<<Hubo un momento en el que se podría decir que me puse de moda. Fue un tanto fugaz, dos o tres años, coincidiendo con películas como Las bicicletas son para el verano o la trilogía de Berlanga: La escopeta nacional, Patrimonio nacional y Nacional III. También trabajé en una película de bajo presupuesto que tuvo mucho éxito por el tema que abordaba. Me refiero a El caso Almería, donde yo hacía de protagonista. Trataba de un episodio histórico ocurrido durante la transición en la provincia de Almería, cuando a raíz de un atentado de ETA en Madrid en el que arrojaron una bomba desde un moto dentro de un automóvil, murió el general Villaescusa y su ayudante… Fue un atentado muy sangriento>>.1 El episodio referido por Agustín González, un magnífico actor tanto en “su instante de moda” como en cualquier otro momento de su carrera, pone en marcha el primer largometraje de Pedro Costa Musté, cineasta barcelonés que había realizado dos cortometrajes previos y trabajado como asistente del inclasificable José María Nunes en Iconockaut (1976). Pero no observo influencias de Nunes en El caso Almería (1983) y pienso en Costa-Gavras y su cine de denuncia, pero Costa no señala ningún terrorismo de estado ni es insistentemente combativo como el cineasta francés de origen griego en Z (1969) o Estado de Sitio (État de Siège, 1972) y su película deriva en una atractiva mezcla de intriga y drama judicial durante el cual el abogado Mario Aguilar (Agustín González) trata de esclarecer la muerte de tres jóvenes arrestados por la Guardia Civil, aunque, más que de arresto —sin pruebas y negándoles sus derechos—, habría que hablar de asalto a punta de pistola.
Tras el atentado en Madrid, El caso Almería se centra en las tres futuras víctimas, interpretadas por Antonio Banderas, Iñaki Miramón y el debutante Juan Echanove, que viajan a Almería para acudir a la primera comunión del hermano de uno de ellos, sin saber que el odio, la venganza y la violencia de las fuerzas del orden se cruzarán en sus destinos. En aquel momento, de 1981, la democracia española todavía vivía pendiente de un hilo, como atestigua el fallido intento de golpe de Estado del 23 de febrero de ese mismo año. Y parte del país vivía pensando en el franquismo, fuese añorándolo u odiándolo. En ambos casos, se evidencia que la dictadura no había sido superada y que los intereses, los rencores y las ideologías continuaban enfrentados en un país que vivió momentos que avergonzaban y ponían en peligro a su joven y frágil democracia. Entre medias, la banda terrorista atentaba por el territorio español. Pero Pedro Costa no se fija en ETA, como sí hacen Operación Ogro (Gillo Pontecorvo, 1979) o los films que Imanol Uribe rodó durante la transición —El proceso de Burgos (1979), La fuga de Segovia (1981) y La muerte de Mikel (1984)—, sino que su punto de mira se centra en la soledad y la amenaza que se asientan en la cotidianidad matrimonial y laboral de Ana (Muntsa Acañiz) y Mario, que en su búsqueda de la verdad encuentra ostracismo, y en el terror ejercido por los guardia civiles implicados que, supuestamente buscando una confesión o una venganza por el atentado, torturaron a tres inocentes que creían culpables y, al comprender su error, se deshacieron de ellos haciendo pasar su crimen por un accidente.
1.Agustín González en Lola Millás: Agustín González. Entre la conversación y la memoria. Ocho y medio, Madrid, 2005.
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