miércoles, 17 de noviembre de 2021

Dolores, Lolas y Lolitas


El nombre Dolores, del “doloris” latino, refiere los siete sufridos por María durante la pasión y muerte de su hijo, pero, posteriormente, se convirtió en antróponimo femenino y así ha seguido hasta la fecha en la que escribo que de la asociación de Dolores y María resulta el compuesto María Dolores, aunque prefiero reducir sus sílabas a dos y, así, Dolores se queda en Dolo; y de ahí a Lola queda un paso menos para estar más cerca de su diminutivo Lolita. Dolores, Lolas, Lolitas asoman en el cine desde el periodo silente hasta la actualidad, pero hay algunas que sobresalen y que forman parte de la historia del medio. Lo curioso es que el diminutivo Lola, de origen hispano, se hizo famoso en la pantalla gracias a la actriz alemana Marlene Dietrich, quien apenas había sobresalido en la pantalla hasta su aparición estelar en El ángel azul (Der blau angelJosef von Sternberg, 1931). Previo a la llegada al poder de los nazis en Alemania, Henrrich Mann escribió El profesor Unrat, una novela en la que se encuentra la cupletista Rosa Frölich que en la película de Sternberg se cambió por Lola Lola.


Superada la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la fría, Vladimir Novokov se encontraba en el exilio, escandalizando a los sectores más mojigatos y moralistas de la sociedad estadounidense con su novela Lolita. Lejos de su país natal y señalado en el de acogida, el escritor ruso encontró en una editorial francesa la posibilidad de ver publicada su novela, aunque, consecuencia de la presión de los defensores de la moral, poco después fue prohibida, pero eso no hizo más que avivar el deseo de leerla y de adaptarla a la gran pantalla. Escrita, grabada o dictada, húmeda o seca, la prohibición es un primer aviso del peligro que corre cualquier sociedad democrática, puesto que es importante saber quién, qué, por qué, a quién beneficia o para qué se prohíbe, y cómo atenta contra la libertad del individuo y cómo favorece a quien decide y logra prohibir. Lolas y Lolitas las hay en todas partes y posiblemente sean menos dañinas para la libertad de expresión que moralistas, hipócritas, puretas y visionarios de un solo orden. Lolas y Lolitas, vampiresas o no, también no solo los hubo en la antigüedad y en cualquier presente. Mal andaría cualquier país, si quienes presumían de plantar cara a la intolerancia y a la intransigencia se dejaban amedrentar por moralistas opresores que se conceden a sí mismos el rol de justos absolutos. Esto le sucede al ficticio profesor de Emil Jannings en El ángel azul, aunque, tras su rigidez e intransigencia, el docente inmortalizado por Jannings resulta una marioneta en manos de la cabaretera más famosa del cine alemán de entreguerras. Su nombre, su capacidad de manipular y el ser objeto de deseo son rasgos comunes entre esta doble Lola y la Lolita de Nobokov, pero de existir un rasgo que las emparenté este sería que ambas hicieron tambalear la moral de escaparate de su época.


Cierto que Marlene Dietrich elevó la voz y la temperatura del profesor, de la República de Weimar y de parte del planeta, pero hubo muchas más Lolas y Lolitas. Las hubo en la España franquista, por lo que no fueron tan calurosas y mucho menos escandalosas. Eran aquellas de Juanita Reina dándole a la copla en La Lola se va a los puertos (Juan de Orduña, 1947), Josefina Molina realizaría en 1993 otra versión, y Lola la Picotera (Luis Lucia, 1955) o la bailaora protagonista de Embrujo (Carlos Serrano de Osma, 1947), interpretada por Lola Flores, a quien Gala Évora dio vida en el biopic dirigido por Miguel Hermoso en 2007. No es necesario seguir castigando a posibles lectores con más ejemplos que confirmen que el cine (también la música y la literatura) han alegrado o fastidiado a su público y a otros extraños con Dolores, Lolitas y Lolas, pero lo haré porque me falta nombrar Lolas tan admirables como la interpretada por María Félix en French Cancan (Jean Renoir, 1954), que pone en pie al público del Moulin Rouge, y Lola Montes (Max Ophüls, 1955) con rasgos de Martine Carol, a quien aplaudo cuando la veo en la pista central del circo de su vida. Comprendo que tampoco tiene demasiado en común con Lola Lola, puesto que a esta hay que temerla, temer una encerrona entre sus brazos y piernas, y observarla con un ojo puesto en su cuerpo y otro en la puerta de emergencia, por si hay que salir corriendo. Menos peligrosa asoma Lola Dietrichson (Jean Heather) en Perdición (Double IndemnityBilly Wilder, 1944), aunque su inocencia precipita la caída del agente de seguros que ve en ella atributos contrarios a la mujer fatal, seductora y magistral asumiendo los rasgos de Barbara Stanwyck, mucho más manipuladora y letal que la Lola Lola que canta y seduce sobre el escenario de El ángel azul donde da rienda suelta a su imagen de vampiresa y mujer alegre —pues no es una femme fatale—, la imagen que los hombres admiran y anhelan, por la que suspiran y con la que algunos se divierten, aunque nunca llegan a conocerla. Ella es el objeto de deseo del profesor, que cae a sus pies y se deja abofetear por la mítica Lola de Marlene. De nada le vale tener la puerta a mano, él no puede salir pitando, solo humillado y derrotado. La doble Lola, con licencia para seducir, engañar y disfrutar, es cabaretera de profesión, devoradora por devoción y diversión, de ahí que se meriende al (inicialmente) intransigente docente, el decente que se rinde a sus pies, pero no le obliga a actuar como lo hace, pues es la hipocresía y la represión del profesor las que le hacen ser esclavo del deseo.


Siguiendo este ilógico recorrido por las Dolores, regreso a Lolita, ahora en manos de Stanley Kubrick y con cuerpo de Sue Lyon. Ella seduce a alguien como Humbert Humbert, alguien que se deja seducir y apunta la cara oculta de la hipocresía moral, aquella que en Lolita (1962) se esconde de puertas adentro o sale a paseo y recorre los moteles destinados a viajeros y a clandestinos. Lolita tuvo otros rostros, menos atrayentes en cuanto a sus resultados en la pantalla. Hubo la interpretada por Susan George en Lola/Twinky (Richard Donner, 1969) o la recreada por Dominique Swain en la adaptación que Adrian Lyne realizó en 1997 de la novela de Novokov. Pero estas no me interesan, al menos no tanto como la inolvidable Lola (Jacques Demy, 1961) que cobra forma y facciones de Anouk Aimee, cuya imagen se convirtió en otro de los iconos femeninos de aquella publicitada y famosa "corriente cinematográfica" francesa, conocida como nouvelle vague. Volvería a reaparecer, pero ya lejos de Nantes, al otro lado del océano. Y ya que estamos entre Lolas, como adiós, quizá momentáneo, a las Dolores, Lolas, Lolitas, cabe recordar a Kathy Bates en Eclipse total (Dolores Claiborne, Taylor Hackford, 1995) y a Barbara Sukowa en Lola (Rainer Werner Fassbinder, 1981), que interpreta a una mujer que hereda de su tocaya de El Ángel Azul la facilidad seductora y, desde esta, la capacidad de poner de manifiesto la hipocresía que impera alrededor, tanto en los espacios diurnos como en el nocturno donde trabaja. Hasta aquí, he nombrado unas pocas Lolas y Lolitas, pero hay más, por ejemplo, las dos abuelas que, sin ser Dolores, son las dos Lola (Brillante Ma. Mendoza, 2009) en una cruda odisea por la marginalidad y violencia de espacios urbanos deprimidos de Manila (Filipinas) o la adolescente transgénero de Lola (Laurent Micheli, 2020), cuyo viaje físico también lo es hacia el descubrimiento y el conocimiento…




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