sábado, 2 de octubre de 2021

Martes de carnaval (1991)


<<La tradición popular asegura que antiguamente los cigarrones o paliqueiros salían solo de la villa de Laza ya desde principios de año y recorrían largas distancias, llegando hasta Castilla e introduciéndose por aquellos pueblos. Hoy, no suelen salir de Galicia, ni siquiera de la provincia de Orense. Todavía existen en Laza, Verín, Xinzo y otras villas. El cigarrón no habla, camina a brincos, salta y baila, haciendo sonar las chocas. El cigarrón es sagrado, nadie le puede tocar. Se le puede gritar e insultar, llamándole cualquier cosa, pero si alguien le reconoce no podrá llamarle por su nombre>>, explica el narrador como introducción de Martes de carnaval (1991), una voz que en ese instante inicial señala el mito y la superstición, que ahora forman parte del folclore y de la leyenda, pero también apunta que existe un autor por el cual habla; aunque en este caso se trata de dos: Fernando Bauluz y Pedro Carvajal.



La superstición ha perdido su fuerza arcana frente el reinado de la ciencia y de la tecnología. Ahora sobrevive en la tradición señalada por el narrador y en la memoria de épocas remotas en las que lo mágico y lo real habitaban unidas en el imaginario popular. Galicia, tierra donde la leyenda, el mito, la magia y la realidad se dieron la mano para originar su cultura popular, es el escenario de Martes de carnaval y de sus tres tiempos que intercambian realidad e imaginación para plantear que la imaginación y la realidad son indisociables en el pensamiento humano y, por tanto, en los seres humanos y en su interpretación de sí mismos; a veces, incluso confunden ambas en sus mentes, donde son intercambiables. Dicho esto, quizá carezca de sentido plantear ¿qué es real y qué imaginario? ¿O si existe la realidad sin imaginación, o esta sin aquella? Pero el sentido viaja por muchos caminos, y uno de ellos es el del misterio donde no existe una explicación que satisfaga a la razón, sencillamente porque escapa a su interpretación. Para un escritor maduro en horas bajas (Fernando Guillén) ambas forman su interpretación del presente de destierro y de soledad en la aldea gallega donde, apartado del mundo, sufre su crisis existencial y artística. Es martes de carnaval, pero su mente viaja al pasado, a 1949, y despierta a otro día igual, aunque distinto, cuando todavía es estudiante universitario (Miguel Molina) y vive con sus padres en la rúa Nova, en Santiago de Compostela, por donde ve desfilar las comparsas carnavalescas y a tres “cigarróns” que, ajenos a su espacio natural ourensano, arrastran consigo a una joven que llama su atención. Esos dos espacios temporales y geográficos, presente y pasado, rural y urbano, muestra un mismo día de “Entroido” y tres máscaras que, tanto en el pretérito como en el ahora, provocan inquietud en el triple protagonista, triple porque, como inventor de historias, aunque no asome físicamente en la del tren, está presente en el transporte donde construye el tercer espacio, que existe fuera de tiempo, en su fantasía, y le permite liberarse y vengarse. Se trata del espacio literario, que cobra forma de vagón, y allí encierra a las tres personas de las que le gustaría deshacerse: su exmujer (Ángela Molina), el amante (Juan Diego) y la asistenta (Elisa Montés) que no para de importunarle con su verborrea y con sus preguntas, con lo que calla y con su laísmo, inusual en Galicia. Pero es esa mujer gallega, que expresa <<nadie sería capaz de hacerla daño>> y <<no me perdonaré que la ocurra algo>>, quien le da la idea para el cuento en el que encuentra su oportunidad para confesarse y expulsar fantasmas. En ese tren, los tres personajes hablan de él y por él, mientras los tiempos se intercambian y el tono de fantasía no logra concretarse, ni apenas convencer. La atmósfera lograda por Bauluz y Carvajal en los primeros compases de Martes de carnaval se diluye, pierde parte de su densidad misteriosa, la que le concede su mayor atractivo, y potencia la subjetividad del personaje interpretado por Fernando Guillén, que se convierte en el centro de la comunicación entre lo real, lo soñado y lo inventado, ese triple espacio donde el alma del escritor parece estar atrapada junto a sus espectros. Pero algo me desconecta de la propuesta de Carvajal y Bauluz, algo que me descubre que la imaginación del personaje es forzada por la de los responsables de la película, que apuran “soluciones” y fuerzan las emociones que asoman en los tres espacios narrativos. Nada parece surgir de la mente del escritor. En este aspecto lo enlazo con al interpretado por Jack Nicholson en El resplandor (The Shinning, Stanley Kubrick, 1981), pues, en ambos casos, siento que la fantasía de uno y la locura del otro no encuentran su origen en el desequilibrio entre la realidad y la imaginación. Nada parece fluir de los personajes, existen en la idea que alguien planifica minuciosamente, pero esa idea de su naturaleza se desfasa y pierde credibilidad. El escritor surge de quienes filman sin quizá conseguir lo más difícil: que parezca que no vemos una actuación, que nos olvidemos que se trata de una película, que parezca que los personajes tienen vida propia; de ahí que el triple martes de carnaval apunte a imaginativo, pero no logre alcanzar la ensoñación y la pesadilla a las que por momentos aspira.




2 comentarios:

  1. A mí tampoco me acabó de convencer del todo esta película, si bien parte de un guion tremendamente cautivador.

    Saludos.

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    1. Coincido. La idea de mezclar los tres tiempos me parece muy buena; pero creo que falla al darle forma. Para cualquier cineasta, y también para cualquier escritor, es difícil equilibrar esos tiempos y que fluyan como parte de un todo. En este caso, el mundo interior del personaje de Fernando Guillén, sus impresiones y frustraciones, su interpretación de experiencias y recuerdos, sus fantasmas personales y el proceso creativo que lleva a cabo para deshacerse de ellos.

      Saludos.

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