martes, 6 de agosto de 2019

Un lugar en la cumbre (1958)


Las diferencias individuales amplían el abanico de posibilidades en la evolución de cualquier sociedad. Por contra, las diferencias entre grupos pueden afectar al desarrollo individual frenando su crecimiento, condicionándolo e incluso imposibilitándolo. Esas diferencias sociales han existido desde que el ser humano se impuso sobre el vecino, para situarse por encima de aquel. Se pueden llamar de distinta forma o asumir apariencias varias, pero esas distancias, fruto de las sucesivas sociedades y de las barreras impuestas, han estado ahí y parece que ahí continuarán por mucho que empleemos el (u)tópico igualdad, término que en ocasiones interpretamos como el significante al que dar el significado que mejor nos convenga. A simple vista, han desaparecido los privilegios de clase, pero ¿han desaparecido o simplemente aceptamos que son algo del pasado? En los países desarrollados, el poder adquisitivo ha sustituido a las clases sociales tradicionales, aunque, en sus particularidades, todo semeja permanecer igual. Hoy, hay quien puede y hay quien no puede, también están los que pueden a medias, pero, para los tres grupos, los puntos claves son el dinero, la ocupación, la imagen, la fama, la influencia y el poder, su tenencia o su ausencia. Aunque hayan cambiado los factores que sitúa los límites, las barreras existen y separan la parte alta de quienes viven atrapados en los pisos inferiores. Pero ¿y si alguno de estos últimos asciende? ¿Es un triunfo individual o social? ¿Pleno o parcial? ¿De qué triunfo hablamos? ¿Quién establece los baremos del éxito? ¿Nace de una necesidad individual o de una demanda social? Si fuera lo primero, ¿no sería el propio individuo quien los estableciese para sí, sin pretender reconocimiento, sin esperar aplausos y vítores, o un lugar en la cumbre? En el segundo caso, ¿no tiene su origen en la aceptación y en la posterior consecución de logros que una determinada sociedad o grupo asumen como tales? ¿Quién decide? ¿El individuo, el grupo, el dinero u otros condicionantes externos? Existen distintos caminos para superar las barreras y alcanzar la cima; aunque, en algún caso, quien la corona, y en ella se establece, la descubre agridulce, acaso la experimente como un fracaso personal.


Ejemplo de triunfo social y de derrota existencial, Joe (Laurence Harvey) alcanzará el éxito, el socio-económico, a costa de alejarse de sí mismo, de sus valores y de cuanto podría proporcionarle plenitud y, por tanto, una idea propia del triunfo, en el que los condicionantes sociales no sean factores determinantes. Su pertenencia de clase, su complejo de inferioridad, que oculta tras una fachada de orgullo, su ambición y su alejamiento de sí mismo conllevan su conflicto y las contradicciones que asoman mientras intenta romper las barreras que lo separan de las alturas y de igualarse a quienes rechaza por su esnobismo y por su altivez despectiva. Ambas características provocan su animadversión hacia los Jack Wales (John Westbrook) que pueblan la cima, pero la posibilidad de medrar es más fuerte y atrayente.


Como buen arribista, el protagonista de Un lugar en la cumbre (Room at the Top, 1958) —primer largometraje de Jack Clayton y uno de los títulos seminales y más destacados del free cinema británico— no puede más que mirar hacia arriba; y como moralista, se ve incapacitado para juzgarse, aunque sí juzga al resto. Juzga a la clase a la que aspira, a la que pertenece y hace lo propio con Alice (Simone Signoret), cuando esta le habla de su desnudo artístico (de su etapa universitaria), y solo hacia el final de su ascenso comprende que su lugar en la cima también es donde vivirá su condena, su culpa. Inicialmente, las circunstancias externas condicionan su elección de triunfo. Para él, su necesidad nace de los condicionantes como el dinero, la posición social, el poder o el respeto a su imagen. Estos se instalan en su pensamiento y acepta como propia la idea de éxito social (aquel que, logrado, llena la imagen, aunque no la interioridad que mantiene oculta). Sabemos que su única meta es la de romper las barreras y asentarse en el espacio donde simboliza su victoria, quizá su interpretación de felicidad. La busca y, finalmente, la alcanza, pero, ¿a qué precio? El triunfo de Joe no llena vacíos, ni evita que se sienta atrapado en una realidad que implica insatisfacción e incluso la culpabilidad de haber destruido aquello que realmente sí acaba descubriendo importante para él. <<Nadie te va a echar la culpa a ti>>, le dice Charles (Donald Houston), y Joe responde: <<Nadie... excepto yo>>. Ha encontrado su lugar en la cumbre y, sin embargo, es un hombre vacío que ha perdido y se ha perdido en su afán por vivir en las alturas a las que aspira desde su llegada a la ciudad, cuando comprendemos que su sed de éxito y reconocimiento son los motores de su búsqueda.


"Ten cuidado con lo que deseas, porque puede cumplirse" es un dicho que el protagonista masculino de este melodrama ignora; ni siquiera piensa en ello, porque su ambición es más fuerte. No solo se trata de una ambición material, sino también de aquella que le empuja a rebelarse contra el sistema de clases, escalando hacia la cima más alta (el reino de los pudientes). Pero Joe no solo es ambicioso, es orgulloso y arrogante, no obstante, estas características de su personalidad ocultan su desorientación, quizá su debilidad o su complejo de inferioridad respecto a los miembros de la alta sociedad a la que pertenece Susan Brown (Heather Sears), el objeto de deseo y su puente hacia el éxito, aquel que finalmente ya no desea, pero acepta. Pero el papel estrella del film de Clayton es el interpretado por Simone Signoret, que en sus memorias recordaba con cariño Un lugar en la cumbre, y lo hacia por lo que significó para ella como actriz, premios incluidos, y por la calidez humana y el buen ambiente que reinó durante el rodaje. La actriz francesa dio vida a la amante madura, honesta, inteligente, atrapada en la insatisfacción marital y golpeada por la vida, pero con ganas de vivir, sexualmente liberada y sin prejuicios, una mujer que comprende mejor que ningún otro personaje que el triunfo no reside en el exterior, ya que para ella se trata de sentimientos y emociones, de ahí que esté en lo alto cuando su relación con Joe funciona y sienta la derrota cuando esta concluye. Alice ve donde los demás se muestran ciegos, ella es consciente de sí misma y de cuanto le rodea. Conoce la hipocresía social e incluso vislumbra los miedos y complejos que atenazan a su joven amante, así como su necesidad de trepar. Pero también es quien le abre los ojos, quien le enseña a aceptarse, a descubrir que <<los que están en la cumbre son personas como los otros>>; y llega más lejos cuando continúa hablando y le dice <<tú podías ser mejor que ellos. Podías ser tu mismo...>>. Ese es su idea de triunfo, aquella que Joe contempla desde arriba, cuando ya es demasiado tarde para desandar el camino escogido para alcanzar la cumbre, un lugar que se abre a la amargura de saber que ha perdido.



7 comentarios:

  1. Un cierto fatalismo dentro de una lucha de clases tamizada en un film austeramente lírico

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  2. Ya he dicho que esta película es fundamental en mi vida

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  3. El amor de Simone Signoret. Cómo está la actriz francesa. Se come la cámara. Ese lirismo desesperado. Sobrecogedora

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    1. Sí, borda su personaje. Hace verídicas sus emociones y su desesperación.

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  4. Qué clarividencia en tu análisis sociológico y psicológico

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    1. Es una película que da para mucho e, indudablemente, invita a la reflexión.

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