miércoles, 15 de septiembre de 2021

El hombre de la isla de Man (The Manxman, 1929)


Los primeros minutos de El hombre de la Isla de Man (The Manxman, 1929) desarrollan un realismo atípico en Alfred Hitchcock. Muestran un puerto pesquero y la llegada de los barcos que descargan sus capturas. Por un instante, pienso que el año del rodaje del último film silente de Hitchcock es el mismo en la que John Grierson filma su documental Grifters (1929) y establezco una conexión entre ambas películas que no tarda en desaparecer. El parecido concluye en el instante en el que Hitchcock presenta a sus dos protagonistas masculinos, Pete (Carl Brisson) y Philip (Malcolm Keen), dos hombres que se aprecian y que pretenden luchar por una misma causa (pedir que las autoridades controlen el tráfico de turistas por las aguas donde los marineros faenan), aunque proceden de diferentes clases sociales. No obstante, el detalle más importante de su relación no se encuentra en su amistad ni en esa causa común, que ya no vuelve a asomar en pantalla, sino en el amor que ambos sienten por Kate (Anny Ondra), la hija del dueño de la taberna Manx Fairy y un individuo que juzga según el peso de la cartera —prueba de ello es su rechazo a Pete cuando es pobre, y su aceptación cuando consigue reunir una pequeña fortuna. La joven es el centro de una narración un tanto aburrida, quizá de las más aburridas en la divertida y magistral filmografía del cineasta inglés. Ella es el personaje que asume dar el paso que le lleve de la pasividad a la liberación, la única que quiere o hace algo para escapar de la mentira y del engaño: su matrimonio con Pete, el hombre a quien no ama, pero a quien prometió esperar y, a su regreso, casarse con él.


A lo largo del metraje de The Manxman cobra fuerza la idea de que ninguno de los tres se atreve a encarar la verdad: los enamorados deciden ocultarla y Pete también prefiere vivir en su fantasía: un matrimonio que él asume feliz para ambos. El resultado es el conflicto que amenaza la amistad, un conflicto de culpabilidad, de deseo y del amor que da forma al típico triangulo amoroso en el que todos sufren, pero ¿qué triángulo de este tipo es atípico? Salvo momentos puntuales The Manxman no parece una película de Hitchcock, a pesar de que apunte algunos de sus temas —un ejemplo, al final del film hay un detalle cien por cien suyo, en el que muestra la curiosidad humana por la privacidad ajena—, las situaciones se desarrollan irregular, parece como si el artífice de 39 escalones (The Thirty Nine Steps, 1935) no se divirtiese a costa de hacer sufrir al público. De hecho, así lo confirman sus palabras a François Truffaut <<el film es muy vulgar, sin humor>>. La película es aburrida porque Hitchcock se aburre, no juega con su público, ni va dos pasos por delante, ni siquiera le lleva uno de ventaja, pues no intenta ir por delante, trampeando y engañando con ironía, tensión, movimiento y humor. En su último largometraje mudo los únicos engañados y los únicos que se engañan son los vértices del triángulo amoroso que asume el protagonismo absoluto de este drama de Hitchcock, pero sin Hitchcock, ambientado en el pequeño pueblo pesquero de la Isla de Man.



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