domingo, 28 de noviembre de 2021

El muchacho de los cabellos verdes (1948)


Un cuento, como quizá piense el doctor Evans (Robert Ryan) mientras escucha el relato del niño protagonista, una fantasía, según apunta la imaginación de Peter (Dean Stockwell) y el inicio de la narración de su historia, una metáfora, en la interpretación de las palabras y de las imágenes, una advertencia sobre las peligrosas consecuencias de los prejuicios, intolerancias o de cualquier caza de brujas —el propio Joseph Losey, responsable del film, sufriría una que le obligaría a exiliarse en Europa—, una defensa de la disparidad, de la comprensión y la tolerancia, El muchacho de los cabellos verdes (The Boy with Green Hair, 1948), primer largometraje de Losey, es todo eso y más, puesto que también es voz para los muertos y los huérfanos de guerra, para las minorías oprimidas, y la evocadora imagen de la dignidad y del dolor que se citan en el inolvidable rostro infantil de Dean Stockwell cuando su aislamiento —rodeado de adultos y observado por los niños que le habían perseguido— es absoluto. En ese instante, sus lágrimas resbalan inocentes e impotentes frente a la tiranía, la incomprensión y la intolerancia de la uniformidad abrazada por la mayoría y consentida por el silencio de quienes, aunque bondadosos y generosos como Gramp (Pat O’Brien), callan el atropello del cual, en su mutismo, se hacen cómplices.


Esa nociva mezcla de incomprensión, silencio e intolerancia depara el afeitado de su cabello verde, <<del color de la primavera, de la esperanza y de la promesa de una nueva vida>> que la sociedad se empeña en negarle por su diferencia. <<No quiero ser distinto, quiero ser como los demás>> dice Peter, obligado por circunstancias ajenas a él, pues comprende que el ser diferente le condena a sufrir la persecución y el rechazo. Ser distinto, si la diferencia es respecto a lo establecido como aceptable por el orden social, implica persecución o el estar dentro, en la homogeneidad, o fuera, en la diversidad y minoría que el conjunto homogéneo dominante asume inaceptable. La intención integradora de la maestra (
Barbara Hale) en el aula, apuntando que nada hay de extraño en la disparidad de los tonos capilares —varios alumnos y alumnas con el pelo negro, más castaños y rubios, uno con el pelo verde y un niño pelirrojo—, no funciona, tampoco la sociedad se esfuerza lo más mínimo en aceptar y comprender las diferencia, pues sus miembros sienten mayor acomodo en la uniformidad aceptada y asumida por el conjunto. El muchacho, Peter, llama la atención porque presenta una diferencia evidente en el verdor de su cabello. El verde sorprende, asusta, intimida y molesta a la mayoría, a la que le resulta indiferente que el color sea algo natural al niño, pero, en su incomprensión, la tonalidad capilar impacta al grupo y precipita los insultos y la persecución que sufre tanto de compañeros del colegio como de los adultos que le obligan a raparse el pelo, como si de esa manera todo volviese al lugar que ellos imponen.



4 comentarios:

  1. Magnífica ópera prima de Losey, un director que, como el protagonista de la película, también fue considerado un bicho raro en el Hollywood de aquel entonces. Dean Stockwell, por cierto, falleció hace apenas unos días.

    Saludos.

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    1. Coincido contigo, es un debut espléndido. ¿Y qué decir de Dean Stockwell? Inolvidable.

      Saludos.

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  2. Una película inolvidable que pide ver de niña y sigue estando en mi memoria y corazón.

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