sábado, 27 de noviembre de 2021

El puente de Casandra (1976)


Previo a su transformación en thriller de acción y cine de catástrofes, El puente de Casandra (The Cassandra Crossing, 1976) desciende en un plano secuencia desde la suavidad de un cielo sin apenas nubes hasta el vuelo de pájaro sobre Ginebra, recorriendo el paisaje fluvial sobre el cual se impresionan los créditos en los que asoman los nombres estelares reunidos por el productor italiano Carlo Ponti para esta producción dirigida por George Pan Cosmatos, cineasta greco-italiano que ya había trabajado con Ponti en Muerte en Roma (Reppresaglia, 1973). El vuelo de la cámara continúa hasta alcanzar el edificio de la Organización Internacional de Salud, donde se detiene y donde la calma inicial desaparece. En el interior, ya no hay lugar para la suavidad del paisaje. Se está produciendo un tiroteo entre los vigilantes y tres asaltantes, miembros del “movimiento sueco por la paz”. El pacifismo defendido por el trío es incongruente con la violencia que emplean para lograr sus fines, violencia que implica disparos y detonar una bomba que salte por los aires las instalaciones donde dos de los asaltantes son abatidos y uno (Lou Castel) logra huir, aunque sin saber que se ha infectado de un virus letal, en extremo contagioso.


El fugitivo se convierte en prioritario para el coronel Mackenzie (Burt Lancaster), el encargado de resolver la crisis iniciada en ese sector estadounidense de la Organización donde, rompiendo con las normas de la institución, se ocultaba el virus; aunque el oficial se justifica ante la doctora Stradner (Ingrid Thulin) explicando que lo guardaban allí para destruirlo, debido a su letalidad y a la inexistencia de vacuna. Este inicio establece la duda sobre el oficial a quien descubriremos como un celoso guardián de las órdenes recibidas, sin importarle la seguridad de los mil pasajeros a quienes la situación que veremos a continuación convierte en víctimas incómodas y prescindibles para él. Ese inicio también apunta la catástrofe del tren con destino a Estocolmo, en el que viaja el contagiado y otros mil pasajeros más, entre ellos Nicole Dressler (Ava Gardner), esposa de un multimillonario fabricante de armas, y Robby Navarro (Martín Sheen), su joven amante, o el doctor Jonathan Chamberlain (Richard Harris) y Jennifer (Sophia Loren), un ex-matrimonio obligado a asumir la heroicidad exigida por la historia narrada en El puente de Casandra. La narrativa de Cosmatos mantiene el tipo y la tensión, mezclando las escenas de acción —las secuencias del helicóptero que pretende sacar el cuerpo del contagiado del tren o el intento de Navarro por alcanzar la locomotora son dos buenos ejemplos— y los frentes abiertos: la sala desde donde Mackenzie y la doctora Stradner oponen sus dos posturas —militar y civil— y el tren donde viajan varias historias —el ex-matrimonio, la millonaria y su joven amante, un superviviente de los campos de exterminio o el sospechoso sacerdote— que, aunque no se profundice en ellas, humanizan a los personajes y a la acción.



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