martes, 16 de noviembre de 2021

El discurso del rey (2010)


Una de las escenas de El discurso del rey (The King’s Speech, 2010) llama mi atención por encima del resto. No se trata del careo inicial entre Lionel Logue (Geoffrey Rush) y la duquesa de York (Helena Bonham Carter), ni de la primera entrevista que el terapeuta mantiene con el duque Alberto (Colin Firth), futuro Jorge VI, quien, tras superar su negativa, harto de tanto fracaso en la solución de su problema, se convierte en alumno del logopeda. Así nace la relación de dos personas de orígenes distantes, entre quienes nace admiración mutua y amistad. La escena a la que me refiero muestra a Jorge V (Michael Gambon) pronunciando un discurso radiofónico a la nación, y al resto del imperio británico. Concluida su perorata, escrita por alguno de sus asesores, obliga a su hijo Albert a hablar por el aparato. Ese instante se me antoja fundamental, pues explica mucho más de lo que dice el monarca, cuyas palabras ya de por sí resultan interesantes al expresar la evolución de la Corona y apuntar la importancia que tienen y tendrán las nuevas tecnologías para la imagen monárquica, en este caso concreto la radio. Dice que antes bastaba con mantenerse erguido y no caerse del caballo para que el pueblo les admirase, pero que ahora son actores que deben entrar en cada hogar y conquistar a sus oyentes mediante la palabra. El cambio es evidente, pero en ambos casos la finalidad es la imagen, la publicidad, la propaganda. Y ese es un problema para Berty, pues su tartamudez le incapacita, le imposibilita una comunicación fluida. Lo que no dice el monarca, en ese instante, aunque sí lo da a entender es su autoritarismo con su hijo, posiblemente una de las causas del problema que Lionel intenta ayudar a corregir con un método novedoso, aunque, sobre todo, con una cercanía que el duque de York nunca ha sentido con anterioridad, salvo con su mujer y sus dos hijas. Cierto que no es doctor, como le recriminará su cliente cuando lo descubra, pero no menos cierto es su convencimiento de la necesidad de ser escuchado por un amigo, lo que implica desahogo, liberación, confianza y superación.


El cine es fantasía e ilusión de realidad y
Tom Hooper se decanta por una visión amable y fantasiosa que simplifica y humaniza la historia y sus personajes, los acerca, quizá sea mejor decir que los hace cercanos, pero también precipita que cuanto vemos en la pantalla se olvide antes que después, a pesar del buen hacer del elenco. Con la simplificación y la loa, El discurso del rey se acerca a un cuento de superación y buenas intenciones. La elección funciona en la imagen heroica del futuro monarca —ya rey, cuando por amor abdica su hermano Eduardo VIII (Guy Pearce)— y en la emotividad, que no suena forzada, en la relación del monarca con Lionel, así como en el esfuerzo, superación y victoria de un rey sin voz que comprende la importancia del don de la palabra, de la fluidez discursiva, vital para la comunicación y el éxito popular de cualquier producto o de cualquier imagen pública y política, sea la del dictador que les amenaza, la de un presidente electo o la de un monarca que, como él, no se considera a la altura de la tradición que representa, que le ha sido impuesta sin pretenderlo: ser coronado no es una elección, para Jorge VI, es una carga y una obligación que debe asumir y llevar a buen puerto, lo cual implica su sacrificio y su entrega.




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