En las películas dirigidas por el coruñés Ramón Torrado ambientadas en Galicia —Mar abierto (1946), Botón de ancla (1947), Sabela de Cambados (1948) o Más allá del Río Miño (1969)— cobran protagonismo los paisajes marítimos y rurales gallegos, sus pueblos y ciudades, sus rías, sus gentes, pero no puede considerarse cine gallego propiamente dicho porque la época no daba para hacer más patria ni más ideología que las aprobada por la dictadura nacionalcatólica. No obstante, en su costumbrismo, hay más poso gallego en una película como Sabela de Cambados que en gélida Continental (Xavier Villaverde, 1989) —considerada junto Sempre Xonxa (Chano Piñeiro, 1989) y Urxa (Alfredo García Pinal y Carlos López Piñeiro, 1989) uno de los tres largometrajes seminales del cine gallego de la democracia—, y que en títulos del llamado Novo Cine Galego. Producido por el vigués Cesáreo González, el film de Torrado, basado en una comedia de su hermano Adolfo, tiene pinceladas de galeguidade en el folclore popular que suena en Ai, Sálvora y en otras canciones, en los sonidos de las gaitas, gaiteiros y muñeira, en la celebración de la boda de Tonucha (Amparo Rivelles) y Eduardo (Jorge Mistral), en la romería dos Caneiros, en Betanzos, o en la retranca, tópicos y expresiones de la servidumbre del pazo de Armental —destacando la caricatura del inolvidable Xan das Bolas, en el papel de Benito; estereotipo, sí, pero no por ello lejano de la realidad que representa—; mismamente en la emigración apuntada por la figura del indiano que regresa y de la madre que agradece seguir viva para volver a abrazar a ese hijo que partió veinte años atrás, en busca de fortuna, dejando tras de sí el hogar, la familia, el terruño y, en el caso de Juan de Mourente (Fernando Fernández de Córdoba), también el amor de su vida, del que le separó un matrimonio que, para su amargura, no fue el suyo, el océano y, a su regreso, la moralidad que condena a Sabela (María Fernanda Ladrón de Guevara) a sufrir pasiva y en silencio las ausencias e infidelidades del marido.
Sabela vive prisionera del deber impuesto por el orden social e ideológico, sin opción a aceptar la propuesta amorosa de Juan. Evidentemente, la moralidad de la época se lo impide, una moralidad hipócrita —vistas desde la distancia, posiblemente todas lo sean; de la nuestra, lo apuntarán las siguientes generaciones, si no pierden la capacidad de análisis crítico— pues cierre los ojos ante el comportamiento de don Jaime (Rafael Bardem), el marqués de Soñeiro y el marido de Sabela, pero, de ser ella la infiel, ¿también los cerraría? La respuesta es tan fácil de contestar como lo fue preguntar. Ella no lo dice, quizá ni lo piense, ya que vive resignada y atrapada en la soledad del abandono, de donde no puede escapar porque su educación le obliga a acatar el patriarcado y el orden que se niega a aceptar lo evidente. Incluso Torrado se permite ironizar sobre la estrechez de miras del Arzobispo cuando Sabela y Jaime bailan en la boda de Eduardo, su hijo, y Tonucha, ahijada de los marqueses. En esa escena, don Antonio, el administrador de la finca, adula la buena vista del religioso, que quiere ver amor donde solo hay la obligación exigida por el lazo matrimonial que les ata de por vida. El administrador se burla del religioso para apuntar la ceguera de la Iglesia ante matrimonios sin más amor que las imposiciones establecidas por la institución eclesiástica e impuestas por el régimen, y asumidas como inalterables por la “inmaculada” sociedad de la época. Aunque el film lleve su nombre, ella no es la protagonista exclusiva de una historia que, salvo por su final conformista y acorde con el momento, presenta un conflicto que apunta rebeldía en Tonucha, a quien solo le falta dar el paso final para romper con ese paternalismo aceptado por Sabela, cuyo silencio, pasividad y aceptación difieren de la postura aguerrida que la joven enamorada pretende para su matrimonio con Eduardo, quien ya apunta maneras paternas durante su estancia universitaria en Santiago de Compostela, donde Tonucha le sorprende en plena fiesta y abrazado a una muchacha compostelana, que no es la del fotograma de abajo.
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