viernes, 22 de octubre de 2021

La casa de la Troya (1948)


Hubo un tiempo en el que La casa de la Troya (cuya primera edición data de 1915) fue un superventas que traspasó fronteras, cruzó océanos y se tradujo a idiomas como el inglés —The House of Troy (1922)— y, en 2021, vio por primera vez su traducción al gallego, más de cuarenta años después del reconocimiento constitucional de la lengua gallega. Su éxito fue tal, que el cine no fue ajeno a su canto, ni el teatro, ni la zarzuela ni, más recientemente, el cómic. Primero fue el propio Alejandro Pérez Lugín, el autor de la novela, quien, junto a Manuel Noriega, la llevó a la gran pantalla en la película homónima de 1924 y, posteriormente, tres versiones más verían luz; siendo la más curiosa, aunque no la mejor —ese puesto todavía lo conserva la primera versión—, la realizada en México por Carlos Orellana. Este salto de continente provoca que me pregunte por qué no trasladar también la historia de Gerardo Roquer de Paz (Armando Calvo) y Carmen Castro Retén (Rosario Granados). Sospecho que habría sido mucho más interesante un cambio de escenario —de Santiago de Compostela a cualquier ciudad universitaria mexicana que no fuese México D. F., pues esta haría las veces de Madrid—, que adaptase los personajes y las costumbres descritas por Pérez Lugín a las mexicanas y no forzar las gallegas que Orellana no logra captar por mucho que introduzca una romería y una muiñeira o su elenco —actores y actrices españoles, mexicanos y la argentina Rosario Granados— fuerce un acento gallego que no sale, pues dicho acento se lleva en las raíces, en el alma cantarina del habla, y no puede crearse, solo exagerarse. Pero esto es entrar en un terreno de especulación personal, que nada tiene que ver con la versión mexicana que recrea Santiago de Compostela, sin captar su esencia, y simplifica una trama ya de por sí ligera, aunque encantadora y con personajes y momentos inolvidables. La ciudad asoma en la reconstrucción en estudio de una especie de plaza de Platerías, sin su fuente de los caballos. Allí se detiene la diligencia donde viaja el juerguista madrileño Gerardo Roquer y donde varios paisanos asoman ofreciendo pensión. Orellana prescinde del desenfado y del amor de Pérez Lugín por el terreno que pisan su héroe y su heroína. Se ciñe al argumento chico calavera es enviado por su señor padre a una ciudad universitaria alejada de la capital, para así enderezar al hijo tarambana que bebe los vientos por una artista de variedades. En su “destierro” compostelano, inicialmente triste, lluvioso y gris, el “condenado” se enamora de una señorita y, a partir de ahí, lo demás son malentendidos, rechazos y acercamientos, dimes y diretes, hasta que el amor triunfa puro e indestructible. En toda adaptación hay que escoger, sintetizar y trastocar, y el cineasta mexicano lo hace y se decanta por priorizar y dramatizar el romance entre Gerardo y Carmiña, así como prescinde de la personalidad de los distintos lugares que el cineasta reduce prácticamente a la recreación de la Rúa do Vilar, sus soportales, su café y su casino, el interior del teatro Principal y de la casa de la Troya, la pensión de doña Generosa, interpretada por Prudencia Griffel —actriz nacionalizada mexicana nacida en Lugo, por lo que no precisa forzar su acento ni sus expresiones gallegas, donde el estudiante madrileño vive su destierro y afianza su amistad con el resto de huéspedes, estudiantes como él y, en su mayoría, miembros de la tuna que alegra con sus canciones y sus bromas las oscuras y lluviosas noches compostelanas recreadas en la pantalla.




2 comentarios: