miércoles, 27 de octubre de 2021

Liberación (1969)


La expresión Teatro de Operaciones dice mucho. Habla de grandes escenarios geográficos, de dramas y actores, apunta millones de extras y la existencia de directores de escena que escenifican la trama y asignan papeles en la función bélica. Estos escenógrafos son quienes, lejos de los campos de batalla, deciden el cuándo, dónde, para qué, por qué. Son individuos como Stalin (Bujuti Zaqariadze) y Hitler (Fritz Diez), rivales en el frente oriental donde se desarrollan los cinco largometrajes que componen Liberación (Ovobozhdenie, 1968-1970Arco de fuego, Ruptura, Dirección del ataque principal, La batalla de Berlín, El último asalto—, colosal coproducción bélica soviética, polaca, alemana oriental, yugoslava e italiana, que se estrenó durante 1970 y 1971. Superadas las campañas de 1941 y 1942, sin que el grupo de ejércitos “Centro” tomase Moscú, el “Norte” San Petersburgo y el “Sur” los campos petrolíferos del Caspio, la Unión Soviética se deshizo definitivamente del desánimo del primer momento, cuando todo parecía perdido y la moral rusa sufría a ras de suelo, prueba de este decaimiento anímico se encuentra en el propio Stalin, quien, tras recibir la confirmación de la invasión alemana —no podía dar crédito a la traición de Hitler, a pesar de las múltiples advertencias de espías y asesores—, se encerró en sí mismo. Recuperado del impacto, supo rodearse de los mejores oficiales posibles, entre ellos el mariscal Zhúkov (Mijail Ulianov), el más reconocido entre los estrategas soviéticos. Pero sin pretender menoscabar la importancia estratégica y de mando del mariscal, ni de otros generales rusos que asoman en la pantalla, sus grandes aliados fueron la inmensidad del país que había derrotado a Napoleón, las carreteras sin asfaltar, las insuficientes vías férreas, el clima, las malas decisiones alemanas, sus fallos en los cálculos, los errores logísticos, las distancias a cubrir con cada nuevo avance y más.


El alto mando alemán estaba controlado por un dictador megalómano que, sin poseer experiencia alguna en la estrategia militar, se creía infalible. Es evidente que Hitler estaba incapacitado para la autocrítica, era irracional e incapaz de razonar más allá de culpar de las derrotas alemanas, que se sucedieron desde Stalingrado, a la ineptitud y traición de sus oficiales e incluso del pueblo alemán. A todo esto habría que añadirle el lastre que significó para los intereses bélicos alemanes la alianza con Mussolini —envío de tropas germanas, vitales en el frente oriental, al norte de África, a Grecia y posteriormente a Italia—, y la entrega y sacrificio de millones de vidas soviéticas (la película apunta 20 millones de muertos) que asumieron el conflicto como la Gran Guerra Patria a la que entregarse, quisieran o no. A estos héroes anónimos está dedicada la película de Yuri Ozerov, pues ellos y ellas fueron claves en el aguante soviético a la envestida alemana, que si bien tuvo su primer revés en 1941, a las puertas de Moscú, encontró en Stalingrado el punto de inflexión. A partir de la rendición del mariscal Paulus, las tornas cambiaron, y la moral rusa se elevó inversamente proporcional al descenso de la alemana, tras la destrucción total del Sexto Ejército. No obstante, había la posibilidad de frenar el avance soviético y recuperar el terreno perdido, de modo que todavía quedaban batallas decisivas por librar. 
Yuri Ozerov pretende una minuciosa reconstrucción del avance soviético hacia Berlín, desde la batalla decisiva de Kursk, en 1943, pasando por la liberación de Kiev y Ucrania, por Bielorrusia y Polonia, hasta la entrada del ejército rojo en la capital alemana en 1945; años después también recrearía en la pantalla la batalla de Moscú y la de Stalingrado, punto de inflexión en el ánimo de ambos contendientes. Si la batalla en la ciudad a orillas del Volga fue decisiva, no lo fue menos la de Kurks, en la que se enfrentaron más de un millón de hombres y miles de tanques, la que enfrentó el mayor número de carros blindados. Esta batalla es decisiva para las aspiraciones alemanas y la supervivencia soviética, y ese instante da comienzo Liberación, una de las grandes superproducciones bélicas sobre la Segunda Guerra Mundial.


Las pequeñas historias humanizan la Historia. Como crónica del avance soviético desde Kursk hasta la toma de Berlín,
Ozerov se decanta por la Historia con mayúscula, la académica y oficial, la que habla de las cumbres de Teherán y Yalta, de la operación Ciudadela, Bragation y Valkiria. Habla de figuras enciclopédicas: Churchill, Hitler, Roosevelt, Stalin, Zhúkov, Guderian o el mariscal von Manstein. Apenas se detiene en los anónimos como Tsvetaev (Nikolai Olialin), Zoia (Larisa Golubkina) u Orlov (Boris Seidenberg), los rostros reconocibles que representan a los millones de hombres y mujeres anónimos que lucharon en la Gran Guerra Patria entre 1941 y 1945. Al contrario que otros grandes recorridos bélicos por la Segunda Guerra Mundial, Liberación carece del intimísimo y del humanismo que envuelven de emoción y dota de humanidad a la magnífica crónica de la liberación italiana realizada por Roberto Rossellini en Paisà (1946) o al magistral tríptico La condición humana (Ningen no joken, 1959-1961), en el que Masaki Kobayashi realiza un emotivo alegato pacifista, inolvidable para quien lo haya visto. Dividida en cinco largometrajes de cuidado aspecto visual, Ozerov alterna la fotografía en blanco y negro con fotografía en color, ambas a cargo de
Igor Slabnevich, y técnicamente sus imágenes se encuentran a la altura de los grandes films soviéticos. El cineasta abre el ciclo con Arco de fuego, con escenas que individualizan a los contendientes que se enfrentan: muestra a Hitler, que decide posponer la operación Ciudadela, y en la siguiente escena concede el protagonismo a Stalin, que se encuentra reunido con su alto mando, entre quienes destaca el mariscal Zhukov, artífice de gran parte de la estrategia soviética. Pero, finalmente, el dictador alemán y el soviético, Churchill y Roosevelt son quienes deciden, por eso son los escenógrafos principales que, desde los despachos o en la conferencias donde se reúnen, lugares donde deciden qué piezas mover. La suma del metraje de los cinco largometrajes restaurados en 2020 supera las siete horas de reuniones y batallas, de hechos históricos y de algunas omisiones como los campos de exterminio nazi —la política de Stalin no habló de genocidio judío—, se liberan presos de un tren, peor son antifascistas alemanes y soldados soviéticos, mientras los soldados avanzan o caen en el campo de batalla en sucesivas operaciones que se saldan con el avance soviético y la retirada alemana.



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