A medida que se desarrollaba la transición hacia la democracia, el cine español experimentó ciertos cambios. Por un lado surgió un tipo de película que recibiría la clasificación S, y por el otro apareció un tipo de films más comprometido social y políticamente hablando, sin embargo ambas tienen una raíz similar, la represión a la que fue sometida una sociedad en la que el sexo o las ideas propias podrían acarrear más de un disgusto. A finales de la década de 1970, principios de los ochenta, se filmaron varios títulos interesantes que se atrevieron a tratar temas comprometidos e impensables poco tiempo atrás. Una de estas películas fue la coproducción hispano-italiana Operación Ogro (1979), dirigida por el director italiano Gillo Pontecorvo, una película que intenta reconstruir los hechos que precedieron al asesinato de Carrero Blanco. El relato comienza en su presente, en Bilbao en 1978, la democracia ya es una realidad, y las libertades en España son respetadas por una constitución en la que existe cabida para todos. Sin embargo, Txabi (Eusebio Poncela) no comparte la idea de que haya llegado una nueva época. Él continúa empleando la violencia como medio para alcanzar sus objetivos, una violencia innecesaria que le ha separado de sus antiguos camaradas, hombres y mujeres que saben que cuentan con el diálogo como método para exponer sus pensamientos. Este distanciamiento también lo ha alejado de Amaiur (Ángela Molina), su mujer, quien acude a verle para proponerle una entrevista con su antiguo amigo, casi hermano, Izarra (Gian Maria Volonté). Tras un intercambio de opiniones entre marido y mujer, una analepsis traslada la acción a un colegio religioso donde se está castigando a ambos compañeros por haber hablado en vasco. Un nuevo salto, en esta ocasión hacia delante, sitúa a los dos amigos en el instante que hablan con uno de los líderes de un grupo clandestino que pretende luchar contra Franco. Por fin, la situación se detiene trece años después, en 1973, cuando la cúpula del grupo terrorista aprueba el secuestro del almirante José Carrero Blanco. Izarra, Txabi, Iker (José Sacristán) y Luque (Saverio Marconi) son enviados a Madrid, para poner en práctica un plan que debe desarrollarse en el más estricto secreto, sin precipitaciones que puedan conducirles al fracaso. Deben tener todo bajo control, estudiar los movimientos del político, mano derecha de Franco, y quizá el único capaz de mantener un régimen que pocos querían que continuase; conocer sus costumbres, sus horarios, con quién se reúne, dónde o cuántos son los hombres que le escoltan. Durante este tiempo, Txabi se muestra contrario a la idea del secuestro, insiste en que deben eliminar al almirante, a sus ojos el nuevo Franco, pero Izarra no cede porque las órdenes son claras. La mayor parte de Operación Ogro sucede durante ese periodo de preparación que presenta al grupo de terroristas, con el constante temor de ser descubiertos o de qué algo salga mal. Así como presenta, brevemente, otro tipo de lucha, la pacífica, la lucha que mantienen los obreros de una construcción para conseguir unos derechos que se les niegan. En ese momento aparece un personaje clave, un albañil (Georges Staques) que le dice a Txabi que lo que hacen, él y los suyos, no vale para nada, porque la verdadera libertad se consigue desde la concienciación de las masas, en el día a día, y no desde una violencia sanguinaria que atenta contra inocentes. Pasan los días, los meses, tiempo suficiente para tener todo preparado y para que algo salga mal. Carrero Blanco es nombrado presidente, hecho que se traduce en un aumento del número de guardaespaldas de la mano derecha de Franco, ahora sí que resulta imposible el secuestro. Una vez más, Txabi insiste en realizar un atentado mortal, ésta vez la cúpula accede a la propuesta. Un rápido regreso al presente, sirve para mostrar la manera de entender la lucha de este hombre, una lucha violenta de la que no puede salir nada bueno. La acción retorna al pasado, al día señalado para llevar a cabo la operación. Durante el tiempo que resta la tensión del grupo aumenta, no las tienen todas consigo, algo podría salir mal. Operación Ogro está narrada de una manera impecable y precisa, para mostrar esa posible gestación del atentado y las diferencias que se observan entre los dos amigos, dos hombres que tras el atentado y la caída del régimen franquista separarán sus vidas porque uno de ellos comprende que existen métodos que fomentan y cuidan la libertad y los derechos, mientras que el otro se decantará por el empleo de la violencia, la única arma que puede destruir todo lo conseguido.
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