viernes, 29 de octubre de 2021

Todos nos llamamos Ali (1973)


<<La mayoría de los melodramas están armados sobre la problemática que interesa a la burguesía. Algo que resulta muy falaz y mistificador. Hay que salir en busca de melodramas en los que viva el proletario, y no de aquellos que a la burguesía le gusta o le excita imaginar que viven>>,1 comentaba Rainer Werner Fassbinder respecto a un melodrama como Todos nos llamamos Ali/La angustia corroe el alma (Angst essen Seele auf, 1973). El cineasta alemán busca a los personajes de este film en un ambiente proletario y encuentra a Emmi (Brigitte Mira), una mujer viuda, con tres hijos mayores (dos hombres y una mujer) que viven sus vidas lejos de ella, pero que acabarán juzgándola desde la postura más cómoda y egoísta. Emmi entra en el bar de Barbara (Barbara Valentin) para protegerse de la lluvia, aunque no solo entra para guarecerse, sino por curiosidad, ya que de regreso de su trabajo (limpiar dos plantas de oficinas) escucha la música extranjera que no entiende pero que le llama la atención. Entra y los presentes la miran como a una intrusa; se siente como tal, hasta que alguien que le dice no llamarse Ali (El Hedi Ben Salem), aunque todos le llamen así, baila con ella y le hace sentir acompañada. Así se inicia una relación entre un inmigrante marroquí, condenado al rechazo y a ser tratado con despareció por su origen beréber, y una mujer madura, condenada a la soledad. Cumplir sus condenas sociales juntos les permite sentirlas en la lejanía, pues, en la relación que establecen, rechazo y soledad no tienen cabida, quedan fuera. Ambas son fruto de un exterior racista que les juzga, aísla y asfixia, pero que no logra romper la unión. La sociedad, aunque se avergüence y lo silencie, demuestra que puede ser criminal, y al tiempo asumir que está siendo justa, decente, digna. Se justifica en su moral y se apoya en los prejuicios de grupo desde los cuales señala, juzga y condena cuanto altera el orden o cuanto escapa a su comprensión, como vendría a ser la relación interracial e intercultural que establece la pareja protagonista de Todos nos llamamos Ali. Esa sociedad —vecinas, compañeras de trabajo, familia— clava su mirada de odio y susurra palabras venenosas, acorrala y ataca a Emmi y a Ali desde que inician su relación, sencillamente lo hace por ignorancia, por intolerancia, porque asume el derecho de juzgar y establecer límites, porque ella es mayor y él árabe; pero esa misma intromisión es la que fortalece la unión que, una vez aceptada socialmente, amenaza descomponerse.



El racismo es <<uno de los aspectos de la película. El tema es la posibilidad o no de la gente de clase menos privilegiada de vivir con felicidad>>.2 La visión que
Fassbinder tenía de la sociedad no era halagüeña, tampoco era una visión sesgada ni caprichosa, solamente era pesimista y se remitía a hechos cotidianos. Fassbinder también asume en Todos nos llamamos Ali que el amor no es una cuestión limitada por la edad, ni por el sexo, ni las etnias, para la pareja el amor sería el deseo de amar. Ese deseo es el que une a Emmi y Ali, pero conservar la intensidad del vínculo resulta quizá imposible sin fuerzas que la mantengan, como apunta el deterioro de la pareja una vez el entorno deja de ejercer la presión social que ha provocado un efecto contrario al esperado, pues les fortalece y convierte en una unidad que, en resistencia, parece homogénea e imposible de disociar. No obstante, Emmi es maternal, lo cual implica cierto grado de control sobre Ali, un dominio ligero al principio —cuando no le acepta el dinero, y decide guardárselo en plan ahorro— y que aumenta en cuanto cesa la amenaza externa —le indica qué hacer sin pedirle opinión. A partir de este instante, la relación que les había protegido parece descuidarse, lo que provoca el distanciamiento que amenaza ser definitivo. Todos nos llamamos Ali parte de una situación ya planteada por Douglas Sirk en Solo el cielo lo sabe (All That Heaven Allows, 1955), en el que una mujer madura y su joven jardinero inician una relación sentimental, pero en Fassbinder no existe ingenuidad, aunque finalmente conceda a sus personajes una posibilidad, remota, pero quizá la única posible para un pesimista como pudo serlo el cineasta en este melodrama entre el realismo y el cuento de hadas, que apunta la utopía pesimista de un amor que se crece ante el rechazo social, pero que sucumbe, o eso apunta por un instante, cuando las fuerzas externas que les han unido dejan de ejercer tensión.



1,2.Rainer Werner Fassbinder: Fassbinder por Fassbinder. Las entrevistas completas (traducción de Ariel Magnus). Editorial Hueders Limitada, Santiago de Chile, 2018.

2 comentarios:

  1. Fassbinder consigue una obra redonda, sin fisuras, derriba mentalidades maltrechas, expulsa demonios que acompañan al común denominador humano y sale airoso en su intento por cambiar su propia cultura europea. Los demonios que él quiso expulsar del corazón de los hombres comunes lamentablemente no los pudo quitar de su vida. Pero su obra habla como caballos desbocados, caballos que sudan renglones de una caligrafía oscura pero necesaria.

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    1. ¡Qué bien lo expresas, Marcelo! Estoy de acuerdo con tus palabras; y también agradecido

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