lunes, 1 de noviembre de 2021

La fragata infernal (1962)


Además de ser tres grandes actores,
Charles Laughton, Marlon Brando y Peter Ustinov tienen en común que vistieron toga romana y uniforme de la Marina Real Británica, y que dieron el paso a la dirección, los dos primeros en una única película. El primero lo hizo en la magistral La noche del cazador (The Night of the Hunter, 1955), el segundo en El rostro impenetrable (One-Eyed Jacks, 1961) y el tercero logró su mejor film en La fragata infernal (Billy Budd, 1962). A este trío se le podrían unir otros actores que probaron fortuna en la dirección, aunque solo fuese en una sola película, caso de Karl Malden y Labios sellados (Time Limits, 1957), aunque Malden también se puso al frente del rodaje de El árbol del ahorcado (The Hanging Tree, Delmer Daves, 1959) durante los días en los que Daves estuvo enfermo, o Adolfo Marsillach y Flor de Santidad (1972). Todos ellos, en su función detrás de las cámaras, apuntaban buenas maneras y, en los casos de Laughton, Brando y Ustinov, los resultados artísticos obtenidos señalan que eran cineastas de envidiable talento. Pero de los nombrados y sus obras, los que atraen mi atención en este instante son Ustinov y su adaptación de Billy Budd. Empleo el posesivo “su” porque los créditos repiten hasta cuatro veces su nombre, indicando que es director, productor, guionista y coprotagonista de la adaptación cinematográfica de la obra teatral de Louis O. Coxe y Robert H. Chapman, que a su vez adaptaba a las tablas el relato de Herman Melville, el mismo autor que regaló a la literatura Bartleby, el escribiente y Moby Dick.


Lo primero que llama mi atención de La fragata infernal son las voces de los personajes presentándose a sí mismos, a medida que los nombres de los actores que los interpretan asoman en los créditos. Lo siguiente, y más importante para señalar la grandeza de este film que se debate entre la justicia y la ley, entre la humanidad y la inhumanidad, es la espléndida capacidad cinematográfica con la que Ustinov abre su película al mar y al periodo de las guerras napoleónicas —en el 1797, año que pasaría a la historia negra de la Marina Real Británica, en cuanto a los motines que se dieron en distintos buques de su flota de guerra—, para poco después encerrar a sus personajes y exponer cómo los Derechos y la libertad son arrojados por la borda del buque de guerra donde la tripulación sufre su condena: el sometimiento al código marcial y a sus brazos ejecutores. La acción se inicia con dos naves inglesas que difieren no solo en sus usos: militar la que persigue, mercante la que huye. La primera se llama “Avenger” y la segunda “Rights of Men”.


Establecidas las diferencias entre ambas asoma el nexo que las une: el joven Billy Budd (
Terence Stamp), cuya inocencia e ingenuidad se despide del barco mercante y de los Derechos Humanos. En su imposibilidad, el muchacho lleva consigo la humanidad y la bondad que el suboficial de armas Claggar (Robert Ryan) no duda en odiar, porque le amenaza, pues no sabe como enfrentarse a su rostro opuesto; de ahí que la opción que escoge es la de destruir a Budd. Con su sadismo y bajo el mando del capitán (Peter Ustinov), oficial, caballero y máximo representante en el barco de las Leyes Militares que han provocado amotinamientos en otros navíos ingleses —el de la “Bounty” es el referente histórico más popular, gracias al cine—, el suboficial de La fragata infernal impone su terror y se maneja por ese espacio donde imperan sus abusos y los castigos corporales, latigazos, y psicológicos que la marinería de a bordo sufre sin poder hacer más que acatar las leyes del código y la aplicación de las mismas, aunque nadie pueda decir cuáles han sido las infracciones. Las causas apenas importan, lo importante son la sumisión y el castigo para mantener el orden representado por el capitán y sus oficiales, quienes no pueden declarar inocente a Billy Budd, sin reconocer la culpa del sistema que acatan consciente tes fe que, al hacerlo, renuncian a la ética, a la justicia, a la piedad, a su humanidad.


Claggar solo es fruto de ese sistema que le permite dar rienda suelta a su sadismo, que satisface a costa de sus subordinados, quizá como represalia al rechazo, quizá porque goce haciendo sufrir. Este suboficial de armas, que en la destacada interpretación de Robert Ryan asusta, impone y genera aversión, disfruta de su posición y de la fuerza, así como no duda en emplear los medios más ruines e inhumanos para someter y destruir la humanidad de sus subordinados. Con Billy, nada de lo que hace parece funcionar, así que lo acusa de instigador en un inminente motín, acusación que el capitán sabe falsa, pues conoce al suboficial (y su responsabilidad en la muerte de Jenkins), y espera que Billy lo niegue y ahí concluya el asunto, pero el joven se queda sin palabras. Angustiado, con desesperación e impotencia crecientes, el muchacho reacciona golpeando al suboficial, a quien hasta entonces siempre ha sonreído y tendido una mano amiga. Ese golpe resulta mortal, al chocar la cabeza de Claggar contra la superficie que le desnuca, y, antes de morir, sonríe, se alegra, porque sabe que ha venciendo: la agresión y su muerte le confirman que ha conseguido su propósito. Como hombres, los oficiales saben que comenten una injusticia condenando a la horca a Billy; como oficiales asumen que es su deber hacer prevalecer el código que representa. Están atrapados porque son incapaces de romper con las leyes que no contemplan la justicia ni los Derechos de los que Budd se despide cuando es reclutado. Pero con su decisión deciden no solo condenar al joven marinero, sino ser el instrumento del código, de la ley inhumana, de hay que también deciden no ser hombres, no ser humanos o ser tan inhumanos como el capitán dice de Billy y Claggar, cuando comunica al primero la decisión del tribunal: <<usted, en su bondad, es tan inhumano como Claggar en su maldad>>.



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