miércoles, 29 de septiembre de 2021

El gran atasco (1978)


Años antes de que las primeras carreteras asfaltadas diesen paso a las autovías, autopistas, peajes, embotellamientos, desguaces, cementerios y demás compañeras de campo semántico de coche, Wenceslao Fernández Flórez apuntaba fino en la novela El hombre que compró un automóvil (1932), cuando en el epílogo imaginaba un futuro habitado por vehículos motorizados. Tiempo después, consecuencia del desarrollo industrial y tecnológico y de la conversión del proletariado en clase media, vehículos, conductores, atascos, cláxones, insultos, atropellos, depredadores, víctimas e igual miseria, aunque en diferente formato, eran realidades indiscutibles que podían observarse en cualquier parte del mundo motorizado, por ejemplo sobre el asfalto de Roma a Nápoles o de esta a aquella, según el sentido del carril escogido en la coral y satírica El gran atasco (L’ingorgo, 1978). Puede sonar exagerado, pero el mayor atasco registrado hasta la fecha duró diez jornadas; se produjo en la nacional 110 de China, en el año 2010. Inspirándose en un relato corto de Julio CortázarLa autopista del sur—, Luigi Comencini no necesitó tantas, le bastaron un día y su noche, tiempo más que suficiente para escenificar su sátira y su crítica en esa desesperante espera vial, que resulta una magnífica ocasión para estudiar el comportamiento humano, tanto el racional como el irracional de los individuos atrapados. Su historia se ubica en una autopista de la Italia del consumismo, de la industrialización, de la polución, la heredera del “milagro económico” de las décadas de los 50 y 60, donde el director igual atrapa al empresario Benedetti (Alberto Sordi) y a Ferreri (Orazio Orlando), su servil esclavo por un sueldo, como a Martina (Ángela Molina), que sufre el acoso y la posterior violación de tres hombres ante las miradas de cuatro amigos que, pudiendo intervenir, se quedan dentro de su auto. El atasco también retiene a Germana (Giovannella Grifeo) y familia, un núcleo “pobre, pero honrado” y de padre (Lino Murolo) proabortista, pues prefiere aprovechar la recién aprobada “ley del aborto” que permitir que su hija mancille su buen nombre —para él, su única posesión valiosa—, siendo madre soltera. Quienes sí están casados son Carlo (Fernando Rey) e Irène (Annie Girardot), un matrimonio de clase media en viaje de bodas de plata, que pretenden celebrar en el hotel donde pasaron su luna de miel. Pero su idílica intención sufre en esa carretera donde la ausencia u olvido de las llaves de casa precipita los reproches de Carlo, que se irán recrudeciendo, hasta que comprende que las llaves las tiene él y, entonces, suaviza su tono y le resta importancia al asunto. En ese momento, uno de los mejores y más cínicos de la película, el marido comprende que no puede borrar sus palabras, sus acusaciones, su crueldad verbal. Tampoco le vale disculparse, ya que es incapaz de encarar la vergüenza que le implicaría reconocer su vileza y su error, uno más entre tantos sufridos por ella, ni soportar un más que probable cambio de sentido en los reproches, así que decide una solución tan sutil como vil: introducirlas en el bolso de Iréne.



La filmografía de
Comencini cuenta con títulos sobresalientes —Todos a casa (Tutti a casa, 1960), El incomprendido (Incompresi, 1966) o Sembrando ilusiones (Lo scopone scientifico, 1972)— y El gran atasco también pudo serlo; de hecho, lo es en varios momentos. Su mejor baza comercial es su reparto, uno de los mejores repartos que pudiese reunir el cine europeo. Sordi, Annie Girardot, Fernando Rey, Patrick Dewaere, Ángela Molina, Harry Baer, Marcelo Mastroianni, Stefania Sandrelli, Ugo Tognazzi, Miou Miou, Gerard Depardieu o José Sacristán hacen alto en la autopista donde Comencini les retiene para que, de un modo u otro, salvo excepciones, sus personajes y demás viajeros de esta coproducción italiana, francesa, española y alemana, acaben por mostrar el lado menos favorecido de la condición humana. En la idea, el individuo es ideal; en persona y en conjunto, quizá sea para decir <<la humanidad apesta>>, que comenta Montefoschi (Marcello Mastroianni), aunque él tampoco huela a rosas. Siempre existen salvedades, incluso en ese embotellamiento donde la ferocidad crítica de Comencini señala que el pensamiento racional, la nobleza, la generosidad, la solidaridad, el amor, florecen en situaciones favorables; en el atasco se abraza la irracionalidad, la mezquindad, la insolidaridad. Allí, apenas nadie se preocupa por alguien que no sea uno mismo. Pompeo (Gianni Cavina), el hombre que ofrece su casa, lo hace porque espera conseguir un trabajo en Cinecittà o, por su parte, Benedetti cree que su dinero lo puede todo y que le concede derecho a llamar <<chusma>> al resto, ante el asentimiento servil de su empleado. Nadie mueve un dedo para evitar la brutalidad y la violación sufrida por Martina, ni el gesto de Mario (Harry Baer) cuando estaba unos centímetros de incendiar el auto de los agresores deja de ser algo más que un gesto que no se atreve a materializar, quizá por miedo a las consecuencias penales. El herido (Ciccio Ingrassia) que agoniza en la ambulancia solo piensa en la cantidad que cobrará por ser la víctima de un transporte público. En El gran atasco la generosidad brilla por su ausencia. Nadie ofrece, si no es a cambio de algo, ni siquiera el padre de Germana, que no cobra el agua a Benedetti porque dársela es el pago que le permite superioridad moral y mantener el honor de su apellido, su única riqueza o así lo cree. Comencini satiriza sin distinción de clases sociales y sitúa a sus personajes en una situación límite que merma el aguante de unos y saca a relucir lo peor de otros; parte del humor, aunque es brutal cuando se decide a desvelar la mezquindad humana, para concluir su critica con la oración que reza el cura sin sotana (José Sacristán), que da gracias al Señor por llevarse y acoger en su seno al moribundo de la ambulancia, <<apartándolo de los desastres del mundo>>. Pero el mensaje que se adapta a la época viene después, cuando el religioso expresa <<Sálvanos del plástico. Sálvanos de la escoria radioactiva. Sálvanos de la política del poder. Sálvanos de las multinacionales. Sálvanos de la razón de Estado. Sálvanos de los desfiles, de los uniformes, de las marchas militares. Sálvanos del mito de la eficiencia y de la productividad. Sálvanos de los falsos moralistas. Respetad la naturaleza. Amad la vida. Uníos carnalmente en el respeto al prójimo. Fornicar no es pecado si se hace con amor. Amén>>. Estas palabras enfatizan la postura crítica de Comencini, que apuntaba sin disimulo hacia la Tierra y se dirigía al público, a personas quizá no muy distintas a las que componen la variopinta fauna de la autopista donde ubica su película.



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