domingo, 3 de octubre de 2021

La vieja música (1985)


El desarraigo, la soledad, la ausencia, asoman constantemente en el cine, lo hacen en las más diversas historias, también en las de deporte, aunque estás suelan priorizar el afán de superación y de competición para alcanzar el éxito (o lo que se considera como tal). No obstante, en La vieja música (1985), la competición baloncestística queda en un lugar muy secundario, quizá por ello el equipo que compite, uno de mis favoritos de la infancia, no tiene posibilidades de ganar el campeonato en el que participa. Esta circunstancia no roba protagonismo a lo que Mario Camus quiere contar, más bien, marca una diferencia notable respecto a otras producciones que giran en torno al deporte y, puestos a comparar, la presencia baloncestística en La vieja música difiere del protagonismo que asume en Hoosiers (David Anspaugh, 1986). La diferencia entre ambas es evidente, no por ser el primero un baloncesto europeo y el segundo estadounidense, en una etapa no profesional, que se juega en la liga de institutos del estado de Indiana. La diferencia, una de ellas, reside en que en la primera el deporte es una excusa para adentrarse en la humanidad de Martín Lobo (Federico Luppi), un exiliado uruguayo que llega a España con un pasado que todavía sangra, mientras que en la segunda, aunque se adorne con cierto dramatismo, lo importante es la competición y las victorias que posibiliten ganarla.


Protagonista absoluto de La vieja músicaFederico Luppi recordaba su primera película española con cariño: <<Aún hoy veo la película con mucho agrado y casi conmovido, porque me parece un film perfecto por parte de Mario. Además, no puedo evitar que en lo personal me toque profundamente, porque lo que en él se cuenta es verdad. Algo que se incrementó y se agudizó con el tiempo. Muchos sudamericanos —los famosos “sudacas” de la época— se inventaron historias y trabajos de los cuales no conocían ni un ápice para sobrevivir, como este uruguayo que se inventa que es entrenador de baloncesto. Es una mentira que sus amigos, piadosamente, ocultan y, de alguna manera, hasta se complican para que este hombre pueda vivir de ello. Es la pintura del inmigrante, o del exiliado más que del inmigrante, en el que existe un pasado político y afectivo bastante deteriorado. La secuencia con Paco Rabal en Estaca de Bares me pareció maravillosamente planteada, como la relación con Charo López o con Paloma, la niña. Refleja el tono de una ciudad que tiene la sequedad histórica que tiene Lugo y, a la vez, ese clima y esa neblina que la envuelven.>>1


Partiendo de un guion escrito junto Joaquín Jordá, Camus relata, sin mostrarlo en la pantalla —<<lo de Uruguay o Estados Unidos, todo está contado, en parques, en pubs, en diversos sitios. Estoy harto de los “flash-back”. Lo que importa es que resulte un film con coherencia y clima>>2—, un pasado que pesa y que todavía sangra, un tiempo pretérito que nunca abandona el presente en el que Martín llega a Lugo para entrenar al Breogán, sin saber nada sobre el deporte de la canasta. Lo cierto es que ha mentido para encontrar un trabajo que le posibilite su entrada a España, adonde llega con la intención de encontrar a Paloma (Charo López) y cerrar la herida que se abrió en 1972, cuando ambos se vieron obligados a abandonar Uruguay, su país natal. Desde entonces, consecuencia de la dictadura militar, Martín ha sido un nómada más, entre tantas vidas rotas por el exilio, vidas que, como la suya o la de Paloma, buscan reconstruirse y se buscan. La nostalgia del hogar es compañera de viaje; las raíces que sujetan a la tierra, no pueden olvidarse, como tampoco Martín puede olvidar a la mujer por quien recorre el mundo sin más compañía que otra Paloma (Eva Cooper), la hija que le separa de la soledad absoluta, la niña que le cuida y le ayuda a sobrevivir, igual que ayuda a Art Davis (Jim Wright) a integrarse en una ciudad donde también este jugador es un trotamundos solitario. A su llegada a Lugo, para sustituir a Moncho (Antonio Resines) al frente del equipo, el nuevo entrenador dice que su filosofía deportiva es divertirse con el juego y que aboga por jugadores con inquietudes, que deben tener cultura, aboga por enriquecer las mentes. Pero Martín, músico en Uruguay, lo sabremos avanzado el metraje, apenas sabe del deporte practicado por el Breogán, por lo que hace suyo su discurso de aprendizaje. Intenta aprender en vídeos (sobre todo, en el curso impartido por Antonio Díaz Miguel, por entonces el seleccionador español) y con la ayuda de Moncho, quien, por su parte, intenta rehacer su vida junto a Luz (Assumpta Serna), lejos del equipo que él mismo construyó a costa de poner en peligro la armonía matrimonial que quiere recuperar. Pero la relación matrimonial de Luz y Moncho es secundaria respecto a lo que La vieja música nos cuenta, ya que se centra exclusivamente en ese mentiroso a la fuerza, ese corazón roto que busca recomponerse, ese padre que siente el calor humano en su hija y la soledad en la ausencia de la mujer amada y en el hogar perdido, ya lo no país o patria de la que hubo de huir, sino el hogar emocional que estaba construyendo con Paloma y que la dictadura militar echó por tierra.



1.Federico Luppi: Nosferatu. Revista de cine, núm. 43, abril 2003.

2.Mario Camus: Fotogramas, núm. 1710, Julio-agosto, 1985.

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