El olfato empresarial de Cesáreo González y su condición de emigrante retornado fueron dos de las circunstancias que le llevaron a intentar abrir el mercado internacional para las producciones cinematográficas de Suevia Films. No solo trató de contar con estrellas de otros países como reclamo comercial, por ejemplo la estrella mexicana María Félix, sino que también decidió explotar otras opciones, como la de dar protagonismo a Galicia en la pantalla. Lo hizo con la idea de llegar a los miles de gallegos dispersos por América. Lo que implicaría, al menos, cumplir dos objetivos: uno comercial —<<Plantearé la batalla comercial de Suevia Films en todos los frentes. En todos, incluso Hollywood>>1—, y el otro, glorificador y nostálgico, ofrecer a los emigrantes la oportunidad de aparcar su morriña durante la proyección en la que suenan gaitas y muñeiras, se celebran romerías, con su vino, pulpo y empanadas, se descubren localidades y estereotipos de paisanos, como los interpretados por el coruñés Tomás Ares, más conocido por Xan das Bolas, en Mar abierto (1946) y Sabela de Cambados (1947). Esa hora y media les permitiría observar el paisaje dejado atrás, ver labores familiares, respirar “airiños” de su tierra natal y quizá algún espectador se vería a sí mismo en otra vida o recuperase en su memoria un instante similar al que asoma en la pantalla, uno como esa escena en Mar abierto que rebosa veracidad y que le trasladaría mentalmente a un periodo anterior a su partida, puede que a la infancia ya perdida. La escena a la que me refiero dura unos segundos y encuadra a varias mujeres que hablan mientras arreglan las redes pesqueras, aunque las de cada espectador no serían las mismas ni la villa marinera recordada sería el puerto pesquero donde Ramón Torrado desarrolla el primero de los tres films ambientados en Galicia que dirigió en la década de 1940 con producción de Cesáreo.
Separadas por un océano y por el transcurso de los años, las mujeres de los recuerdos de los emigrantes costeros que verían el film no se diferenciarían de las mujeres que en la pantalla reparan las redes de los barcos que, por la noche, saldrán a faenar. Aquella estampa formaba parte de las pequeñas vilas mariñeiras gallegas y Mar abierto la capta como si no le concediese mayor importancia, pero lo cierto es que el mero hecho de mostrarla habla de la intención de Torrado por buscar autenticidad con la que envolver el (melo)drama que Carmiña (Maruchi Fresno), ya anciana, le cuenta al pintor que encuentra pintando el retrato de la “virgen de la roca” que luce en la cima del monte cercano a Costa Nova, villa marinera inventada para la ocasión. En realidad, se trata de Bouzas, hoy ya forma parte de Vigo, y de Combarro, en la ría de Pontevedra, donde al año siguiente Torrado filmaría parte de su exitosa Botón de ancla (1947). Este pueblo pontevedrés engloba parte de la tradición gallega, en la unión del rural y el marítimo que prácticamente se tocan para dar colorido al entorno, aunque dicho color local (de hórreos y mar) se desdibuja en los espacios donde se desarrolla Mar abierto, película que se lanza de lleno al melodrama desde el instante mismo en el que la anciana comienza a hablar del milagro que se produjo muchos años atrás, el mismo que le permitió la felicidad al lado de Antonio (Jorge Mistral). Su voz, explicativa, introduce la analepsis que no altera el orden lineal de los sucesos. Carmiña habla al desconocido de su niñez y de la desgracia que cayó sobre ellos después de que Andrés (José María Lado), el padre, se casara por segunda vez. También le cuenta que su madrastra se fugó con el náufrago (Carlos Casaravilla) que su padre rescató cuando, consecuencia del despilfarro de su nueva esposa, se vio obligado a volver a la mar. En ese instante, la anciana avanza su historia. Ahora, Carmiña es una joven que se asusta y rechaza a Reboredo (Fernando Fernández de Cordoba), el usurero del pueblo, que pretende cobrarse las deudas contraídas por el padre en el cuerpo de la muchacha; a lo que tanto ella como Andrés se niegan. La fortuna de la familia parece cambiar cuando entra en escena Antonio, hijo de aquel hombre cuya sola mención enerva a Andrés, hasta el extremo de desear matar. Sin duda, el personaje de José María Lado es el de mayor peso, y también el más atractivo, en buena medida gracias al talento interpretativo del actor. Y como no podía faltar en este tipo de producciones, en Mar Abierto también hay espacio para el humor, que corre a cargo de los tíos de Antonio, que cuidan la empresa del muchacho mientras este intenta su conquista, y de la tía María (Rosario Royo) y su pretendiente, a quien da vida Xan das Bolas.
1.Cesáreo González en Durán, José Antonio: Cesáreo González. El Empresario-Espectáculo. Diputación Provincial de Pontevedra/Taller de Ediciones J. A. Durán, Madrid, 2003
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