viernes, 4 de octubre de 2019

El poder y la gloria (1933)


Ocho años antes del estreno de
Ciudadano Kane (Citizen Kane; Orson Welles, 1941), William K. Howard rodó, a partir de un guión original que Preston Sturges escribió al margen del sistema de estudios —circunstancia que lo convirtió en guionista independiente con derecho sobre su obra—, una de las primeras, sino la primera producción en narrar su drama combinando fragmentos temporales sin seguir una linealidad cronológica. Además, El poder y la gloria (The Power and the Glory, 1933) no solo se adelanta a Welles en sus constantes saltos por el presente, el pasado y el pretérito anterior, sino en reconstruir la imagen de su protagonista a partir de las analepsis que se suceden durante el metraje. Este otro punto en común presenta una diferencia narrativa fundamental —técnicas hay muchas, en los ángulos, planos, profundidad de campo, iluminación y demás, entre ambas producciones—, que estriba en que Howard introduce los recuerdos desde un único narrador, Henry (Ralph Morgan), testigo ocasional de los hechos que cuenta a su mujer (Sarah Padden), mientras que Welles dará un paso adelante y reconstruirá su rompecabezas mediante un documental introductorio sobre la exitosa figura del magnate Charles Foster Kane y testimonios de distintos testigos presenciales de algún momento de la vida del enigmático e ilustre personaje. Ambas similitudes me plantean cuántas veces algo es original por desconocimiento de quien opina o si la originalidad no deja de ser un paso en posibles caminos evolutivos, y no una ruptura, aunque esta pueda producirse en contadas ocasiones.


Expresadas las dudas,
El poder y la gloria resulta un excelente ejercicio narrativo que se abre en las sombras de una iglesia donde se celebra el entierro de Tom Garner (Spencer Tracy). En ese instante, nada sabemos de él y la cámara presta su atención a dos rostros, que reaparecerán en el pasado, luego recorre los bancos y las caras de otros asistentes. El lugar de despedida se encuentra abarrotado, pero pronto se comprende que Tom no era querido, más bien lo contrario, salvo por Henry, quien regresa a casa cabizbajo y afligido por el suicidio de su jefe y viejo amigo de la infancia, a la que se accederá en el primer salto temporal. El matrimonio charla mientras ambos friegan la loza, pero ella siente la tristeza de su marido, aunque no lamenta el suicidio de Tom, y le dice a Henry que descanse, que le preparará un café. Al igual que el resto, lo considera responsable de las muertes de muchos hombres y que la suya es consecuencia de los remordimientos, como dirá en uno de los momentos que se desarrollan en el presente durante el cual El poder y la gloria trata de reconstruir y dar respuesta a quién fue Tom como hombre, más que el cómo, de la nada, se convirtió en el dueño de la compañía ferroviaría más importante del país. Es el retrato de una vida, de sus momentos felices e infelices, de los instantes que explican a Tom, pero también a Sally (Colleen Moore), su entrega a aquel a quien empujó a ser ambicioso, cuando Tom no se planteaba más que la vida sencilla de vigilante de vías. Sally fue su apoyó, le enseñó a leer y a escribir, lo sustituyó en el trabajo para que él estudiase y aspirase al poder y la gloria. Pero, alcanzado el éxito, se descubren distanciados, sin restos de aquella complicidad y conexión de los días pobres, pero felices. Han vivido, escalado y luchado juntos, pero el despertar a la realidad, cuando los años han hecho mella en su relación, en su carácter, en sus sueños e ilusiones, el inevitable distanciamiento se confirma con la aparición de Eve (Helen Winson), la joven de quien Tom se enamora o con quien se ilusiona. Todo esto se observa a través de las imágenes y se escucha de la voz de Henry, el resto solo hay que imaginarlo o rellenarlo, y las piezas encajan para conocer al hombre, con sus luces y sombras, conocer al ser humano que de la nada, con esfuerzo y apoyo, ascendió a lo más alto del mundo empresarial para regresar a las sombras con una sola palabra en sus labios: <<Sally>>, un nombre que no solo evoca a su primera mujer, evoca una vida que en algún punto del recorrido común se perdió para ambos.

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