jueves, 30 de septiembre de 2021

Hace un millón de años (1966)


Las criaturas gigantescas diseñadas por Ray Harryhausen sitúan Hace un millón de años (One Million Years, B. C., 1966) en la órbita de las “monsters movies”, pero la película dirigida por Don Chaffey, escrita y producida por Michael Carreras para la londinense Hammer Films, es algo más que una película de monstruos y también más que una nueva versión del largometraje homónimo dirigido por los Hal Roach, padre e hijo, en 1940. Es, junto Viaje alucinante (Fantastic Voyage, Richard Fleischer, 1966), el viaje a la fantasía que convirtió a Raquel Welch en objeto de deseo y en icono popular, como atestigua su imagen en la pared de la celda de Cadena perpetua (The Shawshank RedemptionFrank Darabont, 1994). Mezclando los orígenes de la especie humana y el remoto anterior a esta, Carreras y Chaffey proponen su anacrónico transitar por el paleolítico donde reúnen dinosaurios y arácnidos, cuyo tamaño nada tienen que envidiar a ¡Tarántula! (Jack Arnold, 1955), entre otras criaturas de tamaño monstruoso también creadas por ese gran maestro de los efectos especiales apellidado Harryhausen, y dos grupos de homínidos que se distinguen por el cabello rubio y moreno (los primeros con mayor desarrollo racional en sus costumbres que los segundos), y un tercer clan, de rasgos simiescos, varias etapas por detrás en la evolución.



La prehistoria antediluviana de
Hace un millón de años es menos musical y lograda que la expuesta dos años después por Stanley Kubrick en el prólogo de 2001. Una odisea del espacio (2001. A Space Odyssey, 1968) o, más adelante en el tiempo, por Jean-Jacques Aunnad en En busca del fuego (Le guerre du feu, 1981), porque, ante todo, pretende aventura, carnalidad y fantasía, pero también muestra a una pequeña tribu que todavía no ha desarrollado el signo lingüístico ni el culto a sus muertos. Sus miembros se comunican con gestos y sonidos guturales, y los conceptos de moral y familia aún quedan lejanos. No sienten curiosidad por el entorno y temen lo desconocido, explica el narrador que introduce a ese clan de hombres y mujeres de pelo moreno en el que desde el inicio se observa la lucha fratricida y la paterno-filial, pues los lazos familiares apenas significan para ellos. Los primeros instantes de Hace un millón de años se centra en ese pequeño grupo, primitivo, violento, condicionado por sus instintos y por la supervivencia en un medio inhóspito, plagado de criaturas gigantescas y de otros peligros naturales. En la tribu no hay cabida para el pensamiento racional o este solo se reduce a cierto ingenio que potencia su habilidad para la caza. Su escaso desarrollo intelectual se observa también en el trato dentro de clan, en la ausencia de los ritos funerarios o de la falta de desarrollo artístico, que sí existen en la tribu que Tumak (John Richardson) descubrirá durante su odisea, después de que su padre, Akhoba (Robert Brown), líder del clan, le arroje desde lo alto de una roca, ignorando que poco después él mismo será víctima de un trato similar por parte de Sakana (Percy Herbert), su otro hijo. Tumak recupera el conocimiento y se encuentra en la soledad que le obliga a recorrer lo inexplorado, ese espacio abierto a la novedad, al aprendizaje, pero también un lugar inmenso repleto de peligros, de criaturas monstruosas y, sobre todo, de la belleza escultural que observa a la orilla del mar. Tumak descubre un grupo de chicas rubias vestidas en bikini de piel, parece que han pasado por algún centro estético del lugar, aunque él no puede saberlo; lo mismo podría decirse de las chicas de su clan, entre quienes destaca Nupandi (Martine Beswick), cuyo deseo por Tumak derivará en su lucha con Loana (Raquel Welch), en el que acaso sea el primer combate por ataque de celos de una prehistoria tan incierta y llena de interrogantes como la propia Prehistoria. Nunca antes de su encuentro con la tribu rubia, Tumak habría visto el océano, tampoco un clan como el que le recoge y cuida sus heridas, pero del cual es expulsado tras una pelea. Y vuelta al camino, pero ya no a la soledad, pues Loana le sigue en una aventura que inevitablemente enfrentará a Tomak, ya civilizado y enamorado de la muchacha de los cabellos dorados, y Sakana, que solo es capaz de actuar por instinto, envidia y deseo.



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