de los lectores, sino por alguien que necesita darse una salida o vía de escape de sí mismo. Es un autor que está de vuelta, que ha vivido en la calle, recibido palizas, vomitado en cualquier callejón en la parte trasera de un tugurio cualquiera; alguien que ha perdido, lo sabe y no oculta la derrota, ni la disfraza de “en otra ocasión será posible”, derrota que no deja de ser una más en una sociedad en vías de subdesarrollo…

<<Podía ver el camino que se abría frente a mí. Yo era pobre e iba a continuar siéndolo. Pero tampoco deseaba especialmente tener dinero. No sabía qué es lo que quería. Sí, lo sabía. Deseaba algún lugar donde esconderme, algún sitio donde no tuviera que hacer nada. El pensamiento de llegar a ser alguien no solo no me atraía sino que me enfermaba. Pensar en ser un abogado, concejal, ingeniero, cualquier cosa por el estilo, me parecía imposible. O casarme, tener hijos, enjaularme en la estructura familiar. Ir a algún sitio para trabajar todos los días y después volver. Era imposible. Hacer cosas normales como ir a comidas campestres, fiestas de Navidad, el 4 de julio, el Día del Trabajo, el Día de la Madre… ¿acaso los hombres nacían para soportar esas cosas y luego morir? Prefería ser un lavaplatos, volver a mi pequeña habitación y emborracharme hasta dormirme.


Mi padre tenía un plan maestro. Me dijo:


—Hijo mío, cada hombre debería comprar una casa en su vida. Cuando muera, su hijo heredaría la casa. Más adelante ese hijo compra su propia casa y luego muere. Entonces su hijo hereda dos casas. Ese otro hijo pronto adquiere la suya propia y entonces ya tiene tres casas…


La estructura familiar. O cómo vencer a la adversidad a través de la familia. Él creía en eso. Coge la familia, mézclala con Dios y la Nación, añade diez horas de trabajo diario y tienes todo lo que necesitas.>>

“La senda del perdedor”

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