viernes, 26 de noviembre de 2021

Cabalgata (1933)


Basado en la obra de Noel Coward, Cabalgata (Cavalcade, 1933) fue la gran triunfadora de los Oscar de 1933, pero eso ni dice ni desdice a su favor o en su contra. Son las imágenes de cualquier película las que desvelan sus aciertos y también las que destapan sus defectos. Y el film de Frank Lloyd no escapa a esta doble afirmación. Solo hay que verla para darse cuenta de que su mirada y sus formas son conservadoras, como conservadora lo fue la época victoriana en la que se inicia. Cabalgata es conservadora en su mensaje, en sus imágenes y en la imposibilidad de Frank Lloyd a la hora de superar la excesiva teatralidad de las situaciones que expone y de sus personajes, que arrastran su artificialidad a lo largo de los distintos momentos que suman aburrimiento y dan forma al total de un film desapasionado, sin vida cuando pretende hablar o imitar a la vida. Lloyd va pasando por distintas etapas del siglo XX, desde la guerra Bóer (en Sudáfrica) y la muerte de la reina Victoria hasta la posguerra de la Gran Guerra (1914-1918); entremedias, el primer vuelo sobre el Canal de la Mancha, el hundimiento del Titanic, donde viajan los enamorados Edward Marryot (John Warburton) y Edith Harris (Margaret Lindsay), y la Primera Guerra Mundial, en la que combate Joe Marryot (Frank Lawton). En un primer momento, parece que Lloyd pretende un film que muestre los cambios producidos durante el primer cuarto del siglo XX, concretamente en Inglaterra, pero solo es una ilusión que se genera en la idea de que apunta el protagonismo de dos matrimonios (y de sus hijos) de clases opuestas; el primero aristocrático y el segundo proletario, pero finalmente se decanta por el matrimonio formado por sir Robert (Clive Brook) y lady Marryot (Diane Wynyard), la pareja que abre y cierra la película celebrando dos Año Nuevo separados por el paso del tiempo, aunque unidos por la inmovilidad del mismo salón y del mismo hogar donde vivieron días felices y días tristes.


El comienzo de 
Cabalgata sitúa la acción en la noche vieja de 1899, a escasos minutos del nuevo siglo durante el cual se desarrolla el melodrama de los Marryot y de los Bridges, el matrimonio que trabaja de sirviente para la aristocrática pareja y que posteriormente se independiza, como si con esa ruptura entre la clase alta y el proletario se confirmase el cambio social que, en realidad, no se confirma al comienzo del nuevo siglo, sino que llega al final de la Gran Guerra, cuya conclusión supone el fin de la quietud y de la inocencia de una época que desaparece para dejar paso a otra, más precipitada y acelerada, tecnológica y caótica, que el matrimonio Marryot desea mirar esperanzado. La pesadez y la apatía que lastra Cabalgata no se reducen a decir “ha sufrido el desgaste del tiempo”, sino que ya estaban ahí en su momento, pues ya desde su nacimiento es un film envejecido, desapasionado, sin riesgo, cuestión que se confirma si la comparamos con otras producciones  que se estaban realizando ese mismo año en Hollywood: Una mujer para dos (Design to Living, Ernst Lubitsch, 1933), Carita de Ángel (Baby Face, Alfred E. Green, 1933), El poder y la gloria (The Power and the Glory, William K. Howard, 1933), El despertar de una nación (Gabriel over the White House, Gregory La Cava, 1933), Dama por un día (Lady for a Day, Frank Capra, 1933).

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