viernes, 10 de septiembre de 2021

Philadelphia (1993)


Mucho tiempo después de verla por primera vez, descubro dos películas en Philadelphia (1993), mejor dicho, veo un vídeo musical y una película en el film de Jonathan Demme. El primero lo interpreto como un videoclip promocional de una de las mejores canciones estadounidenses del año 1993 y sirve para insertar los títulos de crédito iniciales o, para ser más exacto, estos sirven de excusa para introducir la inimitable voz de Bruce Springsteen recorriendo las calles de la ciudad donde se firmó la Declaración de Independencia de las Trece Colonias que darían origen a la nación estadounidense. Bruce canta Streets of Philadelphia y, mientras suena su premiada canción, las imágenes avanzan por el asfalto al ritmo marcado por el cantante. Durante ese breve instante se muestra la miseria de las calles de una metrópolis, por entonces, con una elevada tasa de marginalidad y criminalidad. Es un vídeo-clip de apertura que, vuelto a ver años después de su estreno y sin tener aparente conexión, me trae a la memoria el expuesto en Wachtmen (Zack Snyder, 2009), que tiene a Bob Dylan y su The Times They Are a-Changin’ sonando mientras se suceden imágenes del pasado de los personajes y de la historia que se verá a continuación. Sin embargo, en Philadelphia la conexión apenas es visible, o evidente, entre el vídeo y el resto de la película, ya que no volverá a esas calles marginales, pisará otras superficies y observará otro tipo de marginalidad y de marginados. Pero la conexión existe, se encuentra ahí, en los márgenes sociales que ambas partes exponen. Lo hacen desde dos perspectivas que difieren en su forma y que coinciden al hablar de dignidad y miseria, de vida y muerte, de justicia e injusticia, de ignorancia y prejuicios. Pero el film no hablará de una marginalidad visible: pobreza y delincuencia en las calles, sino de la invisible que se produce en la sombra que Demme saca a relucir y lleva a su tribunal, donde hace visibles la homofobia y la discriminación laboral y social sufridas por Andrew Beckett (Tom Hanks), contagiado de VIH/SIDA, la enfermedad que, durante años, había sido ignorada y considerada tabú, lo que implicó un total desconocimiento popular de la misma. Esta ignorancia se comprueba en la escena en la que se reúnen los dos protagonistas, y Joe Miller (Denzel Washington), la mirada de quien ignora y quien ha heredado prejuicios —de los que se desprenderá gracias a la cercanía, el conocimiento y el reconocimiento—, escucha a Andrew como le dice que está infectado por el virus de la inmunodeficiencia humana.



Antes de sufrir las consecuencias de su enfermedad, <<la muerte social que precede a la real y física>>, Andrew lo tenía todo, éxito y admiración profesional, una pareja estable, Miguel (
Antonio Banderas), salvo por el encuentro sexual en un cine en 1985 que la defensora (Mary Steenburgen) de la firma de abogados demandada (por despido improcedente) sacará a relucir para menoscabar el comportamiento (íntimo) del demandante, una familia que le adora, una vida que acariciaba el sueño americano que empezó a soñarse en la urbe más poblada de Pensilvania, muchos años atrás, en 1776. Aparte de ser la cuna de la Declaración de Independencia, hay otro símbolo en Philadelphia que luce visible. Se trata de la estatua que corona la torre del edificio del ayuntamiento de la ciudad, en honor a William Penn, el filósofo inglés y fundador de la provincia de Pensilvania y de Filadelfia. Penn fue uno de los modelos de tolerancia e igualdad que influyeron en los llamados “Padres Fundadores” y en su “Comité de los Cinco”: Thomas Jefferson, John Adams, Benjamin Franklin, Roger Sherman y Robert R. Livingston, quienes el 4 de julio de 1776 presentaron ante el Congreso Continental aquel texto que expresaba que <<Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad…>>, verdades evidentes que no fueron respetadas, o iguales para todos, y de las que, más de dos siglos después, se concluye que hombre y mujer tienen derecho a no ser discriminados por fobias particulares ni por la sociedad a la que pertenecen. Esa es la lucha que Andrew emprende mientras su cuerpo se deteriora inevitablemente. Es una lucha que inicia en solitario, pero que avanza junto a Joe, su abogado y amigo, que primero le rechaza y posteriormente le admira por su entereza, le valora por su idealismo y, como Miguel y el resto de su familia, le quiere por el conjunto de su humanidad.



No hay comentarios:

Publicar un comentario