martes, 5 de octubre de 2021

El juicio universal (1961)


La vena satírica de Cesare Zavattini, suyo es el argumento y el guion, y de Vittorio De Sica brilla sobre el Nápoles de El juicio universal (Il giudizio universale, 1961). Se trata de una ciudad concreta, pero representa una cultura y una sociedad marcada secularmente por el catolicismo y por las diferencias socioeconómicas. Y aunque haya perdido religiosidad, no ha perdido su base religiosa. Es decir, que no basta que la sociedad se transforme en laica o elija serlo para que desaparezcan condicionantes morales y tradiciones que se heredan y perviven incluso en la forma de ser de las personas, sean o no creyentes; de ahí que los unos y los otros acaben por aceptar lo inevitable del asunto: que serán juzgados, y solo por este motivo existe culpabilidad, arrepentimiento y temor al castigo. Sin la amenaza del juicio o sin esa voz insistente, que primero es desoída y luego asusta, no habría culpa y todos los personajes del film seguirían como si nada, tal cual sucederá cuando la tormenta amaine y la calma y la condición humana vuelvan a reinar. Existe un sedimento secular que, aun pasando desapercibido, forma parte de la identidad moral, cultural y social, digamos que de la idiosincrasia, ya no solo de los napolitanos, sino de Italia y otros países que, cada cual con sus particularidades, comparten su origen latino, católico y mediterráneo, como podría ser el caso de España. Pero ese mismo poso también es el que condiciona y da origen a un tipo de humor que lo diferencia del inglés, del estadounidense o del escandinavo, es un humor vivo, alegre y expresivo, que caricaturiza con exageración, negrura, ironía y sátira, en definitiva, su carácter latino da rienda suelta a la burla que brilla en el film de De Sica o, mismamente, en Plácido (1961), en el que Berlanga y Azcona idean una magistral sátira de la sociedad católica española, en la que prima la imagen y la miseria, en la que nada cambia, ni cambiará; lo mismo que sucede en El juicio universal, una vez pasado el susto, la culpabilidad y la lluvia torrencial.


Quizá ayer la sátira fuese más efectiva y lograda de lo que pueda ser hoy, pues parece que hemos perdido parte de aquella agudeza de los De Sica, Monicelli, Risi, FerreriBerlanga, incluso de Buñuel, cuyo cine era un mundo aparte, y otros cineastas que asumieron lo grotesco y su fuerza corrosiva para unir a esas tres hermanas de sangre que son el humor, la sátira y la ironía. Las tres se ponen al servicio del caos que recorre las calles y hogares del Nápoles retratado por De Sica. Sobre esta ciudad, de innegable belleza cinematográfica y mediterránea, suena la voz celestial que anuncia durante la mitad del film que <<a las seis empieza el juicio universal>>, pero apenas alguien de entre el espectacular reparto internacional —en el que se encuentran la griega Melinda Mercouri, los estadounidenses Ernest Borgnine, Jack Palance o Jimmy Durante, los franceses Anouk Aimée, Lino Ventura y Fernandel, los italianos Vittorio Gassman, Silvana Mangano, Paolo Stoppa, Nino Manfredi, Alberto Sordi o el español Jaime de Mora y Aragón—, hace caso y, de hacerlo, explican el fenómeno con un <<será publicidad>> o <<un avión que está detrás de aquellas nubes>>. La primera impresión es que la afirmación apenas trastoca la cotidianidad napolitana, tampoco la de sus gentes y sus visitantes, pero, como parte de un país católico, la culpa empieza a picar y en algunas mentes empieza a pesar la duda. ¿Y si hay juicio? ¿No será la hora de mostrar arrepentimiento, por si acaso? La broma está servida y De Sica da rienda suelta al caos que se descubre en los inmuebles, en las aceras o en el muelle napolitano desde donde parten los niños vendidos por sus padres a ese “bienhechor” de la infancia a quien solo le importa el negocio. ¿Quién está preparado para asumir sus actos, sus pensamientos, su motivos y sus culpas? Eso sí, una mayoría multiplicaría sus aciertos y buenas obras por mil o negaría cualquier acusación o, en el caso del caballero inglés, se escuda en que la voz desconoce su idioma y pasa de largo, saludando caballerosamente con el sombrero; así como el musulmán que camina junto a su montura por el desierto se sorprende al escuchar su nombre, y le dice a la voz celestial que él no profesa su religión. En todos esos instantes del juicio, antes, durante y después, se deja notar la inventiva y el humor de Zavattini, la mejor compañía posible para el humor y el genio de De Sica, que encuentra en la caricatura una caótica y divertida herramienta crítica.



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