martes, 9 de noviembre de 2021

Blaise Pascal (1971)


<<En la sociedad moderna, el hombre tiene una necesidad enorme de conocerse a sí mismo. La sociedad moderna y el arte moderno han destruido completamente al hombre. Este ya no existe y la televisión ayuda a reencontrarlo. La televisión, arte incipiente, se ha atrevido a ir a la búsqueda del hombre>>.1 Estas palabras de Roberto Rossellini, expresadas en 1958, apuntan aspectos que me interesa señalar. Por un lado, la necesidad del cineasta de indagar en la condición humana, más bien, de buscarla, en cada una de sus películas, algo que hizo prácticamente desde sus inicios; más evidente, quizá, en su periodo televisivo, cuando realizó las biografías filosóficas Sócrates (Socrate, 1970), Blaise Pascal (1971), Agustín de Hipona (Agostino d’Ippona, 1972) y Cartesius (1973). La segunda es la televisión, donde Rossellini encontró un medio de expresión que, hacia finales de la década de 1950, conservaba la inocencia virginal de la infancia que perdería avanzados los años. Unido a su prestigio de cineasta, la juventud televisiva, todavía sin el absolutismo tripartito del sensacionalismo, la desinformación partidista y la publicidad que la pervirtieron y le dieron nuevas formas, posibilitó que Rossellini realizase películas pausadas que indagan en personajes históricos y, desde sus motivos e interioridades, en su metafísica y la relación con la época, con la historia humana. El momento histórico resulta vital para acercarse a la razón y la superstición, a las matemáticas y la metafísica que se unen en hombres que no presentan la partición ciencias/letras impuesta tiempo después, quizá con el fin de especializar, quizá, pero también reduciendo a la mitad el potencial de pensamientos más plenos. Esta división que ahora no sorprende, pues pasa por común y lógica, no aparece en Descartes (1596-1650) ni en Pascal (1623-1662), científicos racionales, condicionados por su pensamiento lógico y por la ciencia moderna, también por su fe en la existencia de Dios, creencia de la que el pensamiento moderno empieza a desprenderse con David Hume (1711-1776) y su crítica a los argumentos tradicionales de la existencia divina, ya que, para el filósofo escocés, <<todo lo que es puede no ser. Ninguna negación de un hecho puede envolver una contradicción>>. Con ambos franceses se produce un cambio en las matemáticas y en la filosofía, se modernizan y el <<solo sé que no sé nada>> socrático evoluciona al <<pienso luego existo>> cartesiano que, en su sujeto en primera persona individualiza e indica el camino por donde irá transitando el pensamiento que, andado el tiempo, derivará en el individuo centro de sí mismo y centro de todo.


<<La filosofía, tal como yo entiendo esta palabra, es algo que se encuentra entre la teología y la ciencia. Como la teología, consiste en especulaciones sobre temas a los que los conocimientos exactos no han podido llegar; como ciencia, apela más a la razón humana que a una autoridad, sea esta de tradición o de revelación. Todo conocimiento definido pertenece a la ciencia —así lo afirmaría yo—, y todo dogma, en cuanto sobrepasa el conocimiento determinado, pertenece a la teología. Pero entre la teología y la ciencia hay una tierra de nadie, expuesta a los ataques de ambas partes: esa tierra de nadie es la filosofía.>>


Bertrand Russell: Historia de la filosofía occidental.


Habrá quien sienta y asegure que este Rossellini televisivo peca de pesado, aburrido y didáctico, pero peca voluntariamente de todo ello, consciente de que sus objetivos son conocer  a sus personajes, acceder a su pensamiento y a su tiempo, desvelarlos, expresarlos y explicarlos sin adornos que desvíen la atención de la filosofía que encierran películas como Cartesius o Blaise Pascal, en las que el director italiano prosigue su búsqueda de la verdad humana —búsqueda, como ya se ha dicho, siempre presente en su cine, sirva de ejemplo Francisco, juglar de Dios (Francesco, giuliare di Dio, 1950). Personalmente, me decanto por el Rossellini de Paisà (1946), Europa’51 (1951) o Te querré siempre (Viaggio in Italia, 1953), pero el Rossellini televisivo no es un paso atrás, ni en falso, en la obra ni en el pensamiento del autor de Stromboli (1950), sino un camino lógico en la evolución de quien busca y comprende que, en el carácter minoritario de sus proyectos, el cine no puede o no quiere ofrecerle los medios para que continue buscando en libertad su ética y su estética. Y ahí aparece la televisión y él acepta la invitación que le permitirá explorar el pensamiento de alguien como Pascal, cuya aparición en la pantalla lo muestra con diecisiete años, interesado en las matemáticas y ayudando a su padre, administrador del rey. Pascal es un joven de salud frágil, pero de mente tan despierta que, dos años después, crea la “Pascalina”, que se considera la primera calculadora digital. Posteriormente, Rossellini fija su atención en la demostración de la existencia del vacío, que el científico confirma mientras estudia la presión atmosférica, inspirado por la experiencia de Torricelli (1608-1647). También desarrolla la probabilidad matemática y estudios geométricos tales como el cálculo de la cicloide. Pero, aparte de su innegable don científico-matemático, también es teólogo y, como tal, actúa sujeto a sus creencias religiosas, herencia que recibe desde la cuna y de la que nunca se desprende, porque no duda de su valía, ya que asume que no se puede razonar la existencia de Dios, pues le atribuye ser realidad incomprensible. En este punto, parece que Pascal entra en contradicción, pues afirma la necesidad de axiomas y su posterior validación, a partir de otros postulados que demuestren y generalicen el primero; mientras que por otra parte acepta innegable e inexplicable la existencia divina. Lo cree, pues el carácter incomprensible (y el dogma de fe) que le atribuye, así se lo indica. Lo que acabo de llamar “contradicción” no lo es, puesto que se trata del hombre y su momento, combinación que sí desvela una verdad que parece innegable: nadie escapa a su tiempo, aunque, en apariencia y en algunos aspectos, pueda desprenderse de su herencia socio-cultural y adelantarse a sus contemporáneos, algo factible para quien pise tierra de nadie y para quien comprende la propiedad conmutativa de <<pienso, luego existo>>.


1.Rossellini, Roberto: El cine revelado (traducción de Clara Valle T. Figueroa). Ediciones Paidós, Barcelona, 2000.

No hay comentarios:

Publicar un comentario