En cuanto a cine se refiere, 1931 fue un buen año para Alemania, otra cuestión era la amenaza del nacionalsocialismo que se paseaba por las calles en uniforme pardo y la situación económica, política y social por la que atravesaba el país. Fue el año en el que Georg Wilhelm Pabst rodaba Carbón (Kameradschaft) y La comedia de la vida (Die Dreigroschenoper); Phil Jutzi, Berlin Alexanderplatz; Fritz Lang, M; Gerhart Lamprecht, a partir del guión de Billy Wilder (que adaptaba la novela homónima de Erich Kästner), Emil y los detectives (Emil und die detektive), y Leontine Sagan, supervisada por el veterano Carl Froelich, Muchachas de uniforme (Mädchen in Uniform), seis títulos que tienen en común que no esconden su crítica social. De M y de Carbón he hablado con anterioridad, ahora lo haré sobre el film de Sagan, una película que no deja indiferente en su valentía, aunque no osa cruzar ciertos límites, a la hora de atacar la intolerancia de un sistema educativo símbolo de la tradición militarista prusiana.
En su "Trayectoria del cinedrama", publicada en la revista Radiocinema en diciembre de 1941, Carlos Serrano de Osma1 dedica el punto séptimo a <<Leontide Sagan: Muchachas de uniforme>>. Afirma que <<la desventura de Manuela, colegiala atormentada, todavía nos oprime el ánimo. Era un film demasiado peligroso para no dejar huella. ¿Cinedrama? Sí, pero había que acogerle con todo género de reservas, y huir valientemente de las posibles consecuencias psicológicas a las que fácilmente podría conducirnos tan delicado sentimentalismo>>. Peligroso, sí, pero más que por <<las posibles consecuencias psicológicas>> de su sentimentalismo, porque Sagan no oculta su crítica a un espacio donde el orden y la disciplina son principio y fin. Se imponen en normas y prohibiciones con la finalidad de hacer de las niñas seres medrosos, incapacitadas para pensar, decidir y sentir por sí mismas. Partiendo de la frágil y sentimental figura de Manuela (Hertha Thiele), huérfana de madre y nueva en el colegio, y de otras compañeras de reclusión, la cineasta señala sin disimulo la inhumanidad que prima en la directora (Emilia Unda) y en el profesorado del centro donde desarrolla su película, la primera de las tres que pudo dirigir.
Allí, las profesoras acatan el orden y desprecian el contacto humano, castigan la alegría de las adolescentes, que solo encuentran consuelo adulto en la figura de la srta. Bernburg (Dorothea Wieck) cuando esta las besa cada noche o, aunque guarda las distancias, cuando las anima a no sucumbir y a ser felices, quizá porque ve en ellas la esperanza que se marchita en su interior. Manuela sufre en ese espacio de adiestramiento, de sumisión, de eficiencia y de ausencia de afecto, que es sustituido por prohibiciones, control, censura y marcialidad. Uniformes, cabellos recogidos con horquillas obligatorias, nada de libros, ni de dinero ni de fotografías, fuera las risas, nada de amor ni de la vitalidad juvenil que las internas muestran a escondidas en el baño, en la habitación o el día de la representación de Don Carlos de Schiller, hacen del centro escolar un campo de instrucción y de confinamiento. El inicio de Muchachas de uniforme nos muestra un grupo de muchachas en formación, caminando al paso por el exterior del edificio. Este momento aventura lo que aguarda dentro. Lo mismo hace la cámara, que se posiciona estática, salvo en determinados momentos en los que observa a las alumnas sin la vigilancia de las maestras-guardianas. En la siguiente escena vemos a Manuela, a quien su tía ingresa en esa institución creada a imagen y semejanza de la directora, marcial, austera, dura, devota de la tradición prusiana. La imagen de la adolescente choca con la de la dictadora, ante quienes las profesoras se inclinan y las alumnas temen, callan y acatan. Pero alguien de la sensibilidad de Manuela no puede sobrevivir en ese espacio insensible, necesita, más que nunca, afecto y lo busca en la srta. Bernburg, en quien proyecta su amor. La quiere y la idealiza, quizá como la figura materna perdida o como el primer deseo sexual que despierta en la adolescencia reprimida por las normas, pero todo apunta a que ni lo uno ni lo otro será posible, solo el aislamiento y la búsqueda de una salida en lo alto de las escaleras que Sagan nos muestra en tres momentos diferentes de esta primera adaptación de la pieza teatral de Christa Winsloe. ¿Cinedrama? ¿Melodrama? Ambas opciones serían válidas para encorsetar, sin entrar en detalles, esta excelente crítica a los totalitarismos, a los prejuicios y a la ausencia de libertades que lo sustentan, pero, de regreso a Serrano de Osma, se trata de <<un film demasiado peligroso para no dejar huella>>.
1.Extraído de Julio Pérez Perucha. El cine de Carlos Serrano de Osma. 28 Semana Internacional de Cine de Valladolid, 1983
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