Minutos, horas, días, semanas…, trabajando como parte más del engranaje de la maquinaria de la fábrica donde Arthur (Albert Finney) realiza su labor diaria mientras se aferra a la idea de que a él no pueden oprimirle… Quizá pase los años que le queden de su juventud y de su vida haciendo el mismo gesto mecánico, con el fin de cobrar las libras semanales que entrega en casa y gasta el sábado noche en cualquier pub, antes de acostarse, quizá borracho, quizá con una mujer, y levantarse el domingo mañana para ir a pescar, en compañía de su primo Bert (Norman Rossington), y aprender de la sabiduría de los peces, aunque, finalmente, como los tipos más listos, también los peces muerdan el cebo. <<No hay que permitir que esos cerdos te opriman>>, dice su mente cabreada, aunque su cuerpo y su comportamiento generan la impresión de que ya está oprimido por la ciudad-industria donde Karel Reisz ubica la condena y la estéril lucha del protagonista de Sábado noche, domingo mañana (Saturday Night and Sunday Morning, 1960), una ciudad cuya vista panorámica le da forma de penal o de catedral fabril en medio de un cementerio de tejados bajo los cuales descansan los cadáveres vivos que cada jornada dan de comer a máquinas insaciables. Arthur es diferente, desea serlo, lo fuerza a golpes y en su rebeldía. Todavía posee vitalidad, la que no se descubre en un vecindario vencido. Aunque inicialmente lo parezca, no solo le interesa pasarlo bien bebiendo en el pub o acostándose con Brenda (Rachel Roberts), la mujer casada y “condenada” a huir de su rutina a quien ve cuando el marido (Bryan Pringle) tiene turno de noche en la fábrica. Le interesa no ser la imagen de sus padres, pero ¿lo conseguirá o el sistema le vencerá? Es pronto para pensar en su derrota, todavía es joven para hacerlo. Es el momento de sentirse especial, el más listo y el más vivo del lugar. ¿Lo es? Quizá. Arthur es consciente de su entorno, de la rendición de sus mayores, también de sus compañeros de fábrica, de los vecinos y vecinas que han perdido la ambición y el deseo, más allá de seguir trabajando para poder tener un techo y un televisor. ¿Su comportamiento llena su vida o es una respuesta de defensa? ¿Su rebeldía le calma? ¿Cuales son sus inquietudes y sueños? ¿Los tiene o vive enfadado porque no puede tenerlos?
Si el protagonista de La soledad de corredor de fondo (The Loneliness of the Long Distance Runner, Tony Richarson, 1962) mostraba su rechazo en la carrera y el minero de El ingenuo salvaje (This Sporting Life, Lindsey Anderson, 1963) luchaba en el barro de un campo de rugby, Arthur pelea en el vecindario y en la fábrica. El protagonista de Sábado noche, domingo mañana (Saturday Night, Sunday Morning, 1960), como los jóvenes de los títulos apuntados y de otros abanderados del free cinema como Un lugar en la cumbre (Room at the Top, Jack Clayton, 1958) y Mirando hacia atrás con ira (Look Back in Anger, Tony Richardson, 1959), saca a relucir el desencanto juvenil, la falta de oportunidades, la situación desfavorable de la clase obrera, el deseo o la necesidad vital de rebelarse, posiblemente antes de rendirse. Tal necesidad puede que nazca de las promesas incumplidas y porque se siente excluido de cualquier promesa, pues comprende que no tiene acceso a la plenitud de un estado de bienestar distinto o lejos de la cotidianidad que contempla en su hogar o en el vecindario. Mientras, inicia su relación con Doreen (Shirley Anne Field), cuyas máximas aspiraciones serían el matrimonio y una casa nueva. Arthur se resiste a la idea de casarse, dice que ya <<trabaja para la fábrica, para hacienda y además para el seguro. De momento es suficiente. Te roban el dinero por todas partes. Y cuando te han despellejado, te llaman a filas y te matan de un disparo>>. Sus palabras expresan sus ideas, también las hay que confirman que se trata de un chico que se cree más listo que el resto. Pero, este hombre airado está atrapado en una prisión de la cual la ira no es la solución, sino una vía de escape momentánea de un entorno gris que la fotografía en blanco y negro de Freddie Francis toma del humo de las fábricas, de la desesperanza y del conformismo, el pensar que <<no sirve de nada pensar tanto>> y que <<tienes que seguir trabajando y esperar que algún día ocurra algo bueno>>.
Una de las cumbres del cine británico, aparte de casi debut cinematográfico de Albert Finney, quien hasta entonces sólo había actuado en televisión.
ResponderEliminarSaludos.
Finney está muy bien en su papel. Creo que fue un gran actor. Y sobre la película, comparto lo que has dicho.
EliminarSaludos.