lunes, 20 de septiembre de 2021

Corredor hacia China (China Gate, 1957)


Su nombre antes del título, para enfatizar su autoría, y el <<escrito, producido y dirigido por Samuel Fuller>> dejan claro que Corredor hacia China (China Gate, 1957) es un film de Fuller. No cabe duda respecto a eso, pero no por lo apuntado en los créditos, sino en las imágenes, los personajes y los temas que se verán a continuación. Se trata de un Fuller en toda regla y en plena forma, con sus temas y su estilo, sin adornos ni sentimentalismo, directo al asunto, golpeando donde duele y posicionándose con los antihéroes marginales, pero antes introduce información y un poco de propaganda que sitúan la acción en Indochina, en un periodo ya de guerra fría entre capitalismo y comunismo, momento durante el cual se produce el enfrentamiento armado entre el Vietminh, que domina el norte del país, y la Legión Extranjera francesa, que intenta frenar el avance comunista e independentista (que pretende descolonizar el país).



<<Esta película está dedicada a Francia. Hace más de trescientos años los misioneros franceses fueron enviados a Indochina a predicar el amor de Dios y el amor fraternal de los hombres. Poco a poco, la influencia francesa tomó forma en la tierra vietnamita…>> Así introduce el narrador de China Gate el espacio donde no explica si los indochinos tenían Dios propio antes de la llegada de los franceses; ni si una colonización puede o no ser fraternal, lo da por hecho, o, mismamente, si la naturaleza humana tiende a hermanarse cuando unos pisan tierras lejanas con la idea de superioridad y con el fin de dominarlas y establecer sus costumbres, imponiéndolas a las de otros. Las dudas me asaltan, pero la voz explicativa me arrastra veloz en su occidental recorrido por la historia indochina mientras las imágenes de arrozales o de la invasión japonesa durante la Segunda Guerra Mundial nos acompañan. A modo de crónica, el guía invisible nos sitúa en los momentos anteriores a la aventura bélica con la que Fuller se alejará del discurso de propaganda inicial, para insistir en temas que se repiten en su obra: el racismo, la guerra y los fuera de lugar, supervivientes como Lia “Lucky Legs” Summer (Angie Dickinson) o la protagonista de Una luz en el hampa (The Naked Kiss, 1964). La voz continúa su informe sobre Vietnam para introducir la figura de Ho Chin Minh, quien, de ideología marxista-leninista, en 1945 fundó el Vietminh y proclamó la República Democrática de Vietnam, lo que supuso un primer paso para la guerra de Indochina, que no concluiría con la partición de Vietnam en 1954, pues, la no celebración del referéndum pactado en los acuerdos de paz, derivaría en la guerra entre el norte y el sur que se prolongaría hasta la década de 1970.



El profesor de historia ha cumplido su misión; su voz desaparece al tiempo que la propaganda pierde peso, ya que a Fuller no le interesa seguir esa senda. Le interesa el conflicto humano, la suma de sentimientos y emociones silenciadas, los rechazos que esconden cercanía, el sacrificio de una madre y la negación de un padre estadounidense ante los rasgos orientales de su hijo, el amor que parecía perdido, la traición, la vida, la muerte. Fuller toma ese camino en el mismo instante que su cámara se fija en un niño y su cachorro. Les sigue hasta unas piernas femeninas, por las que asciende su curiosidad hasta descubrirnos el rostro de Lia “Lucky Legs” Summer, de madre china y padre francés, ajena a los comunistas del norte y a los capitalistas del sur. Consciente de su marginalidad, y de ser marginada por ambos extremos, sobrevive, que ya es mucho, en la inestabilidad en la que vende alcohol a ambos lados para poder alimentar a su hijo de cinco años, el niño del cachorro, por quien accede a ser guía en una misión en la que no quiere participar, pero que acepta a condición de que su hijo sea admitido en Estados Unidos. No obstante, se echa atrás al ver que uno de los miembros es el sargento Brock (Gene Barry), a quien abofetea porque los abandonó cinco años atrás, cuando descubrió que el bebé tenía rasgos orientales. Finalmente, “Lucky” accede por su hijo, para que pueda crecer lejos del conflicto y donde cree que la “cruz” —ser mestizo de rasgos orientales— del hijo será menos pesada, algo que el propio cineasta desmiente en The Crisom Kimono (1959).



El racismo es un tema que se repite en Fuller, también la individualidad y la marginalidad de sus protagonistas, frente al orden y la hipocresía establecidas. Y Lucky, también Brock y Goldie (Nat King Cole), son personajes que cumplen los requisitos para encajar en el imaginario del director de 40 pistolas (Forty Guns, 1957). Ella se debe a su hijo,  al amor que le profesa. Esa es su causa —la de Brock es la guerra, la de Goldie acabar con los comunistas y la del comandante Chen (Lee Van Cleaf), enamorado de Lia, expulsar a los occidentales y asumir el lugar que cree corresponderle dentro del orden por venir—, no las ideologías y los intereses que se enfrentan en una lucha que no mira por el bienestar del pequeño ni de tantos miles, millones, que sufren las bombas y la hambruna consecuencia del conflicto del que ella quiere alejar al niño. Lia acepta sacrificarse por amor y, a pesar de valerse del engaño para alcanzar su meta, es el personaje de China Gate, la heroína de Fuller, la que presenta mayor fortaleza y nobleza, puesto que actúa persiguiendo un fin constructivo y no uno destructivo. Su personalidad pone en evidencia al resto, sobre todo a su ex-marido, cuya negativa a sentir —su apariencia externa es fría y sus palabras son crudas, directas— solo es una fachada tras la que oculta el amor que le niega a Lucky, cuando se produce su acercamiento nocturno durante el cual ella le confiesa sus sentimientos, sin saber que, instantes después, volverá a ser herida por ese mismo hombre que ahora le abraza y la desea, pero que se negará una vez más la posibilidad de amar a su hijo.





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