viernes, 3 de septiembre de 2021

La piel que habito (2011)


Transcurridas más de dos décadas desde Átame (1989), Antonio Banderas y Pedro Almodóvar volvieron a colaborar en La piel que habito (2011). Sé que suena forzado escribir que sus caminos estaba destinados a volver a encontrarse, pero, como desde hace años, quizá siglos, se puso de moda forzar la expresión oral, la escrita y, más adelante, la visual, lo escribo para decir que sus destinos volvieron a cruzarse cuando el cineasta y el actor se embarcaron en este proyecto sobre la creación y el creador. Aunque el realizador manchego disfrace al artista de científico loco y a la obra le de aspecto humano: de hombre a mujer, el “mad artist” de Almodóvar y Banderas está mas cerca de ser un Miguel Ángel, sin su genio, que de un Victor Frankenstein, aunque presenta puntos de contacto con el científico ideado por Mary Shelley y que nada tiene de loco. Sencillamente, Frankenstein —y también Miguel Ángel con las formas sublimes de su arte— busca la eterna aspiración humana de la inmortalidad, aunque haya quien la llame divina, y descubre su propia monstruosidad en la evolución de su criatura, pues la mera existencia de su creación se la desvela y le genera el conflicto entre la monstruosidad desvelada y la divinidad asumida que habitan y disputan en cualquier creador. Pero a diferencia del genio italiano, el doctor Robert Ledgard (Antonio Banderas) no esculpe su obra en piedra ni la pinta al fresco, sino que trabaja su arte en la piel humana para transformar en mujer al hombre de quien inicialmente pretende vengarse, y en esa pretensión aparecen las influencias de Frankenstein, ya que, en su negación silenciada, la de la muerte de su mujer, Robert quiere resucitar a su musa, el ideal femenino que siempre se le escapa.



Posiblemente, la frecuencia de las distintas sensibilidades artísticas y de las emotividades de las personas se encuentran en longitudes de onda distintas, según la subjetividad y objetividad de cada quien. La de Almodóvar la siento distante a la mía o quizá me diga eso para explicarme porqué, salvo puntualidades, no conecto con sus películas. Las miro, pero no alcanzo a ver el contenido, ni simpatizo con su humor, si se trata de una comedia, pues no encuentro comicidad o, ante uno de sus dramas, apenas los percibo. Siento que lo expuesto en la pantalla no pertenece a los personajes, ni a sus vidas, sino a la invención del autor que propone sus laberintos de pasiones y de emociones, superficies donde no descubro signos de vida bajo la piel; aunque, cierto es, La piel que habito me fue ganando a medida que me alejaba de lo que veía en la pantalla y buscaba fuera de ella. En ese espacio mental entre lo que observo y lo que reflexiono, me pregunto si las imágenes que me llegan son las de un film de forma sin fondo. Me respondo que puede que su autor pretenda que el fondo sea la forma, y viceversa, pero, de ser así, ¿fuerza la estética? ¿Intenta crearla a su imagen? La búsqueda de la belleza es la máxima aspiración del Arte, una belleza que mayoritariamente no se alcanza, aunque muchas obras la acarician, pues toda obra de arte aspira a transmitirla ya no en su aspecto visible, para nuestros sentidos, sino en los intangibles que la belleza encierra en sí misma. Esos rasgos que no vemos, pero que descubrimos y sentimos, son invisibles a la cámara y al ojo humano, pero cobran significado en alguna parte entre el sujeto que observa, con el corazón y la razón, y el objeto observado. La estética y la belleza, la forma del arte, escapan de la realidad sin poder abandonarla, puesto que, aunque la niegue como hace el kitsch o reniegue de la misma, la afirma al vivir atrapada en ella. La piel que habito crea formas de pasiones, pero sin pasión, habla de obras de arte y de los artistas que las crean, pero ¿alcanza belleza en su devenir, hacia el que avanza en el presente? ¿Existe conflicto entre fuerzas creadoras y destructivas en el pasado mostrado? <<Debéis tener cuidado de no confundir la forma con el fondo>>, expresa la profesora de yoga que habla desde la pantalla que no libera a Vera Cruz (Elena Anaya), cuyo nombre relaciona muerte y resurrección, de su celda física de lujo, ni de la prisión psicológica de la que siempre intenta escapar sin éxito. Hay una pintada en la habitación de Vera en la que, entre las fechas de su cautiverio y las decenas de “respiro”, se lee la frase que afirma que <<el arte es garantía de salud>>. Puede que sea cierto, pero ¿qué es el arte? ¿La forma que habla al cerebro y a las vísceras, a la razón, a las pasiones, a las emociones? ¿Es arte el cine de Almodóvar? ¿Intenta alcanzarlo o solo pretende pasar sus películas por artísticas? Quizá, en su etapa de mayor madurez creativa, Almodóvar asuma dar la forma a la obra y que el fondo llegará gracias al "arte" de sus imágenes, pero lo ignoro, como ignoro todo y más, aunque sospecho que el artista, Robert, crea su obra (inicialmente por vengar el abuso sexual sufrido por su hija a manos de Vicente), se enamora de ella y desea sentirla físicamente: desea poseer su belleza, la visible y oculta de toda creación, aun a riesgo de que esa misma obra suya le destruya para liberarse de la monstruosidad/divinidad artística que le ha dado forma.



2 comentarios:

  1. Además de los referentes literarios que mencionas, Almodóvar se inspiró también en una inquietante película del francés Georges Franju: Los ojos sin rostro (Les yeux sans visage, 1960).

    Saludos.

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    1. Cierto. La omisión de “Los ojos sin rostro” en el texto fue deliberada, no quería entrar en comparaciones con la obra de Franju. Pero, ahora que lo reflexiono, creo que ha sido muy acertado por tu parte apuntarlo. Gracias.

      Saludos.

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